El ministro del Interior Eduardo ‘Wado’ De Pedro desveló algo que en los entretelones de la política ya se daba por hecho hace meses: Alberto Fernández es el único del Frente de Todos (FDT) que quiere una PASO. O por lo menos, uno de los pocos. El funcionario e integrante de La Cámpora reconoció que muchos dentro del oficialismo “están tratando de convencer al Presidente” de que desista de su proyecto de unas primarias “amplias” y “sin restricciones”.

En los últimos días, Máximo Kirchner –jefe de la organización que integra De Pedro– también abonó a la misma idea que su compañero camporista. “Para un oficialismo, que su Presidente vaya a PASO con otros competidores es por lo menos extraño”, sostuvo. Además, aprovechó para aclarar que su madre, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, no será candidata en 2023.

Gabinete tomado

Las PASO son, quizás, el último manotazo que el jefe de Estado intentará utilizar como recurso para no desaparecer del mapa del poder. ¿Si el FDT termina por llevar un candidato único, por qué sería Fernández, que no tiene ni capital electoral ni el peso que le cabría a un presidente en ejercicio en la propia estructura de Estado que conduce? Esa misma pregunta preocupa al mandatario. Lo segundo, mal que mal, venía siendo su principal activo en la coalición oficialista, hasta que Sergio Massa desembarcó en el Palacio de Hacienda y se quedó con el timón de la economía.

Desde que asumió, el área de influencia de Fernández en el Gabinete se vio diezmada. Le quedaron solo tres de los ministros originales: Gabriel Katopodis (Obras Públicas), Matías Lammens (Turismo y Deportes) y uno de ellos, Santiago Cafiero, reacomodado en Cancillería. En rigor, hoy cuenta con ese tridente, más Victoria Tolosa Paz (Desarrollo Social), Aníbal Fernández (Seguridad) y Raquel ‘Kelly’ Olmos (Trabajo) y Carla Vizzotti (Salud), que llegaron más tarde.

Sin embargo, siguen siendo muchos menos que los 15 que supo tener en los albores de la actual gestión. Casi la mitad. Además, en el medio le volaron a tres que no aparecen ni en la cuenta del inicio ni en la de ahora, porque llegaron después y se fueron antes: Juanchi Zabaleta, Julián Domínguez y Daniel Scioli.

¡A los botes!

El vacío de poder no se limitó a cargos ministeriales. Cuando Fernández llegó a la Casa Rosada, se rodeó de un equipo que pasó a ser su comando íntimo de operaciones. Integrantes de Grupo Callao, amigos de la vida y selectos compañeros de carrera asesoraron al jefe de Estado desde que asumió el desafío allá por diciembre de 2019.

Muchos de ellos también fueron abandonando el barco. Es el caso de Juan Pablo Biondi, el exvocero presidencial que salió eyectado tras la explosiva carta en la que la Vicepresidenta lo apuntó con nombre y apellido como el responsable de los “off the record” que salían de la Rosada en contra de ella.

Gustavo Béliz, otro de su núcleo de confianza, decidió tomar sus pertenencias y retirarse de la casa de Gobierno al enterarse que Massa tomaría las riendas de una de sus principales funciones hasta ese momento, como articulador de las relaciones con los organismos internacionales, bilaterales y multilaterales de crédito en la Secretaría de Asuntos Estratégicos.

Otros de menor trascendencia pública, como Miguel Cuberos –exsecretario de Asuntos Internos– o Marcelo Martin, quien renunció esta semana a la Subsecretaría de Comunicación, también se fueron a los botes, como dice la mítica canción del excantante ricotero, Indio Solari.

Pocos, como Vilma Ibarra o Julio Vitobello, se mantienen al pie de una montaña que desde mediados de 2021 comenzó a desmoronarse. Allí se recluye el mandatario con los alfiles de su núcleo en tiempos donde el kirchnerismo “no tiene idea de en qué andan” y Massa intenta una remontada económica histórica.

La circunstancialidad del volumen político

Alberto nunca quiso albertismo. Lo dejó en claro cada vez que tuvo la oportunidad de hacerlo. En cada uno de los puntos de inflexión de gobierno en el que sus aliados circunstanciales le recomendaron “plantársele” a Cristina y formar su propio “ismo”, el peronista porteño desoyó las sugerencias y mantuvo su línea.

Eso sucedió en momentos de fuerte empoderamiento, como cuando en la pandemia llegó a niveles de imagen positiva con pocos precedentes, pero también en otros de crisis: la derrota en las PASO 2021, la ola de renuncias de ministros esa misma semana, el voto negativo del kirchnerismo en el acuerdo con el FMI o la renuncia intempestiva de Guzmán.

Los que lo empujaban a plantar bandera eran, ni más ni menos, quienes le habían “prestado” el volumen político en un comienzo: organizaciones sociales como el Movimiento Evita de Emilio Pérsico y Fernando ‘Chino’ Navarro o Barrios de Pie, de Daniel Menéndez; la CGT –con su cotitular Héctor Daer como principal nexo–; y algunos gobernadores –como Sergio Uñac, Ricardo Quintela, Raúl Jalil y Gildo Insfrán– e intendentes bonaerenses –como Mario Ishii y Alberto Descalzo–.

Todos ellos siguen jugando para el Presidente, pero con una intensidad diluida. Los traspiés y errores no forzados de la actual gestión, sumados a la falta de resultados y de una perspectiva optimista hacia el futuro, sembraron las críticas y cuestionamientos internos que cosecha hoy el jefe de Estado entre sus aliados circunstanciales.

Algunos, como Juan Manzur, emprenden su retirada gradual, con el objetivo de resguardar el capital político que, en el caso del tucumano, puso en juego con su apuesta de migrar de la Gobernación a la Jefatura de Gabinete de Ministros, a fines de 2021. Al igual que el mandatario provincial en uso de licencia, hay otros que siguen adentro, aunque mirando hacia afuera. En el albertismo de trinchera, fieles no faltan, lo que falta es Fe.