Diálogo, táctica y acuerdo: el desafío de Perotti a nivel nacional
Electo con el 40,6% de los votos, conjugó las demandas de kirchnerismo, peronismo y antimacrismo a la vez, jugando al "santafesinismo". Con tibieza en el plano nacional, abre un tironeo entre Fernández y Pichetto por sumarlo.
Hace 28 años, en 1991, Omar Perotti era elegido intendente de Rafaela por primera vez. Ocupó ese cargo tres veces, fue vicepresidente del Senado, ministro provincial y consultor del Banco Interamericano de Desarrollo. Este domingo, con 59 años, fue elegido gobernador de la provincia de Santa Fe con el 40,5% de los votos frente 36,34% de Antonio Bonfatti, el socialista ungido por Miguel Lifschitz después de 12 años ininterrumpidos de gobierno. Subido a la ola de victorias peronistas, expresa un discurso santafesino puro y, hasta no tener certezas, se aleja de la nubosidad de la contienda nacional.
Contador Público por la Universidad del Litoral, Perotti se crió en un entorno rural y recuerda el trabajo de ordeñar vacas en el tambo de su padre. El cambio de rumbo se lo debe a Esther, una maestra de la primaria que el mismo cuenta que le "voló la cabeza". En ese sentido, se considera un defensor de la educación. "Yo no sería quien soy si no fuese por la educación primaria. El dato más contundente que tiene un gobierno es cuantos chicos que terminaron la primaria se anotan en la secundaria", remarca.
Pertotti fue presidente del centro de estudiantes de la Facultad de Ciencas Económicas de la Universidad del Litoral. Durante sus tres gestiones en Rafaela, municipio al que llegó como una figura emergente de una Renovación Peronista, recibió múltiples premios, sobre todo por sus inversiones en obra pública. Hombre de gestión, ostenta una imagen que pocos dirigentes logran después de casi tres décadas en política: no tiene denuncias.
"La primera intendencia (1991/1995) resulta emblemática. Nadie, ni siquiera hoy, deja de elogiarla. Tampoco sus adversarios políticos más encrespados. Impulsa una fuerte modernización del Estado, aunque sin los trágicos costos sociales que provocan las reformas neoliberales en el resto del país. No hay privatizaciones, ni despidos estatales, ni decadencia industrial, ni desocupación masiva, al menos hasta la crisis de 2001", consigna Juan Pablo Hudson en un perfil publicado en revista Crisis.
Fue acusado, junto a otros dirigentes, como un "eterno oficialista". ¿El motivo? Una relación fluída con todos, desde Menem hasta el presente macrista, reflejado en un diálogo constante con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. Esa velocidad de adaptación de un mandatario que no pone trabas al juego nacional llevó a decir al núcleo de acero del PRO, el domingo, que el peronista Perotti era un problema menor a una nueva victoria del socialismo, que podría haber envalentonado la confianza de Roberto Lavagna, un nombre que preocupa tanto a Juntos por el Cambio como al Frente de Todos.
A pesar de recibir los saludos de todo el abanico opositor que quiere derrotar a Macri en las nacionales, su postura nacional se mantendrá débil hasta que no baje la espuma del anuncio de la candidatura a vicepresidente de Miguel Ángel Pichetto, que parece haber mejorado los números de un Gobierno que el domingo se fue a dormir perdiendo cuatro a cero. En el búnker de la victoria, a Perotti le sucedió algo que ya es moneda corriente entre los candidatos que no son de la alianza PRO-UCR pero tampoco sueñan con el retorno del kirchnerismo: la militancia le pidió definciones que no está dispuesto a dar todavía. Son las consecuencias de ganar con el mix que componen el voto kirchnerista con el anti-macrista, novedoso en la escena electoral.
En diálogo con Mauro Viale, Pichetto remarcó que Perotti es un dirigente "muy interesante". Tienen una relación importante que viene de su cercanía en el Senado. Perotti fue uno de los peronistas que bajó a dar quórum para que se allane la casa de Cristina Kirchner. Aún así, atento a las demandas que resonaban en el búnker, Perotti concluyó su discurso diciendo "ya empezamos a volver".