Sin lugar para los moderados
La ilusión de la unidad nacional se disolvió con el desgaste de la cuarentena. Mientras los discursos de odio avanzan en el mundo, la Argentina se agrieta de nuevo. A los moderados se los traga la realidad. La reaparición de Mauricio Macri potencia las divisiones y fortalece a Patricia Bullrich en la interna del PRO, mientras el “ala racional” descansa en debates sobre cómo ponerle un freno. “Los partidos políticos están para hacer política, no para quedar bien”, se regocija Patricia y justifica sus comunicados explosivos. El argumento descoloca porque no se identifica con un espacio que organizó su discurso político sobre la base de la antipolítica, aunque sí va en línea con la evolución de Macri. El ex presidente dejó hace rato de ser un significante vacío. Terminó de radicalizarse hacia el fin de su mandato, con la inyección de optimismo de las plazas del “sí, se puede”. Macri hoy se muestra sólido y con ganas de capitalizar el enojo de los ciudadanos “libres” que presionan al Gobierno.
Su reaparición incomoda en el macrismo soft que crece bajo la proyección nacional de Horacio Rodríguez Larreta. Si aumenta el hartazgo social, el único “posmacrismo” posible será el propio Macri. O alguna versión que se le parezca bastante. Mientras tanto, Bullrich reinventa el PRO a su imagen y semejanza. La presidenta del partido es dueña del “botón” que antes tenía Marcos Peña -a través de Humberto Schiavoni- para definir qué se dice y cómo se dice. Un sector se ilusiona con resolver el problema imponiendo una mesa ejecutiva que les baje el tono a los documentos, pero la verdadera discusión no es por la “comunicación”. Se trata de una lucha de poder. Lo que está en juego es el futuro del PRO y de Juntos por el Cambio, que hoy conducen a los tiros Bullrich y su aliado Alfredo Cornejo.
La interna nacional tiene su correlato en territorio bonaerense, donde el objetivo de María Eugenia Vidal de encabezar la boleta de diputados nacionales por la Provincia en 2021 ya avizora a Emilio Monzó como su primer problema. Caída la cortina de hierro, el ex diputado construye en los municipios con el aval de su amigo Larreta. Su peso político no resulta hoy una amenaza para Vidal, pero sí podría dañarla en caso de emular la “estrategia Randazzo” y competir por afuera. La relación entre ambos, completamente detonada, ensaya un esbozo de reconciliación entre almuerzos ampliados y zooms de cuarentena. “Si te sentás a comer con tu ex es porque algo está pasando. Puede que no termine en casamiento, pero hay un intento de resolver algo”, simplifican desde el vidalismo.
En la Provincia también aparece Diego Santilli, que construye con la bandera de Larreta, y Jorge Macri, que nunca ocultó su voluntad y hoy avanza con el “grupo Esmeralda” del PRO que completan Néstor Grindetti, Julio Garro y Diego Valenzuela. Los “moderados” de la gestión justifican las internas como parte de un “proceso de entendimiento” y piden “normalizar las contradicciones”. Repiten que hay una estrategia acordada para que cada uno salga a buscar su voto y después todos confluyan bajo el paraguas que más mida. Mientras tanto, bajan la cabeza y gobiernan.
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Los afiches de “Fuerza Alberto” que aparecieron este fin de semana son una muestra gráfica de la polarización creciente. Al clima que ya venía caldeado -lo resumió Juana Viale al poner en duda si Alberto podrá terminar el mandato- se le suma la aparición de Macri y la consecuente reacción de los principales referentes del albertismo: salir a callarlo. Subrayar la irresponsabilidad política del ex Presidente alentando una protesta en plena cuarentena no es suficiente para tapar que su oportunismo convive con un Gobierno que no fue capaz de contener a esos sectores. No suma repartir culpas, aunque sí tal vez poner en perspectiva que la cultura de la cancelación jamás puede resultar útil para mostrar los puentes políticos que el oficialismo quiere (¿quiere?) tender.
Alberto insiste en retomar el discurso de unidad que fortaleció con fotos, reuniones y llamados cuando lanzó el confinamiento, pero le rechazan convocatorias y se le dificulta ponerlo en práctica. Algo cambió en estos meses de encierro. Reapareció una grieta a la que el Gobierno “le metió 300 metros más de profundidad”, en palabras del diputado Mario Negri, que hace cuatro meses sostenía que el Presidente era el único “comandante de la batalla”. Oficialistas y opositores insisten con el llamado a la posgrieta, pero vuelven al ruedo repitiéndose como farsa. “El amor vence al odio” solamente en la Argentina del ying y el yang. El laberinto que ya conocemos, el que conduce a un Macri en la puerta de salida.