Un Estado on demand
Donde manda capitán
La pandemia es una máquina de desnudar la Argentina: el tercio de la población que no está contenida en la economía salarial, la pobreza estructural y el intríngulis de la geografía federal (el caso testigo es ese “AMBA” que es más que la suma de sus partes). Las fotos de las últimas semanas (la toma de tierras o la rebelión policial) ocurren en zonas opacas del Estado, en esas intersecciones entre municipios, “poder territorial”, policías, justicia, provincia. Toda resolución cuesta que no quede atrapada en la lógica de la manta corta: de acá para allá, sin cubrirlo todo. ¿Qué nos espera? Los recursos de una salida de la crisis sin “tasas chinas”, o sea, sin plata. El dinero se cobra, se emite o se pide prestado. Argentina no tiene plata, se supone que emite al tope, cobra impuestos (y cuánto “cuesta” ampliar la presión fiscal) y no tiene margen de deuda. “Cuesta imaginar un peronismo sin billetera”, dicen los que tampoco han podido garantizar aunque sea un monedero (y aunque olvidan los contextos aciagos de 1989 y 2002).
El presidente solucionó la crisis policial aunque con el costo del acuerdo institucional de la cuarentena. El efecto político es lógico: en marzo instaló en la mesa de los moderados del poder a Horacio Rodríguez Larreta, casi su necesario reverso, ahora quita un punto de coparticipación para dárselo a la provincia y Larreta queda en la mesa. Solo, como el último de los mohicanos moderados. Demasiado pronto para opinar sobre cualquier proyección a tres años de una elección presidencial, pero es la foto del día. Para el pulso de las redes sociales se pasa de presenciar en vivo un golpe de estado (una semana santa alfonsinista), y a las dos horas, ver en el anuncio presidencial el nacimiento de una santa federación. Lo mismo con Larreta. De ultrajado a Kennedy. Que twitter esté en tu mapa, pero que tu mapa no sea twitter. La semana del peor pico de contagiados y muertes, y esa noticia fatal pasó desapercibida. Recibí un breve mensaje de Gustavo Arballo en la reverberación del fin de la tarde de miércoles: “Recordaremos este como el día en que hubo 202 muertos y fue la tercera o cuarta noticia del día en importancia”. Ya nadie va a escuchar tu estadística.
¿Quién te salva?
Este texto de Esteban Rodríguez Alzueta propone alternativas de representación y un punto de vista ideológico “despojado” sobre la naturaleza del conflicto. El caldo de cultivo de esta “rebelión azul” fue de abajo hacia arriba: salarios atrasados en quienes son, también, el brazo del Estado. “El Estado te salva, no el mercado”, se decía en el arranque emotivo de la cuarentena. Impulsar o respaldar una posible agremiación de la policía es hoja de ruta, no para evitar conflictos a futuro, sino para asegurar canales de solución. A la par, Berni encuentra el límite de su propia figura: se le escapó “por abajo” la tortuga. Un funcionario de seguridad de un municipio que miraba la rebelión por televisión me dijo luego de su ronda de consultas con comisarios: “es la rebelión de los obreros de la policía”.
En este contexto en el que los policías son trabajadores esenciales resulta entonces sugestivo el “olvido” salarial. Primera línea de fuego de ese Estado que te salva. Salvo que por Estado entendamos sólo lo que nos gusta, lo que consumimos, lo que nos beneficia. Un Estado on demand. Pero es tan Estado Paka Paka, el médico del Durand o una comisaría de Ingeniero Budge.
Otro capítulo de la relación entre la grieta y la fractura. Sus distancias y su desconexión. El espectáculo y lo real. Porque lo contrario a grieta no es consensualismo, es profundidad. Un impuesto a las grandes fortunas no es grieta: es el Estado asegurando recursos, por ejemplo, para el fondo fiduciario que creó la ley de barrios populares sancionada hace dos años por unanimidad. Una reforma policial no es grieta: es una reforma radical de una estructura autonomizada (un Estado adentro del Estado). La única grieta que no se abandona es la que se conecta con la fractura social. Por eso el problema no empieza ni termina con Sergio Berni y su renuncia; de hecho no es un problema su estilo ni su nacionalismo proyectado en función de un tacticismo electoral que vislumbra una crecida de la bronca por derecha. El problema es no garantizar solvencia profesional, trabajo silencioso de funcionarios que no se autonarran sino que escriben y hacen el Estado. La gobernabilidad de esa fuerza. El problema es si cumple su promesa social, no si cumple su “deseo político”.
