Por Franco Casaretto

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Agustín Laje es escritor, politólogo y Mágister en filosofía. Publicó varios libros sobre la década del setenta, la izquierda en el mundo actual y la “ideología de género”. Con su estilo descontracturado, a través de internet y las redes sociales cautivó a miles de jóvenes que lo ven como un referente de la derecha moderna.

Laje accedió a contestar, via mail, algunas preguntas de EL CANCILLER sobre sus orígenes, su opinión del kirchnerismo, su visión de los problemas de la Argentina actual y las elecciones de octubre.

¿Qué te inspira para escribir y cómo describirías tu proceso creativo?

Mi inspiración para escribir depende, por un lado, de la crudeza de la realidad política. No soy un escritor de ficción, sino de la realidad más cruda de todas: la política. Y por política entiendo, fundamentalmente, fuerza y lucha. Así, es el propio peso de lo real lo que suscita constantemente reflexiones, indignaciones, críticas, conjeturas, comparaciones, retrospectivas, prospectivas, etcétera. La realidad política misma es una enorme fuente de inspiración a la hora de escribir. Pero, por otro lado, encuentro otra inmensa fuente en la lectura. Es ella la que me invita a no pensar solo; a dialogar con otros que pusieron en palabras distintas teorías e ideas. Así, vivo la lectura como un diálogo, a veces amistoso, a veces conflictivo; pero diálogo al fin, que me permite ver desde distintos ángulos los problemas contemporáneos. 

¿Cómo el contexto político y social en Argentina ha influenciado tu trabajo como escritor?

Mi carrera de escritor empezó con un arduo trabajo de revisionismo histórico. Mi primera preocupación política fue la de la historia como factor político en sí mismo. No olvidemos que el kirchnerismo se montó discursivamente en torno a los años setenta. Durante al menos una década, en Argentina, pasó algo muy curioso: hablar de política equivalía a hablar del pasado. El "nosotros" político del kirchnerismo se presentaba, en efecto, como una recuperación de ideas y causas del pasado, que volvían al presente para hacer justicia ("memoria, verdad y justicia"). Claro que todo ello fue una pantomima, una repetición de la historia ya no como tragedia, sino como farsa. El clima de la farsa fue el negociado que hicieron con los Derechos Humanos. Pues bien, esa década de nuestra política reciente me impactó mucho cuando adolescente, y me llevó a obsesionarme de tal modo con mi voluntad de comprender los años setenta, que terminé escribiendo mi primer libro sobre ello.

¿Cómo ves la relación entre la literatura y la política?

Tengo una enorme falta: no leo literatura. Me he dedicado con exclusividad a libros de no ficción: ciencia política, sociología, filosofía, antropología e historia, principalmente. Y la literatura ha quedado absolutamente olvidada. Sin embargo, estoy empezando a trabajar en un nuevo libro, que esperamos que salga a fines de 2024, en el que pienso hacer mucho uso de la literatura cyberpunk. En ese género encontramos una anticipación de muchos elementos de nuestra distopía actual.

¿Cuál consideras que es el mayor problema político que enfrenta actualmente Argentina y cómo crees que se podría solucionar?

La cultura. El gran daño que la casta política ha causado en el país no es tanto económica como cultural. Esto a veces cuesta entenderlo, porque el bolsillo duele de verdad, mientras que la cultura, en su intangibilidad característica, pasa más desapercibida. Pero que sea intangible no significa que sea irreal. El daño cultural en la Argentina es muy real: hay porciones inmensas de la población que han sido subjetivadas de otra manera, una manera que podríamos llamar "parasitaria". La subjetividad parasitaria cree que el trabajo es una maldición en lugar de una bendición; que la riqueza es algo que cae del cielo y que sólo se trata de cómo la distribuimos mejor; que la responsabilidad siempre recae en el otro, que está obligado a "concederme derechos"; que los "derechos" son virtualmente infinitos y omnipotentes: una suerte de deidad bondadosa que está allí para cumplir nuestros caprichos a través de las autoridades estatales; que el respeto, los buenos modales, las normas de cortesía, son ridiculeces "pasadas de moda"; que, como los animales, los instintos son nuestra mejor guía; que, como los animales, cuanto menos pensemos y razonemos mejor la pasaremos, etcétera. Es demasiado el daño cultural que se ha hecho. Y la diferencia con nuestra enorme crisis económica es que esta se resuelve de manera técnica, con un buen plan macroeconómico. Al contrario, el daño cultural, al ser un daño que penetra en lo más profundo de la persona como tal (y no sólo en su bolsillo), ese daño, es muy difícil de resolver.

