Se llama Juan Horacio pero Juanchi le queda mejor. Anda de jean y buzito para estar cómodo porque para él, según dicen, “no existen los feriados”. Recorre los barrios de su comarca con ojo de amo: llega de improviso a los clubes, los comedores escolares, los centros de contención para mujeres para cerciorarse de que las cosas estén funcionando como figura en los papeles. Meticuloso, controlador y querido, es de los que prescinden de la fajina para hacerse respetar: zapatilla mata mocasín. Se sabe.

Trabalenguas del destino, no había lugar en su Morón natal para un Zabaleta y un Sabbatella. Pero con sus años de militancia en el PJ cerca de Horacio Román —ligado a una Maldita Policía que aún mata pero no muere—, ganó la localía vecina. En 2019, el 55% de los hurlinguenses, flojitos de gentilicio, lo reeligieron como intendente.

Pero antes, en 2004, cuando no llevaba las preocupaciones de sus colegas intendentes a La Plata sino directo a Olivos, fue director de Relaciones Gremiales en la ANSES primero y Coordinador de Gestión después. Ahí conoció al advenido Massa y al caído Boudou, que lo hizo su mano derecha en el Ministerio de Economía como Subsecretario de Relaciones Internacionales en 2009. Las buenas migas lo llevaron en 2011 al Senado de la Nación para ser nombrado como Secretario Administrativo. En la jura todos le tiraron flores, incluso Mike Pichetto, cuando todavía no había apostado a perdedor.

Intendentes de la primera sección del conurbano, con Áxel Kicillof.
Intendentes de la primera sección del conurbano, con Áxel Kicillof.

Pese a su expansión, Juan Horacio nunca abandonó la causa bonaerense sino todo lo contrario. Fue concejal del FPV en 2013 hasta que alcanzó la intendencia de Hurlingham por primera vez cuando Cambiemos arrasó con la provincia. Dúctil y dialoguista, Zabaleta sonrió para la foto y dijo que Mamá Leona era la única dirigente del mejor equipo de los últimos 50 años que entendía el territorio. “El conurbano es cosa así, ahora viene y te rompe todo”, podría reversionar el gran trío rockero del oeste.

Suma 37 años en política. Antes y ahora, es el hombre de las conciliaciones, algo difícil para una clase política infantilizada que se deja correr por periodistas y se picantea por Twitter. En un frente de gobierno con grieta propia, Zabaleta le escapa al barullo: sabe que callar también es tener palabra. En mute quedó su distanciamiento con CFK cuando para las legislativas de 2017 dio una vuelta en calesita con Randazzo. Su pasado en el automovilismo lo ayudó a no comerse la curva sexy de la disidencia. Los reflejos rápidos, a esquivar la derrota.

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Copiloto honorario de Fernández, hoy es gestor y gestante del albertismo en el conurbano, adoptante de los huérfanos de Macri —primo Jorge incluido. Asegura que allí “no hay una sola mecha prendida” gracias al trabajo en tándem que hace con sus pares para contener los estragos de la pandemia. Soporta las presiones camporistas y el bullying del Ministro Karateca. No piensa empeñar un nombramiento más cerca del presidente ni tampoco pegarle un tiro a Máximo. Qué son esas pavadas.

De “la Chevy”, Zabaleta apuesta todo por la gobernación de la pacha bonaerense. TC 2023: son varios los pisteros que anhelan agitar el champucito de la victoria. Pero todavía falta mucho y no todos saben que “para ganar lo primero que hay que hacer es llegar”. Menudo consejo del compañero Fangio.