Brasil: pandemia, crisis y pérdida de liderazgo
Jair Bolsonaro asumió el gobierno el 1 de enero de 2019 y desde entonces Brasil es un manojo de nervios y tensiones. El estilo rupturista y autoritario del presidente hace del excapitán paracaidista del ejército un personaje atractivo para el análisis de un país que había logrado consolidar una institucionalidad política luego del retorno democrático de 1985.
En estos 18 meses, Bolsonaro demostró su intención de conformar un gobierno pretoriano con militares empoderados para moderarlo, tomar decisiones de Estado y negociar en su nombre acuerdos de gobernabilidad que conviven con un liberalismo económico ortodoxo y una derecha reaccionaria que intenta empujarlo a postulados antidemocráticos.
La gestión de la pandemia por el nuevo coronavirus le valió críticas de todo el mundo por ubicarse como uno de los principales negacionistas de una problemática que ha dejado como saldo casi 2 millones de infectados y más de 64 mil fallecimientos. Su postura contra las medidas de aislamiento no deben caer en la simpleza de la locura o la estupidez, sino que forman parte de una decisión política tendiente a sostener cierta estabilidad macroeconómica a pesar de las consecuencias sanitarias.
Con la quinta a fondo puesta en "cuidar la economía" un retroceso significaría una rendición y eso, para el ex militar nunca es una opción. Priorizar la economía no resultó, diversos análisis pronostican que el PBI sufrirá una contracción del 7,4 por ciento y, de acuerdo con la consultora FGV, el desempleo podría superar los 18 puntos.
Lejos de afectarlo, la tozudez bolsonarista lo lleva a morir con las botas puestas. En el plano de la salud no cambiará el foco ni siquiera habiendo contraído el virus, ya que la primera imagen luego de la confirmación de la noticia a los medios fue la del mandatario tomando cloroquina, un medicamento utilizado para la malaria que la ciencia no recomienda usar con pacientes con Covid-19. Su recuperación será el argumento para seguir por la misma senda.
El panorama es tan intenso como complejo pero a pesar del colapso sanitario y económico, y las investigaciones judiciales que merodean su entorno, Bolsonaro resiste y tiene chances de terminar su mandato e incluso ser candidato para la re-elección. ¿Cómo? Un núcleo duro que lo sostiene por más que mate pollitos en la avenida Paulista, el apoyo de los militares que componen el gobierno, los acuerdos con el Centrão y una oposición que no logra suturar heridas para construir una unidad robusta.
En el plano internacional, el gobierno ha dejado claro su alineamiento con Estados Unidos y fue forzado a tener un equilibrio necesario con China, su principal socio comercial y combustible que alimenta el motor del agronegocio brasileño. Lo que aparece ausente en el horizonte es un aspecto que Brasil siempre se ocupó de cuidar por ser su zona de influencia: Suramérica.
El Mercosur dinamitado de Bolsonaro
La postura que se impone sobre el Mercosur es la del ala liberal comandada por el ministro de Hacienda, Paulo Guedes, que no prioriza al bloque regional y busca reconvertirlo en una zona de libre comercio. En una primera lectura es fácil concluir que quien puede salir fortalecido con este giro sería el sector de los agronegocios pero ¿qué pasa con la industria? Cabe recordar que la Confederación Nacional de la Industria de Brasil firmó un comunicado conjunto con la Unión Industrial Argentina para condenar los acuerdos de libre comercio firmados con Corea del Sur. Por lo bajo, los industriales se muestran escépticos, preocupados o abiertamente buscando otras opciones políticas. Lejos quedó la época en la que la fachada de la Federación de Industriales de San Pablo celebraba la destitución de una presidenta democráticamente electa.
Uno de los debates internos del Mercosur es el de la reforma del Arancel Externo Común (AEC) cuya función ha sido principalmente la de tener una política arancelaria coordinada para la mayoría de los productos frente a terceros países, favoreciendo el comercio intrarregional a expensas de las importaciones provenientes por fuera del bloque.