¿Cuál es tu visión sobre el rumbo que está tomando el país y cómo lo cambiarías si estuvieras en el poder?

No importa tanto mi opinión como los hechos mismos. No hay que abundar demasiado para demostrar que el país está económicamente quebrado, moralmente destruido, culturalmente diezmado y socialmente fragmentado. Son demasiadas las áreas donde hay que trabajar como para que yo le pueda decir, en esta respuesta, qué hay que hacer. Pero empezaría por reformas económicas radicales en favor del sector privado: reformas laborales, bajar impuestos, bajar el gasto público, abrir el comercio; reformas culturales de fondo: desmantelar todos los dispositivos de idiotización organizada que hoy tiene nuestro Estado, empezando por los negociados de la ideología de género y el feminismo hegemónico; reformas educativas que terminen con toda la ideología progresista y socialista hegemónica de las aulas, que sólo produce fracasados envidiosos y resentidos. Además, procuraría una suerte de "pacto social" simbólico con el pueblo, el verdadero pueblo, ese que labura o que quiere laburar, contra la casta política y sus parásitos clientelares. No sería un pacto basado en la violencia, sino en evitar que ellos ejerzan la violencia sobre los demás. Ya sabemos que cuando la casta política pierde poder, mandan sus ejércitos de parásitos estatizados a provocar caos social.

¿Cuál es tu opinión sobre el papel de la oposición en el sistema político argentino y cómo crees que debería actuar?

La única oposición verdadera se llama Javier Milei. El resto no es oposición, por más "Juntos por el Cambio" que pretendan llamarse. Ya tuvieron sus cuatro años para cambiar las cosas, y sólo provocaron el regreso del kirchnerismo (¡encima por goleada!). ¿Larreta es el cambio? ¿Cambio de qué? Un adicto al poder, sin escrúpulos, keynesiano en lo económico, progresista en lo cultural, globalista en lo político. ¿Eso es el cambio? No: el único cambio real hoy se llama Milei.

¿Cómo abordarías los problemas económicos y sociales actuales de Argentina, como la inflación y el desempleo?

Haciendo exactamente lo contrario de lo que se hizo en los últimos 20 años en el país. O sea, reduciendo el peso del Estado, que asfixia la economía, que provoca inflación con su emisión descontrolada, que condena a enormes porciones de la población a trabajar en negro por leyes laborales imposibles de cumplir y cargas impositivas desmedidas.

¿Tenes en mente algún candidato? ¿Por qué?

Sí, como te decía anteriormente, Javier Milei es mi candidato. Nos conocemos hace muchos años ya, creo que 8. Somos buenos amigos. Conozco su honestidad, su buena voluntad, su capacidad y su valentía. ¿Y hay virtudes políticas más importantes que esas?

 ¿Tenes algún proyecto literario futuro que puedas compartir con nosotros?

Ahora me encuentro promocionando mi nuevo libro, que salió hace un par de meses nada más, titulado "Generación idiota". Se convirtió en best-seller en el primer mes, cosa que me puso muy feliz. Estaré en la Feria del Libro de Buenos Aires presentándolo, el 3 de mayo a las 19. Mientras tanto, estoy apenas empezando a trabajar en un nuevo libro, que, si todo sale bien, saldría a fines de 2024. No puedo adelantar mucho por desgracia, pero buscará desenmascarar los dispositivos de poder globalista que hoy se esconden en slogans variopintos y banderitas coloridas muy simpáticas.