A Roberto Lavagna la consigna le quedó grabada a fuego. Cuando Néstor Kirchner llegó al gobierno, decidió edificar su poder político sobre tres pilares que no se podían descuidar ni un instante: la calle, la provincia de Buenos Aires y los bancos. Sus ministros tenían que saberlo. De aquel infierno del Dante, que a Alberto Fernández le gusta tanto evocar, sólo se podía salir con esos tres frentes controlados. La pandemia, el aislamiento y la parálisis en una economía que va de la recesión profunda a un pozo ciego reflotan el diccionario de la catástrofe y actualizan la encrucijada del kirchnerismo.

Guiado por el Comité de Expertos, el Presidente prolonga una cuarentena sin fecha de vencimiento, posterga la conflictividad y toca el cielo fugaz de las encuestas. Lo hace para preservar la salud de la población, pero choca a cada paso con los límites que le fijan la escasez y los factores de poder.

Mientras el frío llega y el virus se potencia, los costos del aislamiento son siempre desiguales. En la tercera sección del conurbano bonaerense, los intendentes reciben hoy 4000 pedidos de alimento por día, cuando en el último año de ajuste de Macri recibían 500. Un bolsón con 10 productos básicos como harina, azúcar, polenta y fideos les cuesta mil pesos: son 4 millones de pesos por día para jefes comunales que dicen estar gastando lo poco que tenían ahorrado. Desde que asumió el Frente de Todos, hace 125 días, esos mismos municipios declaran haber recibido el equivalente a tres días de demanda de comida: 10 millones de pesos de Nación y 4 millones de pesos de la gobernación Kicillof. Dependen de Fernández para pasar el invierno.

Fernández se mira en el espejo astillado de Kirchner

Dividido en varios grupos, en el peronismo de la provincia se quejan de que los sobreprecios en Desarrollo Social hayan quedado asociados a los intendentes en general cuando seis de los 15  funcionarios desplazados habían trabajado específicamente con dos, Mariano Cascallares, de Almirante Brown, y Martín Insaurralde, de Lomas de Zamora. Queda entre las organizaciones sociales, La Cámpora y el incipiente albertismo la administración de fondos esenciales para todos.

Después de haber pagado deuda en dólares durante cuatro meses, el gobierno se esfuerza en inyectar pesos para contener a los sectores más golpeados por la crisis, mitigar el impacto del encierro en los informales y auxiliar a las pymes para sostener el empleo. Nada alcanza.

Si los científicos son los que marcan el rumbo de Fernández, los bancos son los que delatan sus debilidades.

Guste o no, las entidades financieras están saturadas de pesos y ofician como un verdadero dique de contención que impide que ese dinero llegue a las microempresas. Así aceleran lo que desde Analytica denominan la “mortalidad de empresas”. Según el último informe de la consultora de Ricardo Delgado y Rodrigo Álvarez, del total de 597.000 firmas que hay hoy registradas en Argentina, el 97% son pymes de hasta 49 empleados y más del 50%, 325.000, están paradas por el COVID-19. Sin liquidez y sin crédito, pueden sobrevivir apenas tres semanas. Después de ese lapso, les queda elegir entre tres alternativas desagradables: despedir personal, dejar de pagar los sueldos o quebrar. Por cada 10.000 pymes que cierran (el 3% están en situación crítica), el desempleo aumenta 3 puntos. Distinta es la situación de las empresas con mayor número de trabajadores que pueden aguantar hasta 14 semanas el pago de salarios y sin embargo son las que, como la multinacional Techint, están a la vanguardia de los despidos y las suspensiones con recorte de sueldo.

Difícil encontrar explicación para saber por qué el Banco Central no actúa sobre los bancos, eternos ganadores de todos los modelos. Pensar bien es suponer que Miguel Pesce sigue la lógica del primer Kirchner, aquel que no quería generar psicosis en la población a partir de la inestabilidad del sistema financiero. Pensar mal no vale la pena.

Fernández se mira en el espejo astillado de Kirchner

Gema para los historiadores del futuro, el presente global es un drama que habilita interpretaciones antagónicas. Desde la importancia del Estado y las reformas audaces hasta la ratificación de un darwinismo económico que, a la salida del encierro, proyecta un panorama distópico en el que aumentan la desigualdad y aparecen nuevos virus.

Tantas veces anunciado como el fin del mundo, el default argentino quedó empequeñecido en la fábrica del miedo. La oferta agresiva que promete presentar Martín Guzmán puede acelerar un proceso que estaba cantado desde el primer día de Fernández en el poder. Así como el Presidente se equivoca cuando se compara con un Kirchner que se montó al crecimiento de Duhalde, los bonistas deberían pensar -afirman en el gobierno- que si no cobran ahora no van a poder hacerlo durante los largos meses de caída de actividad económica que vienen.

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La consultora Eco Go figura entre los que afirman que todavía puede llegar algo peor. Dice que “un hard default” aceleraría la corrida al dólar con riesgos de aceleración brusca en la inflación, una vez que la puja distributiva vuelva a acelerarse: a la salida de la cuarentena, con la cantidad de pesos duplicada y un batallón de perdedores. La emisión y el déficit pueden poner a prueba, dice, la capacidad de la política para regular la conflictividad e impedir que la simulación de escenario que consigna su último informe -una inflación del 79%, si hay default- se convierta en realidad.

Alguna vez la cuarentena habrá quedado atrás y, entre los sobrevivientes, habrá un tendal de heridos.

Entre los proyectos conocidos, el oficialismo habla de una contribución extraordinaria que tal vez no alcance para una crisis que tiene varios meses por delante. Economistas afines al gobierno intuyen que más efectivo sería tomar medidas que operen sobre los flujos y sirvan para cruzar el tiempo largo del desierto recesivo. La otra ventanilla es la del Fondo, de la que Fernández y Guzmán esperan la ampliación de los Derechos Especiales de Giro por U$S 3500 millones. Argentina tiene el respaldo de China, Alemania, Francia e Inglaterra en el directorio del organismo, pero el que se opone es Estados Unidos. Para que se destrabe ese auxilio, habrá que ir a golpear la puerta de Donald Trump. Si es que sigue con vida, después del drama múltiple que le ocasiona la peste.