Nadie sueña liderar un gobierno de hombres grises. Una gestión magra, una presidencia desabrida. Mucho menos Alberto Fernández, que de la promesa de la reconstrucción de la unidad nacional y el salvataje a las pymes tuvo que pasar a contar camas de terapia intensiva y comprar respiradores. El Gobierno intenta reciclar el discurso esperanzador, pero se choca con sus propias limitaciones. El esfuerzo por retomar la retórica épica conduce a anuncios explosivos que terminan desinflados. ¿Errores no forzados? Valdrá, tal vez, un mea culpa por subestimar la relación de fuerzas. También pesa el papel de una oposición rancia que asoma cuando ve sangre, porque jamás compró el colaboracionismo. Todo en medio de la pandemia. Porque es triste la verdad, y lo peor, aún no tiene remedio.

Este lunes la causa por espionaje ilegal quedará acorralada por una avalancha de pedidos de nulidad. Con el apartamiento del juez Federico Villena y el pase de la causa a su vecino Juan Pablo Augé, es probable que las pruebas recolectadas -que son muchas y contundentes- finalmente no sirvan. También empezarán a llover denuncias contra el juez, que podría pasar de investigador a investigado. Se saborea alivio en el entorno de Mauricio Macri, donde se vivió con malestar el allanamiento a su sombra, Darío Nieto. Saben que los cuestionamientos a Villena y el revoloteo mediático colaborarán con su objetivo de instalar que se trata de una causa armada. “Van por Mauricio”, fue el latiguillo que recorrió los chats de la juventud PRO.

El juez Federico Villena. Foto: NA/MARCELO CAPECE
El juez Federico Villena. Foto: NA/MARCELO CAPECE

En ninguno hizo mella la ventana al inframundo de los espías amarillos ni abrió dudas sobre la inocencia del “uno”. Ni siquiera parece haber alarmado a Horacio Rodríguez Larreta, que -por convicción o por presión- aún después de ver las pruebas de espionaje en su contra y constituirse en querellante, terminó abrochando su firma al comunicado de Patricia Bullrich para defender a Macri y Nieto. Unidos cuando las papas queman y la paradoja de una causa que evidencia que no está tan muerta la doctrina Irurzun, porque para algunos las detenciones solo son arbitrarias si se producen de su lado del charco.

No es la única causa que se cae. La convocatoria a la unidad nacional, ese mito inclaudicable, quedó malherida con los cruces de este fin de semana, después de que -una vez más- Juntos por el Cambio se cobijara bajo el ala de Bullrich e involucrara al Gobierno en el asesinato de Fabián Gutiérrez, ex secretario de Cristina Kirchner. Un documento “canallesco”, en palabras del Presidente. La escasa prudencia de ese sector sólo sorprendería a quienes realmente creyeron que podrían tener una actitud responsable por estar en pandemia. Nada nuevo bajo el sol: puede que algunos se distraigan en discusiones anticipadas sobre candidaturas o en partidos de paddle clandestinos, pero todos quieren volver y piensan en 2021.

Arranca una nueva semana y Sergio Berni sigue en el Gobierno. “Es el primer opositor”, se quejaron cerca de la ministra Sabina Frederic cuando su par de Seguridad bonaerense inauguró la nueva fase de la cuarentena con un berrinche contra los controles de la Policía Federal. Ese mismo miércoles pegó una vez más el faltazo a la reunión del Consejo de Seguridad Interior. “No mandó ni un minion, mea el Consejo”, reflejaron desde la cartera nacional sin eufemismos. Berni pasó de ser una piedra en el zapato, una incomodidad, a un verdadero problema. ¿Quién lo sostiene? La respuesta sobre la influencia de Cristina queda renga: Berni hoy también debilita a Axel Kicillof, el único dirigente mimado de la vice. También molesta a los intendentes y algunos ya arriesgan que Cecilia Rodríguez será quien lo reemplace.

¿Qué busca Berni con sus desplantes? Hay quienes apuestan que se sabe afuera y quiere capitalizar lo que se pueda, también mirando 2021. Esa búsqueda electoral personalista tiene una contradicción intrínseca: es el único ministro que se atreve a decir que su verdadera conductora es Cristina -ya sea porque así lo siente o para ningunear al Presidente- pero es también el único que busca sumar el voto bala que estima a Bullrich. Ese catch all que lo potencia en los estudios de televisión, ¿tiene chances de traducirse en las urnas?

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A la actitud “canallesca” de la oposición y las tensiones esperables de un gobierno loteado -con el silencio sugestivo de algunos de los miembros fundadores- se suma la angustia social por el encierro. Aparecen entonces, con la necesidad de retomar la iniciativa en la peor coyuntura, una serie de anuncios explosivos que se presentan con grandilocuencia pero terminan borroneados. De expropiar Vicentin como primer paso a la soberanía alimentaria a la búsqueda de una “alternativa superadora” que deje conformes a todos. De la justicia poética del impuesto a los ricos a su naufragio indefinido en las afueras del Congreso. Del Paolo Rocca “miserable” a pagarle el ATP.

¿En qué quedó la ruptura de las relaciones comerciales con el Mercosur? ¿Cuándo se cierra el acuerdo por la deuda? La ansiedad por reconfigurar el mapa conduce a promesas que entran en fade. El día después todavía no asoma y acaso el Gobierno deba medir el costo real de sus causas caídas, mientras transita la noche y baila con la que le tocó. Porque cuando se despierte, la pandemia todavía estará ahí.