Alberto Fernández entre el mundo ideal y el posible
El mundo post pandemia es uno de los grandes interrogantes del momento. Todos se hacen la misma pregunta sin lograr alcanzar una misma respuesta sobre lo que se viene. La realidad es que la crisis del coronavirus confinó a más de 3 mil millones de personas en todo el planeta y dejará economías reprimidas, menos empleo y más pobreza. Las cifras que aportan los organismos internacionales proyectan caídas más fuertes que la de la crisis global de 2008 e incluso mayores que la gran depresión de 1930, con cifras que se asemejan a un contexto de guerra mundial.
En América Latina las consecuencias están a la vista en un territorio que cuenta con 104 millones de personas que viven en asentamientos, villas miserias o favelas. Los informes de la Cepal y la Organización Internacional del Trabajo indican que la crisis económica tendrá como saldo 11,5 millones de nuevos desempleados en el 2020 en la región, un total de 37,7 millones de personas. Es decir, la contracción económica de 5,3 por ciento provocará un aumento de la desocupación de 8,1 por ciento de 2019 a 11,5 de 2020.
Ambas organizaciones esperan un marcado deterioro de la calidad del empleo en un continente donde la tasa media de trabajos informales alcanza al 54%, afectando principalmente a los sectores más vulnerables. Asimismo, la OIT estima una reducción de un 10,3% de las horas de trabajo, lo que afectará a unas 32 millones de personas. La pobreza alcanzaría un 34,7% en Latinoamérica este 2020, casi 215 millones de latinoamericanos estarían sumidos en la pobreza, mientras que la pobreza extrema, aumentaría al 13% (83,4 millones de personas).
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Esto es lo que sabemos del mundo que viene, y no es para nada alentador. El gran desafío tiene que ver con las políticas que se apliquen para levantar este muerto.
En este marco, Alberto Fernández busca construir una línea de intervención que le permita pararse sobre la defensa de la unidad regional, la cooperación y el multilateralismo como herramienta para empezar a resolver una crisis de este calibre. La idea esbozada por el papa Francisco de que “nadie se salva solo” y la esperanza de un capitalismo más humano luego de la crisis engordan una narrativa con la que el líder del Frente de Todos pretende ocupar un lugar de protagonismo en un escenario global convulsionado. El problema con el que se encuentra este razonamiento es la prioridad que los países le están asignando a su desarrollo nacional, por encima de la lógica regionalista multilateral de carácter más autónomo utilizadas por los países suramericanos para sobrellevar la crisis del 2008 a través del G20 y Unasur durante la Gripe A.
¿Por qué sucede esto? El perfil bilateral que le imprimen China y Estados Unidos a su tensa relación y la ausencia de un espacio legitimado para procesar los problemas internacionales llevan al resto de los países a pensar la relación con el mundo desde esa perspectiva. Una muestra clara fue la cumbre del Mercosur realizada el último jueves de forma virtual en donde Brasil, Paraguay y Uruguay pusieron el foco en los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, China y la Unión Europea. La concepción del rol del Mercosur para estos países se basa en menos comercio intrarregional y venta de materias primas a las principales potencias.
El debut de Fernández en la reunión regional expuso su soledad. Mientras nuestros vecinos defienden una agenda de comercio abierto a pesar de la pandemia, Argentina pone lógicos reparos sin tensar demasiado la cuerda en un bloque que parece estar atado con alambres. La inexplicable presencia de Jeanine Añez también es una derrota política para nuestro país, ya que, la correlación de fuerzas no permitió no solo evitar el golpe de Estado en Bolivia sino que ni siquiera logró suspenderla del bloque como pasó con Paraguay en 2009 y Venezuela en 2016.
El mejor escenario para el Gobierno es que el acuerdo con la Unión Europea lo sigan frenando desde Europa y las reformas tendientes a la flexibilización del bloque se suavicen. Es decir, Argentina tiene la difícil tarea mantener su autonomía sin romper nada. Es correcta la decisión del Gobierno de remarcar la pertenencia de Argentina en el bloque regional y no retirarse de ninguna mesa de negociación, ya que lo único que podemos esperar del Mercosur es que siga existiendo.
Un problema llamado Brasil
La relación entre Alberto Fernández y Jair Bolsonaro estuvo mal parida desde el principio. Mientras Bolsonaro hacía campaña por Mauricio Macri y advertía sobre una “venezuelización” de nuestro país, Fernández visitaba a Lula en la cárcel de Curitiba. Lo último que se necesitaba era que relación de dos países que siempre fueron claves para el desarrollo suramericano como Argentina y Brasil arranque rota.
