La Argentina parece eso que ocurre entre conferencias de prensas. Esta vez, el marco y horario parecieron bajarle el precio al misterio: desde la mañana del viernes se sabía que la decisión era “no innovar” la fase y patear para adelante. ¿Dónde sí pudo haber algo de “novedad”? En algún detalle. Es la segunda conferencia de prensa en la que Áxel Kiciloff desarma un prejuicio: la línea de separación entre CABA y Gran Buenos Aires. Durante algunas semanas se corrió el riesgo de que a la peor versión de cierto macrismo (un porteñismo anti bonaerenses) se le hubiera opuesto un impostado conurbanismo anti porteños. Axel, por el contrario, volvió a repetir el “continuo urbano”, una pedagogía sencilla en la que la General Paz es una avenida y no una frontera, dando forma a una integración que existe en los hechos (transporte, salud, educación, etc.). A su vez, Larreta vivió también su propia mutación. Cuando en la conferencia de prensa reconoció el trabajo de científicos argentinos del Conicet, y completó en ese mensaje la dirección de un camino: desmarcarse de Macri. ¿Podrá?

La tan mentada “vuelta del Estado” con que se regó de optimismo las primeras semanas de cuarentena debería ser también un monumento a la sociedad que sacó de la galera algo que no estaba en la superficie de una política dominada por la grieta: la confianza de esa sociedad a la autoridad política. (Incluso porque, para esa sociedad, esto implicó “perder” trabajos, proyectos, plata). Si por grieta entendemos dos tercios de la sociedad y sus representantes que no se creen una sola palabra mutuamente, sobre esa realidad emergió una conducción presidencial que organizó el camino de la sociedad y cruzó transversalmente las pertenencias políticas: Alberto, Axel, Horacio, y los que sean convocados. Los primeros días, popularidad por las nubes; luego, como es “natural”, crecieron las dificultades, y se fue horadando un poco el consenso, flexibilizando por abajo. También tuvimos la “fase Vicentin”. Eso quizá no sorprenda, pero lo que sorprende es de lo que fue capaz Alberto con esto: construir también su autoridad sobre retrocesos o rebajes, aunque parezca paradójico. Cuando dijo a modo de meaculpa “creí que iba a festejar todo el mundo” también dijo para propios algo sobre las “correlaciones de fuerza”, exactamente para qué hay márgenes. ¿Qué agenda puede tener este Estado y esta sociedad que recién empieza a entrar en el pico, que cuenta camas disponibles todos los días y que negocia a último minuto el acuerdo de la deuda externa? Como diría Alejandra Pizarnik: en esta noche, en este mundo.

Grado cero

Nueva estatalidad

A esta “vuelta del Estado” le haría un parate con una frase de Alejandro Kaufman, leída en una entrevista para la revista Contraeditorial. Dijo Kaufman: “El grado cero del Estado es el conocimiento y el control de quién nace y quién muere. Esto lo sabemos tan bien los argentinos por las razones conocidas. El nuestro es el país donde el Estado dijo no saber sobre nacimientos y muertes, eso fue la desaparición y la apropiación de niños. Lo que define al Estado es la administración de la vida, y las epidemias vulneran esa característica. Por eso los Estados se refuerzan, cada uno con un criterio diferente pero todos haciéndose cargo de lo que define a la estatalidad. Y eso nunca se ha globalizado o se ha globalizado muy poco. La crisis de la OMS y la ONU tiene que ver con eso. Se imaginó una entidad supranacional pero no es tan fácil, porque tendría que tomar responsabilidad sobre estas cuestiones y es muy complicado”.

Esta “nueva estatalidad”, que en realidad no es nueva, que en realidad es volver sobre lo que nunca se había ido, tal vez también nos entusiasme que regenera una “nueva sociedad”, que es la misma pero que es la que hizo algo que estaba fuera del alcance de nuestra visión: aceptar esa suma de pérdidas para cuidar su vida. Es decir, la política se encontró con esa “novedad”: la confianza de la sociedad que se la bancó. Pero esta “nueva época” es también un salto al minimalismo, una mirada de frente sobre desigualdades y carencias inocultables. Un espejo sobre lo que hay, sobre lo que somos, pero también sobre las posibilidades de cambiarlo (o no).

