Autoexiliado en Suiza, Mauricio Macri se cree el padre de la criatura. El ex presidente mira las imágenes de las protestas contra los Fernández y se dice convencido en el diálogo con su séquito de incondicionales: no hay margen para los “parricidas” de Juntos por el Cambio que sueñan con sepultarlo, antes de tiempo.

Con el rechazo al encierro y las mismas consignas amarillentas que agitan desde hace casi una década, los duros hicieron una nueva demostración de fuerzas y volvieron a apropiarse de la iniciativa en el año de la pandemia. En apenas unas horas, pasaron por encima de lo que queda de cuarentena, desafiaron al Gobierno y condicionaron a la oposición que pregona el diálogo con Alberto Fernández. Una vez más en una fecha patria, salió a la calle un sector que no precisa de Macri para disparar contra el peronismo gobernante y se adelanta en su rechazo frontal a cualquier forma de populismo, por más tibia que pueda ser. El ex presidente no sólo no guía ni lidera esa fuerza de la que ayer fue un emergente, sino que hasta luce como un padre abandónico que se ausenta en el peor momento. Sin embargo, -a falta de mejores exponentes- todavía aspira a ser su principal canal de expresión y a sentarse en la cabecera de la mesa que toma las decisiones.

Aunque el despliegue de esa minoría intensa pueda ser minimizado, el antikirchnerismo rabioso dio un paso más como parte de su ofensiva permanente, desplazó al Presidente del centro que busca ocupar y se puso otra vez cara a cara con Cristina Fernández. Casi como un espejo refractario de aquella CFK que en agosto de 2013, enojada tras la derrota frente a Sergio Massa en las PASO, gritaba desde Tecnópolis: “Quiero discutir con los titulares, no con los suplentes que me ponen en las listas”. Lo mismo quieren ahora los que tocan bocina al otro lado de la polarización.

Nadie podrá convencer a la oposición más encarnizada de que el Presidente es algo más que un títere. Sin embargo, la pregunta no es tanto por los que se movilizaron sino por el resto de los actores que quedan, una vez más, devaluados a la categoría incómoda de espectadores. Fernández y el oficialismo se equivocan cuando pretenden dar una respuesta sanitaria a una manifestación política de los odiadores seriales. Pudo haber funcionado en el primer mes de cuarentena, pero no cinco meses después, cuando el número de muertos crece de modo exponencial, nadie sabe dónde está el pico y la autoridad del profesor de Derecho Penal dejó, hace rato, de ser indiscutida.

Abanderada de los rabiosos, Patricia Bullrich se monta primero que nadie en el descontento y trabaja para dinamitar los puentes de un consenso armado con las premisas de los infectólogos. No es lo único que hace: también apela a los jóvenes y hasta pretende hablar en nombre de los que sufren la crisis económica. La audacia opositora que el panperonismo llama irresponsabilidad y los libertarios reivindican como un freno al atropello es en la práctica una gimnasia del desgaste que logra erosionar la legitimidad del Gobierno.

En un contexto en el que la calle está vedada para el oficialismo, el antiperonismo más duro atiende el malestar y sale a representarlo. No importa que las razones del hartazgo y el fastidio general se hayan agravado en forma acelerada durante los años de Macri como presidente. El macrismo cambió rápido de piel y está otra vez en el lugar de la demanda. Pide a gritos por lo mismo de siempre, pero también por las nuevas llagas que lastiman el cuerpo social. Hasta el nombre del desaparecido Facundo Astudillo Castro puede ser convertido en bandera, mezclado con consignas que repudian la corrupción y reclaman mano dura.

Si la marcha del 17 A es un regreso a lo testimonial, una forma de pescar en la pecera de los convencidos o el trampolín de una recuperación electoral para Juntos por el Cambio, depende sobre todo de lo que puedan o no los Fernández y el ancho espacio del Frente de Todos. Y ahí aparece otro desafío para el Gobierno. No se trata solo de que los sectores que apoyan al Presidente apuestan al cuidado colectivo y buscan evitar los contagios, como se dice desde Casa Rosada. Para volver a ganar la calle, el oficialismo necesita que la pandemia ceda y la vacuna se distribuya, pero también precisa encontrar una serie de consignas para reivindicar.

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Sin embargo, mientras la oposición rabiosa explota el descontento y llama a ocupar las plazas, el discurso gubernamental apela a la responsabilidad, la paciencia y el aislamiento sostenido. El contexto global, la crisis local y la pandemia ubican al peronismo en una situación excepcional en la que la redención y la fiesta se deben postergar hasta nuevo aviso. Algo más parecido a un ruego que al aguante celebratorio de la era dorada kirchnerista. Gobernada por el aumento de la pobreza, el alza del desempleo, las suspensiones masivas con recorte de sueldo y la incertidumbre, esa espera prolongada funciona como extremo opuesto del basta ya de una derecha sin inhibiciones.

La calle perdida a manos de una oposición temeraria y la ausencia de promesas también encuentran en su origen los límites estrechos de un Gobierno que sueña con avanzar en base al consenso más amplio, pero queda preso de la correlación de fuerzas. Mientras las postales del 17A identifican un enemigo en el populismo gobernante que quiere arrasar con las instituciones, el oficialismo discute si ir o no a una confrontación mayor y tiene en Fernández al principal promotor de un diálogo que hasta ahora dio frutos acotados a la gestión del virus.

La unidad fue consagrada en lo más alto por las distintas alas del FDT, pero la riqueza de esa diversidad tendrá que verse en las variantes que permitan avanzar en un contexto de lo más complejo. Nadie puede esperar que esa confluencia sea leída desde la vereda de enfrente como algo nuevo antes que como una suma desesperada de las partes ante la amenaza que representaba un Macri reelecto. ¿Contra qué y a favor de qué se movilizará el panperonismo cuando salga a recuperar la calle? ¿Está contemplada la movilización en la mesa del contrato social? ¿Cuál es la prioridad compartida en el frente de gobierno?

La fuerza del malestar, la gimnasia del desgaste y la duda en el Gobierno

Para contraponer al malestar que el antikirchnerismo sabe capitalizar, hoy no hay promesa de prosperidad ni bienestar de corto plazo. Con una economía ajustada que viene de años de recesión y sin otra fuente de financiamiento disponible más allá de la emisión, algunos proponen sentarse a esperar un rebote de la actividad que tampoco tiene fecha cierta de inicio. Si la reactivación llega a tiempo o no para 2021 tal vez sea decisivo en las elecciones, pero no puede incidir ni transformar ahora, en este día a día interminable de la parálisis.

Así como los halcones de Juntos por el Cambio excitan a su base social con consignas republicanas que vuelven a viralizarse, el oficialismo sabe que para reconectar con los votantes que le dieron el triunfo en primera vuelta necesita algo más que la reforma judicial. Primero no regalar motivos para el crecimiento del rival, después inyectar fondos para que los que ven su ingreso comprimido desde hace años empiecen a sacar la cabeza a la superficie. Aún con la demanda afectada por el virus, en el peronismo están los que piensan que la recuperación de salarios y jubilaciones es lo único que puede activar el mercado interno y cambiar la sensación de agobio extendido que vive gran parte de los votantes del Frente de Todos. Sustento esencial, ese capital electoral también precisa el cuidado urgente del Gobierno.