Imagínate una plaza cargada de consignas políticas y banderas argentinas. De militantes a los abrazos con “autoconvocados”. Sindicatos, bombos, choripanes, cumbia. Una fiesta. Es la plaza con la que sueña Alberto Fernández para cuando pase “todo esto”. Pero la realidad es cruel, porque la crisis y la pandemia impiden visualizar el panorama de acá a unos meses, en un país donde la incertidumbre siempre pesó como variable. Mientras fantasea con esa plaza, el Presidente sostiene su prédica sanitaria y no puede hacer ninguna convocatoria que incentive la irresponsabilidad social. Pero también sabe lo bien que le vendría una plaza así para organizar el discurso épico del que se alimenta todo gobierno peronista. Aunque sea una dosis chiquita para poder revalidarse. A pesar del aislamiento, la pelea por la calle ocupa un lugar central en una Argentina que tiende a medirse por el aplausómetro.

Hoy Alberto no avanza por la fuerza de una plaza propia sino en reacción -para muchos desmedida- a la protesta del 17A. Decide dar un golpe al corazón de Clarín en medio de análisis y editoriales que hablan de una gestión que se radicaliza. De todo lo que se dijo sobre el “banderazo” del lunes pasado, que tendrá un nuevo capítulo esta semana cuando se debata en el Senado la reforma laboral, hay una lectura rápida sobre ganadores y perdedores. Entre los primeros están Mauricio Macri y Patricia Bullrich, “orgullosos” de una Argentina sin lugar para los tibios. Entre los segundos encabeza la lista el Gobierno nacional, seguido por Horacio Rodríguez Larreta, que no pudo evitar una protesta con epicentro en su distrito y convocada desde su partido.

"Estamos en un momento muy delicado de la Argentina, no estamos muy lejos del 'que se vayan todos", dijo Rogelio Frigerio después del 17A, en una frase que lo que verdaderamente refleja es la incomodidad en el comando de campaña de Larreta. Porque Macri tiene razón: él es el verdadero ganador de una sociedad que se polariza. La Argentina de hoy parece lejos del “que se vayan todos”. No hay una crisis de representación ni un vacío de ofertas sino una recaída en la grieta. Con más olor a 2015 que a 2001.

Larreta quedó herido porque, una vez más, Bullrich le ganó la aparateada. Pero es el perdedor de la foto de una película en la que no le va tan mal. Es cierto que él se muestra resignado a esperar. En palabras de Martín Rodríguez, más dispuesto a cumplir el “destino sciolista” de que la realidad organice lo que su propia voluntad no quiere o no puede organizar. Pero también es cierto que en ese rol de testigo, fortalece su imagen de buen gestor y ve crecer su propia plaza. La plaza de los runners, la de los chicos que salen del encierro, la de los amigos que se juntan a tomar mate en el Rosedal. Los cansados de la grieta, los que quieren “normalidad”. Su bastión. Y mientras Bullrich avanza eufórica, deberá demostrar que construye algo lo suficientemente sólido para que no se derrumbe ante el primer nuevo acierto del Gobierno. Porque Patricia es una burbuja que se infla cuando el escenario se agrieta, pero se pincha en los logros “posgrieta” de Alberto. Larreta, mientras tanto, cosecha en silencio su bambú. Riega las raíces de su proyecto presidencial.

Mientras la oposición juega su propia interna, desde el Gobierno muchos cuestionan a Larreta por no manifestarse en contra de la marcha y jugar una vez más el partido de Macri. Lo acusan de valorar más a sus aliados históricos que a sus amigos fugaces. Se sorprenden porque cuando muestra la cara de lo que verdaderamente es: un opositor. Shila Vilker analiza que lo que el 17A puso de manifiesto es que Juntos por el Cambio ya tiene sus dos narrativas estratégicas de cara a las próximas elecciones. La del núcleo duro y la del larretismo. Más allá de quién se imponga en esa interna, al final del día jugarán juntas. Eso deja al Gobierno en el otro wing, arrinconado en el extremo.

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Imaginate esa plaza con la que sueña Alberto. La plaza de los que gobernaron la crisis. La de los ciudadanos responsables, los infectólogos. La plaza a la que el Frente de Todos hoy no puede convocar. Por supuesto que esa plaza también será la foto de un momento. Un respiro, una demostración de fuerza. Pero para que al Gobierno verdaderamente le sirva, los festejos deberán incluir a muchos de los que hoy toman mate en los parques porteños. Ahí también hay votos que depositaron en Alberto su propia ilusión posgrieta. De no poder representar a esas mayorías silenciosas, Alberto habrá dejado el sacrificio de construir un escenario para que lo capitalice otro.