Como No Time To Die, la película de James Bond, Duna fue una de las más esperadas desde el año pasado cuando comenzó la pandemia del coronavirus. Por muchas razones, el film prometía ser uno de los títulos más importantes en cuanto a industria, recaudación y, en este 2021, recuperación del público en las salas. Pero también era el regreso de uno de los directores más trascendentes de la actualidad: Denis Villeneuve.

No hay dudas que al director de Arrival (2016) le encajaba perfecto este proyecto. Ya estuvo a cargo de la secuela de otro clásico, Blade Runner 2049 (2017), pero esta vez le tocó dirigir la nueva adaptación de la obra literaria de Frank Herbert de 1965, famosa por su valor narrativo, filosófico, por momentos soberbio, y dentro del grupo de obras “inadaptables” a la pantalla grande. A todos esos condimentos se le suma un cast titánico: las dos figuras jóvenes del momento, Timothée Chalamet y Zendaya, junto a Oscar Isaac, Rebecca Ferguson, Jason Momoa, Josh Brolin, Stellan Skarsgard, Javier Bardem y tantos más. El resultado es también complejo, pero esta Space Opera destaca por su maravilloso apartado visual.

La novela que revolucionó y fue una referencia en el género, además de crear un universo enorme y complejo, abarca varios temas de una manera adelantada para la década de los 60 y generó una repercusión que se extendió en el tiempo y aún hoy posee miles y miles de fans en todo el mundo. También, hay que decirlo, funcionó como una clara inspiración para el universo de George Lucas (Star Wars). Con varios premios en el lomo, un film dirigido por David Lynch y uno que no llegó a salir a la luz con Alejandro Jodorowsky liderando, Villeneuve finalmente logró estrenar su interpretación de la obra de Herbert.

Esta primera parte (la película está pensada para tener varios capítulos más y el film solo abarca la mitad del libro) que llega a los cines argentinos el 21 de octubre, sigue la historia de Paul Atreides (Timothée Chalamet), el joven heredero de la Casa Atreides, hoy encabezada por el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac). La familia en cuestión es enviada por el emperador a una nueva locación: Arrakis, un planeta desértico (por momentos muy Mad Max: Fury Road) que antes era dominado por los Harkonnen y hoy se ven desplazados. Allí se encuentra una sustancia que estos recién mencionados controlaban desde hace décadas llamada Melange (o Especia) usada para modificar o alterar el espectro de la consciencia y el subconsciente humano. Este producto viene de los Gusanos de Arena, producido de forma natural, y es un componente fundamental para los viajes en el espacio además de servir como un narcótico.

Se estrena Duna, la adaptación de Denis Villeneuve que apuesta al impacto visual

En la primera mitad de la película, extensa y detallista al extremo (buscando ser fiel al libro), el espectador conocerá los secretos de las relaciones de toda la familia, de sus rivales, de la historia de los dos planetas, de la sociedad secreta de la cual es parte Lady Jessica (Rebecca Ferguson), madre de Paul Atreides, y de los Fremen, los habitantes originales de Arrakis. Todos estos elementos, que son necesarios para entender la complejidad de esta historia y las relaciones de la misma, son la base de la hora y cuarto inicial del metraje. Todo se ve muy lindo, inmenso, con un trabajo de arte descomunal pero por momentos también agotador.

Pese al tono monótono del extenso arranque, la historia queda muy bien explicada entre y se entiende como queda establecido el cuadro de conflicto y sus jugadores, salvo uno: ¿quién es la chica de los sueños y visiones de Paul, el joven protagonista? interpretada por Zendaya, ese será el enigma a resolver para el heredero de los Atreides (para quienes leyeron el libro no hay mucho misterio).

Ya en la segunda mitad, con el conflicto sucediendo, el ritmo cambia y toda la quietud se convierte en vida, en muerte, en explosiones, en guerra, sin perder la contemplación de los espacios, del contexto y sus jugadores. Menos conflicto político, más escenas de acción muy bien logradas y un Villeneuve que aprovecha todos los elementos de la historia para jugar a lo que mejor le sale.

Se estrena Duna, la adaptación de Denis Villeneuve que apuesta al impacto visual

Luego de una vertiginosa segunda mitad y con la llegada del clímax -con una fuerza contenida muy bien construida- la película no deja de ser un gran prólogo para lo que vendrá. Y el valor del largometraje en sí pasa a ser el de un pedazo de la historia donde todavía queda mucho por contar. Es verdad que así fue el planteo inicial y la búsqueda, pero el valor final de la obra es más descriptivo y contemplativo que de una historia concreta con un cierre.

Sagas como Harry Potter, Star Wars, Los Juegos del Hambre y tantas otras también tienen episodios que dejaron gusto a poco, sí, pero esta es una película de inicio, acá debería estar el alma, el conflicto, que el espectador pueda conectar con esos personajes y eso se vio bastante avanzado en el largometraje y no con tanta fuerza. Se siente una distancia entre espectador y personajes robada por la ambiciosa puesta en escena.

Sin dudas, una producción que apuntó a ser más deslumbrante visual que narrativamente y que por momentos entrega el film para el goce de los sentidos (fotografía, ambientación, vestuario, efectos y la música de Hans Zimmer) y ahí es donde mejor se mueve Villeneuve. Aunque el resultado es bueno, pero con la ausencia del corazón de la historia, se espera que Warner confirme la segunda parte convencidos del rendimiento de esta primera entrega en las salas.

Se estrena Duna, la adaptación de Denis Villeneuve que apuesta al impacto visual