El jefe
¿Por qué pasó lo que pasó? Se escribió de todo, pero de fondo escudriño una explicación más: en Argentina pareciera no estar tan claro quién tiene el poder. Hablo de la política de Estado, de la “última palabra” de la autoridad. ¿Quién manda? En ese contexto donde la política parece más responder al “acuerdo político de las partes” del Frente de Todos (con todos sus mandos cruzados) que al orden institucional… ¿no es la ruptura de la cadena de mando policial, a su modo, un síntoma de esta cadena difusa del orden político? Incluso en ese matete tan al límite de lo tolerable: ir a Olivos a pedir una decisión bonaerense. Y entonces una tormenta perfecta: si es “confusa” la cadena de mando y a la vez a la política la absorbe la grieta los gobiernos son tomados por los ruidos que vienen del fondo de la fractura social. No los ven venir. Dicho más simple: nadie se enteró que un agente de la policía bonaerense gana 34 mil pesos, que sus horas extras valen alrededor de 50 pesos, que hay por lo menos 6 mil policías contagiados de Covid o que esos hombres y mujeres bonaerenses se consideran “condenados” a atenderse en IOMA (cuando, como dicen ellos mismos, la Metropolitana tiene OSDE). Cada policía que habló delante de los micrófonos tiró reclamos concretos y sensatos: falta de guantes de látex, alcohol en gel, contención psicológica, estado de los patrulleros, etc. Florecieron mil flores: las siglas de SIPOBA o SINPOPE (de penitenciarios) o APROPOL (ligado a viejos comisarios retirados) o la Defensoría Policial, nombres de representaciones insuficientes o remotas para una policía compuesta en su mayoría por jóvenes nacidos en democracia que encontraron en las redes sociales el camino para su “Primavera árabe”. También un límite institucional claro: dentro de la democracia, todo; fuera de la democracia, nada. Ya es lugar común que a las semanas tormentosas se las llama “la peor semana de Alberto” y se “duda” sobre su poder. Es curioso: cuando habla, cuando se presenta, ya no se duda más, disipa ese estado de ánimo. Su poder es en acto. Aunque demasiado solitario y dependiente de sí mismo. Es lo que quiso; tal vez, no es lo que necesita.
Un cartel lo decía: “la vida de un policía vale 50 pesos”. Olla y bombos rodeaban a un policía que declaraba en los medios con una remera de los Redondos. A metros, otra mujer sostenía un cartel: “tengo el corazón azul”. Frases del grupo Callejeros decoraban otra pancarta. Así, detalles de ese pueblo de la policía bonaerense. Patrimonios compartidos en todos los hijos de esa provincia. Mariana Moyano tuiteó esa tarde: “Dinamitados todos los excel ideológicos”. Dos verdades a la vez: el fin no justifica los medios y los policías lograron su aumento.
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El interrogante que abre el aumento salarial legítimo (aunque no sus modos de coerción) es paradójico: la justicia del reclamo de la policía fue reconocido. Esa solución proyecta una legitimidad futura que no puede esquivar un frente de tormenta inevitable: si el resultado que en pocas semanas se conocerá de la pericia sobre el cuerpo de Facundo Astudillo Castro compromete a miembros de esa fuerza. Porque acá se trata de que la justicia distributiva no arrastre un pacto de impunidad: de exigir una fuerza profesional y humanitaria a la vez. Algo de lo invocó Axel en su conferencia de prensa cuando, un día después, empezó a capitanear la tormenta. Lo que sigue es lo que queda: un Estado y una política que caminan en el campo minado de las fracturas sociales.