En otra señal de falta de voluntad de integración, el Gobierno brasileño autorizó una suba de 750.000 toneladas a 1,2 millones de toneladas el trigo importado sin el AEC de 10% que deben pagar los países que no pertenecen al bloque. Así, la cuota extra de 450.000 toneladas regirá hasta noviembre de este año y solo se activará cuando la actual se complete en un 85%.
El diplomático argentino y profesor de Derecho Internacional, Ricardo Arredondo, planteó desde su cuenta de Twitter que "esta es una situación que no ha recibido la atención debida por los medios de prensa argentinos. El Mercosur se ve afectado no sólo por rivalidades ideológicas, de cosmovisión o de personalidad de sus líderes sino también por estos hechos que boicotean el proyecto comunitario”.
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Mercosur sigue siendo el destino de una gran parte de las exportaciones de la industria manufacturera brasilera y este camino profundizará la primarización de la economía y la condición del país como exportador de productos de bajo valor agregado.
De esta manera, Brasil está atentando contra una filosofía regional de la que fue socio-fundador y se vio altamente beneficiado con la internacionalización de sus principales empresas (Odebretch, Petrobras, OAS, por citar algunas) que luego fueron desmanteladas por la Operación Lava Jato.
El gigante suramericano se consolidó como líder político regional y potencia económica emergente gracias a las estructuras regionales y difícilmente pueda serlo sin ellas.
La relación con Argentina: una vieja sociedad que se rompe
Argentina y Brasil han formado sociedades poderosas. En las vísperas del Mercosur, José Sarney y Raúl Alfonsín firmaron el pacto de Foz Iguazú con rúbrica ocho meses después en Buenos Aires. Ese entendimiento fue el primer eslabón de una nueva relación que encontró una unidad de concepción entre todos los presidentes posteriores de ambas naciones respecto del carácter estratégico que significa un espacio regional común.
La creación de Mercosur en 1991 fue un primer paso que dieron Carlos Menem y Fernando Collor que fue continuado y ampliado por Fernando Henrique Cardoso con la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) y finalmente potenciado por Lula con la concepción del Mercosur en un contexto multipolar de bloques emergentes y la posterior creación de Unasur.
La coyuntura actual nos presenta dos presidentes con fuertes y aparentemente irreconciliables diferencias pero que tendrán que convivir hasta que finalicen sus respectivos mandatos. Es, después de la pandemia y la deuda, el principal tema a atender para el gobierno de Alberto Fernández y debería ser un punto de preocupación para el oficialismo brasileño.
El trabajo de Felipe Solá tejiendo por lo bajo buenas migas con su par, Ernesto Araujo; la diplomacia parlamentaria que acerca a Sergio Massa con Rodrigo Maia; y la certeza de que al ala militar le interesa preservar los vínculos con su vecino no son suficientes para remontar una relación que arranca menos diez.
Jair Bolsonaro llegó para romper una tradición de acuerdos y orientar a su país a un libre comercio que ya fracasó en la década del 60 con Alalc. Lo cierto es que si Brasil quiere ejercer un liderazgo geopolítico suramericano y mantenerse como potencia hegemónica regional necesita de Argentina.
Además, decidió resignar un liderazgo no solo económico-regional sino también internacional como los que hicieron trascender las fronteras de su país a Fernando Henrique Cardoso por el éxito del Plan Real o la diversificación de la integración, y a Lula Da Silva por los logros en materia de combate a la pobreza y su visión de cooperación Sur-Sur que intentó unir lazos con Africa.
Argentina y Brasil podrían beneficiarse mutuamente ante el escenario internacional catastrófico que se avecina. Lo acompañan los antecedentes históricos y los buenos resultados obtenidos cuando se pusieron de acuerdo para alzar la voz en diferentes instancias globales. Para que esto pase hay que dejar de lado la ideología y soltar agendas ajenas para comenzar a construir la propia antes de caer en una inevitable irrelevancia.