En el nombre de las obras
“¡Ya sé! ¡Los hacemos dormir en telos!”, se le ocurrió al ministro de Obras Públicas Gabriel Katopodis una tarde, en los primeros días del aislamiento social. Los funcionarios sentados a la mesa se miraron. Él pasó a explicar: “En el Conurbano no hay Hilton ni Howard Johnson, pero tenemos telos. Hablemos con ellos ya y que los acondicionen para que los laburantes duerman ahí mientras dure la construcción”. Y así se levantaron los hospitales modulares: a bordo de micros escolares, los trabajadores fueron del trabajo al telo y del telo al trabajo.
Tres veces bendecido (elegido) intendente de San Martín, Gabriel Katopodis llegó al Gabinete de Alberto Fernández con el traje de primus inter pares de los intendentes y el mandato de encender la obra pública, que genera puestos de trabajo y alimenta el círculo virtuoso de más trabajo y consumo. Pero irrumpió la pandemia y, como todos, tuvo que reinventarse. Conservó el traje -porque escucha y modera las rispideces entre los intendentes y gobernadores y la gestión del territorio lo volvió hábil en el arte de resolver con lo que hay- y le puso el sello a “los doce hospitales modulares de Katopodis”. Ahora, apuesta a que la obra pública de la reactivación conjugue eficiencia con transparencia, una promesa de campaña que busca cumplir con aquello de “volver mejores”.
Katopodis nació en Belgrano en 1967 en una familia de ascendencia griega. Muere por los kourampiedes y los koulourakia que prepara su mamá y heredó de su padre -reconocido en el rubro de los seguros, con cargos en las agremiaciones- el gusto por los cigarros. Visitaba a sus abuelos en San Martín durante los fines de semana y se fue quedando: desde hace 30 años vive con su familia en la misma casa que fue de sus abuelos, a cinco cuadras de la Municipalidad en la que edificó su carrera como dirigente.
Llegó al peronismo cuando empezó a militar en la Facultad de Derecho de la UBA y con los curas villeros, cerca del Padre Pepe Di Paola, su amigo desde hace más de 30 años.
Se recibió, hizo un posgrado en Gestión Pública en FLACSO y cursó una maestría en Administración Pública en Económicas de la UBA. Durante veinte años estuvo al frente de un práctico de Teoría Política Contemporánea en la carrera de Ciencia Política; desde el pizarrón del aula insistía en la vacuidad de abordar enclaves teóricos sin juego con la realidad y se trenzaba en largos debates con los alumnos que reconocían en él solo al intendente y lo corrían por izquierda. La fórmula se repite: aula y barro.
Su presencia en el Gabinete se explica, en parte, por haber logrado prevalecer en la liga de intendentes, pero también da cuenta de la clave con la que Alberto pensó su Gabinete.
El Presidente y el ministro se conocieron durante el gobierno de Néstor Kirchner. Katopodis fue funcionario del Ministerio de Desarrollo Social, Gerente General del FONCAP y subsecretario de Desarrollo Social en la provincia de Buenos Aires. En 2011, insistió con pelear la intendencia de San Martín y, contra los pronósticos, se impuso al reinado de Ivoskus. Pero la afinidad personal llegó con Fernández lejos del poder. En 2013, Katopodis acompañó a Sergio Massa en la creación del Frente Renovador que rompió con el kirchnerismo. En 2015, jugó con el Frente para la Victoria y consiguió la reelección. En 2017, se sumó al Frente Cumplir de Florencio Randazzo, que enfrentó a Cristina Kirchner. Alberto fue el armador de las campañas de Massa y Randazzo y, en esta última ronda, conoció de cerca a los hermanos Santiago y Francisco Cafiero, que militaban bajo el ala de Katopodis.
En 2019, Katopodis ganó con un histórico 54,3% pero el Presidente decidió que lo quería en la Rosada. Con casco y el tapabocas que le cosió su mamá, recorre la infraestructura pandémica y ultima los detalles del plan de obra pública por $22.000 millones con el que el Gobierno busca encender la economía.
Durante ese derrotero, variopinto como el peronismo, el hombre de San Martín repitió siempre la misma tesis: que al peronismo le fue mal cuando se encerró, se miró el ombligo y armó las listas entre cuatro paredes. Y bueno, él levantó la vista y armó. ¿Por qué las idas y vueltas no le costaron a él -como sí a otros-un veto? En lo pragmático, retuvo su distrito con cifras históricas y, en el andamiaje del relato, en épocas de camporistas vs. pejotistas evitó, con elegancia, hacer nombres. Y le reconocen haber navegado el macrismo con dignidad, sin gestos acomodaticios.