La charla virtual organizada por Clacso que tuvo a Alberto y Lula como principales oradores contribuyó poco y nada al maltrecho vínculo. Allí, a la cierta nostalgia manifestada por el jefe de estado argentino respecto del proceso progresista de la década pasada se sumó una acusación directa a los presidentes latinoamericanos de seguir la agenda de la Casa Blanca sin reparos. Los ejemplos citados por el mandatario fueron la decisión de apoyar al candidato de Donald Trump para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo y permitir la ruptura de Unasur. Por más acertado que pueda ser el análisis, ese tipo de aseveraciones son una aberración en términos de diplomacia y Relaciones Internacionales, y en Cancillería lo saben.
Todo eso sucede por ciertos arrebatos espontáneos que algunos lo asemejan al estilo de Néstor Kirchner y la inexistencia de diplomacia presidencial en una región donde la relación personal de los mandatarios es determinante para la relación bilateral. Es claro que la hiperideologización del mandatario brasileño se expresa en un alineamiento directo con Estados Unidos y una agenda económica que no es compatible en nada con los intereses de nuestro país. Eso no va a cambiar, al menos en el mediano plazo.
Las intenciones de acercamiento a través de Felipe Solá y la diplomacia parlamentaria diseñada ágilmente por Sergio Massa no alcanzaron para acercar posiciones, pero revela que por debajo de Bolsonaro hay actores como el titular de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y el vicepresidente, Hamilton Mourao, dispuestos a avanzar en la normalización de la relación.
Los aliados
En este marco de soledad, los aliados se cuentan con los dedos de una mano. En palabras del propio presidente aparecen el mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador, y el español Pedro Sánchez.
Con el mexicano hay coincidencias en agendas independientes de las pretensiones de Estados Unidos como la de imponer a Mauricio Clever Carone al mando del BID, apoyar al país en la negociación con los acreedores de la deuda, en la importancia de una salida negociada para la crisis en Venezuela y la condena al golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia. Fuera de esos ejes, puede existir un juego en tándem en la Celac pero no mucho más, ya que el comercio entre los dos países es bajo y entre los postulados de la denominada por el líder mexicano “Cuarta transformación” no existe un proyecto estratégico que incluya a América Latina. López Obrador tiene dos prioridades bien concretas: defender los intereses nacionales y convivir lo mejor posible con Estados Unidos.
Por su parte, el presidente español Pedro Sánchez es un espejo para el jefe de estado argentino quién se identifica con el perfil progresista de su gobierno. En ese punto podemos agregar a Portugal, Alemania, Italia y Francia con quienes Argentina pretende reforzar su vínculo y fueron los destinos elegidos por el mandatario nacional en su última gira internacional.
De todas formas, el más importante aliado es China con quien hay coincidencias estratégicas en torno a la importancia de evitar un unipolar, pero por sobre todos los aspectos por la enorme importancia que tiene el gigante asiático para nuestro país, al punto que se convirtió en el primer socio comercial por encima de Brasil, Estados Unidos, Vietnam e India.
La tercera posición
Alberto Fernández dijo en su asunción que la política exterior argentina se iba a basar en una diplomacia comercial dinámica que apuntaría a duplicar las exportaciones. Si bien esa hoja de ruta ha sufrido alteraciones lógicas, el lema sigue siendo el mismo. En síntesis, lo que se plantea es hablar con todos sin comprometerse con ninguno preservando niveles de autonomía relativos. Es por eso que lograr cierta tranquilidad regional, mantenerse al margen de la disputa entre Estados Unidos y China, y empezar a pensar puntos de relación con Europa, Rusia, India y el Sudeste Asiático forman parte de las prioridades para lo que viene.
Pero esto no será fácil, el coronavirus aceleró la disputa por la hegemonía mundial entre Washington y Pekin y eso tendrá repercusión por estos pagos, ya que, en su afán de controlar su zona de influencia ante el avance chino, Donald Trump pretende aplicar una nueva Doctrina de Monroe que aísle al gigante asiático de nuestros países. ¿Qué hará Argentina si la política de presión norteamericana se torna más agresiva? Hay que estar preparados para cuando venga el tironeo.
De esta forma transita nuestro país en la arena internacional. El Presidente sabe que tiene que hacer un equilibrio muy fino entre el pragmatismo que demanda la etapa y los principios ideológicos que pueden perjudicar el escenario ante la falta de aliados. Cualquier desvío puede significar el abismo y por eso hay que evitar la nostalgia del pasado, la verborragia y las charlas motivacionales con expresidentes amigos para tejer de manera minuciosa e inteligente nuestro sistema de relaciones.
El mundo ideal de commodities en alza, diplomacia presidencial aceitada, proyectos estratégicos con liderazgos fuertes y homogeneidad ideológica no existe y probablemente pase mucho tiempo para que se repita un escenario político similar. No se trata de bajar banderas sino de entender lo que demanda el presente y tener audacia para afrontar el futuro.