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Y a esa estatalidad intransferible, como bien dice Kaufman, ahora se le cruza la desaparición de Facundo Astudillo Castro. Una pregunta sería, ¿cómo se elabora en esta “nueva estatalidad” la vieja práctica? La madre de Facundo (Cristina) ya a esta altura funciona como fiscal de hecho en la investigación. Haciendo honor a la tradición de “los familiares de las víctimas” que siempre empujan el carro de la justicia: las Madres del Dolor, los familiares de la AMIA, los familiares de Cromañón, los familiares de la tragedia de Once, las madres del Paco, Juan Carlos Blumberg, Vanesa Orieta (la valiente hermana de Luciano Arruga), Sergio Maldonado. Y así una lista abierta que hace justicia pero nos empuja al escepticismo argentino: la rapidez con que las noticias de un caso empiezan a ser las noticias sobre las irregularidades de la investigación del caso. La causa de la causa, como dice Mario Wainfeld. (Y aún con el acompañamiento decidido de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación).

La revista Cítrica publicó hace una semana la lista de argumentos por los que es sostenible la hipótesis que involucra a la Bonaerense. Este es el post y estos son algunos de los argumentos: Porque todas las pruebas presentadas por la policía que ubicaron a Facundo en otro lugar han sido descartadas. Porque el mismo día en el que Cristina, la mamá de Facundo, radicó la denuncia, apareció un testigo que declaró haber visto a Facundo en el cruce de las rutas 3 y 22, cerca de Bahía Blanca. ¿Cómo explica la policía que en tan poco tiempo encontró un testigo? Porque los primeros testigos que declararon desde que se inició la causa por “averiguación de paradero” fueron presentados por el propio personal policial de Pedro Luro. Sí, la misma fuerza que se sospecha que lo desapareció.

“Gobernar el Conurbano es gobernar la Argentina”

Esa parece la consigna aprendida del 2001. Gobernar a los pobres, a las organizaciones, a las clases medias bajas, a la política, a la policía, la paritaria docente, los negocios, la infinita informalidad. Gobernar y no dejarse gobernar. Las “zonas marrones”, decía Guillermo O'Donnell para describir la intemperie. ¿Cuántas cosas se gobiernan? Ni Berni en provincia, ni la ministra Sabina Frederic (quien se tome el trabajo de leerla), por más diferencias de estilo, niegan un precepto en la conducción civil. Lo dijo hace pocos días un funcionario más que lúcido, el director de la PSA, José Glinsky: “no se puede odiar a quienes se conduce”. Gobernar a La Bonaerense, algo que no se puede hacer, además, sin esa palabra a esta altura un poco odiosa: empatía. Dicho fácil: el problema es que no queremos una policía torturadora pero queremos tratar a la policía como si fuesen solo torturadores. Ni pasado por alto ni sobreactuado: Facundo falta, y esa falta muestra una deuda enorme, que no es de un gobierno, es de un Estado.

La cuarentena propone desacelerar a la sociedad mientras se acelera la naturaleza (y el capitalismo). Pero entre el desenlace de Vicentin (que muestra una distancia entre peronismo y sector privado), la marginalidad e inseguridad urbana que acumula imágenes machacadas a diario, la ley de teletrabajo y el debate parlamentario sobre reforma judicial (con destino de judicialización), sumado al temerario pico de contagios, el país vuelve a girar alrededor del AMBA, la región decisiva de la gobernabilidad argentina. El kirchnerismo, cuya base principal se consolidó en la tercera sección electoral, hizo de esto su dogma. Conocemos las historias de Kirchner: volaba en helicóptero a Tres de Febrero o La Matanza para ver un intendente. Del helicóptero para huir al helicóptero para gobernar. Putin o Bush podían esperar, Curto no. Esa atinada obsesión agrandó al kirchnerismo y tal vez redujo la dimensión “nacional” del proyecto. Sin el Conurbano no se puede, sólo con el Conurbano no alcanza.