Como profecía autocumplida, la famosa “unidad hasta que duela” encontró finalmente su destino. Una trampa de internas y bloqueos al otro que no permiten no solo gestionar sino que pone en duda la capacidad electoral del espacio político y su futuro inmediato. 

Al igual que un gran esquema ponzi, la unidad viene siendo una panacea a la cual llegar, y en la que se resolverían todos los problemas de los argentinos y –primero, aunque menos importante- los problemas del peronismo en su etapa reciente. Desde las internas abiertas de la elección de 2003, donde tres fórmulas llevaban la foto de Perón en la boleta, el debate integral de cuál era la conformación del peronismo y sus nuevos “ismos” marcó a fuego la discusión y el clima político. Desde ahí la unidad tomó distintos nombres y formas buscando resolver ese entuerto: cómo meter adentro a todos para lograr que la aritmética electoral se corresponda con la realidad. El resultado daba a entender que, si se suman todos los ismos el peronismo tiene el 60% del electorado… y a otra cosa mariposa.

Desde la transversalidad nestorista y pasando por la Concertación Plural, Unidos y Organizados, Unidad Ciudadana y ahora la experiencia coalicional (miel de politólogos) del Frente de Todos nunca lograron alterar el problema político. Juntar todo bajo un mismo techo no significa que los que estén adentro piensen lo mismo, ni que tengan siquiera un acuerdo programático estructural sobre los puntos clave de la argentina. Con mayor o menor aceptación cada uno de esos paraguas se encontró con lo mismo, con una imposibilidad de discutir los temas de fondo y que en vez de unidad parecía absorción: hay una caja de herramientas con pocas ideas y miradas únicas donde cualquier disidencia pasa a la órbita de los traidores, cómplices de la derecha u hoy entreguistas al Fondo Monetario. Un esquema ponzi tradicional: cada vez más gente adentro pero los que cosechan son poquitos y los otros no pueden salir del barco. La pregunta: en la unidad entran todos, ¿pero todos pueden hacer política?

Un esquema ponzi tradicional: cada vez más gente adentro
pero los que cosechan son poquitos y los otros no pueden salir del barco.

Resolver el problema del acuerdo catastrófico firmado por Macri terminó de desnudar esta nueva instancia del conflicto: un sector discute si realizar el acuerdo (no tanto el contenido), porque el problema es de fondo y es el Fondo. Las alternativas a no acordar nunca están presentes y la dimensión de responsabilidad sobre un gobierno que integran todos en esta trampa de “unidad” está ausente de manera casi infantil. La renuncia de Máximo y su posterior ausencia a la apertura de sesiones lo ilustra claro: no hay coincidencia en el rumbo y las reacciones parecen fruto de la frustración y la imposibilidad de que las cosas solo sean como uno quiere.

Acto de campaña del Frente de Todos
Acto de campaña del Frente de Todos

¿Hay posibilidades de futuro para esto? Si la victoria del Frente de Todos en 2019 -en lo que hoy parece otra vida- prometía ser una nueva etapa en esta era del peronismo/kirchnerismo con una particularidad atractiva (todos habían tenido un poco de razón y la unidad era el fruto de ese mea culpa colectivo), hoy la otra cara de esa moneda se atrapa en ese desafío inconcluso: cómo lograr que un espacio avejentado y que repetía dirigentes del lejano 2003 tuviera una mirada en clave de futuro.

Esa experiencia por realizarse tuvo a la Pandemia casi antes de empezar, con su consecuente cuarentena y concentración de las relaciones, los vínculos y los mensajes en los universos virtuales. Twitter se convirtió en la plataforma de gobierno y también de única escucha y registro de “lo que pasa con la gente”. No es casualidad que esto haya acentuado dos fenómenos. Uno más conocido y hasta sobreanalizado con los libertarios y su lógica “anti casta”, taquillero en los medios y como oferta electoral de medio término; otro como reacción a una situación de época: el status quo sistémico de la política no permite ni quiere que nada sea distinto, y cada vez trae menos soluciones a problemas reales. Una agenda que muchas veces parece de Narnia cuando afuera el clima se siente como el de Mordor.

Acuerdo aparte, la coalición está terminada al menos en esta configuración y la ajenidad con la cual se discuten temas de la superestructura como si fueran temas de las personas comunes solo mantiene la sensación de un giro en falso de la política en función de las demandas existentes. Es difícil de explicar que funcionarios y dirigentes que integran de manera estructural el dispositivo por el cual se gobierna puedan esmerilar al presidente casi diariamente con un costo inexistente para ellos y como si fuera posible decir y hacer cualquier cosa. Los cruces de cartas de plumas diversas se cruzan con mensajes en falso off a periodistas como una serpiente que se come la cola. Mientras tanto, afuera vive gente.  

Funcionarios y dirigentes que integran de manera estructural
el dispositivo por el cual se gobierna pueden esmerilar al presidente,
casi diariamente, con un costo inexistente para ellos.

No hay relanzamiento albertista en camino y no parece posible construir desde la debilidad lo que no se construyó desde la fortaleza del “comandante en jefe” que agradecía los dibujos que le enviaban los niños por redes sociales en la era del 80% de imagen positiva. Lo que puede haber es un claro llamado a resolver problemas tangibles, a ordenar una agenda que entienda que las posibilidades del Frente de Todos (y de sus partes) depende inexorablemente de que el gobierno y la gestión mejore, y esto no parece posible si “el corset” -como dice Noelia Barral acá- no permite generar ni un mínimo alto al fuego.

La alternativa entre romper o no romper parece inconducente. Es difícil romper algo que a las claras ya está roto. Las PASO de 2023 pueden ser la vía para discutir a la luz del sol y de frente lo que hoy opera como guerra fría y disputar con alguna regla de convivencia el sentido del espacio de cara al futuro. Mantener esta unidad vacía de sentido seguramente no traiga una victoria electoral y perpetuar la encerrona conduce al fracaso. Al ciclo que comenzó en 2003 le está llegando su última oportunidad de ser algo nuevo y con futuro o convertirse en un cúmulo de minorías intensas. 

Si la política y el peronismo no ofrecen novedad el determinismo de la imposibilidad de la coalición, marcada por las dificultades de Alberto por ejercer y gobernar junto a la desconfianza y lapidación a la que lo exponen desde el sector más duro, parecería terminar en el mismo lugar que los que apostaron a la generación zoe: desilusionados, viendo que otra vez el sistema terminó operando sobre y para poquitos, mientras siguen esperando en la vereda.