Y así entramos en 1810. Con los hermanos Bonaparte quedándose con cada rincón de España y llevándose puesta a la Junta Central de Sevilla, la misma que nos había mandado a Cisneros y órgano que representaba a Fernando VII en las Indias. En los hechos, el último bastión de la corona española.

Así que se refugiaron en Cádiz creando un Consejo de Regencia de España e Indias. El mismo estaba un poco flojo de papeles en su conformación, en su objetivo de representar a Fernando VII, quien estaba muy ocupado en el spa de Bayona. Además, uno de sus miembros no pudo asumir hasta recién cuatro meses después, impidiéndole al Consejo sesionar. Al comienzo, decidió en 24 horas el reemplazo de su representante en las indias por un español nacido, accidentalmente, en América.

Fernando VII.
Fernando VII.

Así y todo, y convocando a las Cortes Generales en Cádiz, un par de años más tarde se sancionaría la Constitución Española de 1812, un 19 de marzo, día de San José, por lo que se la llamó “La Pepa”: “Viva la Pepa”, andaban gritando los españoles por las calles.

Volviendo a nuestros asuntos, todo esto pasó a fines de enero, pero acá la noticia llegó recién el 13 de mayo a bordo de la fragata John Parish. Imagínense a la chusma. Ya andaban ahí reuniéndose en la casa de Rodríguez Peña o en la jabonería que este tenía con Vieytes; los Belgrano, Castelli, Donado o Paso en una sociedad secreta, con la idea de la independencia política mamada de los autores franceses.

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La semana de mayo

Así fue como arranca lo que hemos dado en llamar “la semana de mayo”, porque duró una semana y fue en mayo. Arrancó el 18 cuando Cisneros anotició a los porteños del descalabro español y lanzó una proclama anunciando que, en caso de perderse España y el Gobierno Supremo, él junto a otros representantes, y, de acuerdo con otros virreinatos, crearían la Regencia Americana para representar al querido Rey.

No quería el poder, decía, sino la gloria de luchar por su monarca contra toda dominación extranjera – qué sutileza, fíjense - y, de paso cañazo, advertía con aplicarle las 10 plagas de Egipto a los que se les subieran los humos independentistas.

Pero, la verdad era que la Junta que lo había nombrado ya no existía, así que los criollos se pasaron esta proclama por el arco del triunfo, le explicaron cuántos pares eran tres botas y pidieron un Cabildo abierto porque tenían cosas que discutir.

Cisneros, para ganar tiempo, reunió a los jefes militares en busca de apoyo, a lo que recibió como respuesta de parte de Saavedra, quien asumió la representación de sus pares, que muy lindo todo pero que debía entregar el mando porque su autoridad había finiquitado y que el Cabildo se ocuparía de transferir el poder conveniente y oportunamente.

Mientras tanto, en la Plaza de La Victoria, un grupete armado iba, casualmente, con la misma idea, a dar su apoyo espiritual a la causa.

Plaza de La Victoria.
Plaza de La Victoria.

La discusión del Cabildo

Con semejante obra de arte ante sus ojos, Cisneros tuvo que convocar para el día 22 de mayo un Cabildo abierto con todas las de la ley y, si bien se cursaron 450 invitaciones, se contó con 251 asistentes, mientras los Patricios y los Arribeños, ubicados en las bocacalles, dejaban entrar a los vecinos adversos a la continuidad del Virrey y disuadían a los otros de no participar, por su bien. Los cuidaban, oigan. El tatarabuelo de los piquetes.

La discusión del Cabildo tomó entonces un tono jurídico. ¿Tenía Cisneros títulos suficientes para seguir en el cargo, considerando que Fernando VII estaba preso -por ponerlo de algún modo-, la Junta de Sevilla había palmado y con casi toda España ocupada por Napoleón?

Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Hubo dos posiciones, la de los españolistas que sostenían la continuidad de Cisneros agregando a dos oidores de la Audiencia; y por el otro, la de los revolucionarios, que se inclinaban por la remoción del Virrey ya que, en la situación de acefalía en que se encontraba la metrópoli, el poder retrovertía a los pueblos, para que se diesen un nuevo gobierno que ejercería el poder a nombre de Fernando VII.

Si bien - misteriosamente, como pasa con todo lo importante en este tinglado - no se han trascripto las actas de este Cabildo, creemos conocer lo que pasó gracias al famoso boca a boca.

La postura de los españolistas fue defendida por el Obispo Benito de Lue y Riega y la de los revolucionarios por Juan José Antonio Castelli, quien fue elegido por este grupo como su vocero. Había sido tan imponente la retórica del obispo que Castelli se rehusaba a hablar, tanto que tuvieron que animarlo entre Cosme Argerich y Nicolás de Vedia. Lo mas fuerte de la postura de los revolucionarios esgrimida por Castelli, y lo que la hacía prácticamente irrefutable, era que el mismo argumento habían usado las provincias españolas ante el avance Napoleón para crear sus Juntas.

Pero, para sorpresa de casi todos, en el medio de ambas posturas –y no tanto-, estuvo la del fiscal de la Real Audiencia Manuel Genaro Villota quien sostuvo, no sin cierto grado de acierto, que Buenos Aires no podía disponer por sí sobre los pueblos del interior sobre los que no tenía representación alguna.

Juan José Antonio Castelli.
Juan José Antonio Castelli.

Y es justo aquí cuando aparece Juan José Esteban Paso al rescate de Castelli, sosteniendo que la gravedad de los hechos conocidos, y la necesidad de ponerse a salvo del Poder Francés, forzaba a Buenos Aires a tomar estas medidas de modo provisorio para luego invitar al interior a la formación de un gobierno definitivo.

Esta argumentación de Paso fue la definitiva, dejando sin efecto la tesis de Villota. Incluso, después de esto, quedaron personalmente enemistados.

Juan José Esteban Paso.
Juan José Esteban Paso.

Contados los votos, los criollos se impusieron. Pero, como al campeón hay que ganarle por nocaut porque por puntos siempre gana o roba, se hizo una libre interpretación que derivó en la conformación de la Junta del 24 de mayo, presidida por Cisneros. De este modo, mantenía el mando militar, dos vocales españolistas –moderados- y dos vocales revolucionarios -Saavedra y Castelli, no tan moderados-.

Pero los muchachos ya estaban avispados, así que se armó la de San Quintín porque los oficiales no iban a aceptar que el mando militar lo retuviera Cisneros, por lo que sus representantes en la flamante Junta, apoyados por el clamor popular, renunciaron el mismo día 24.

Agitados adentro, en el Cabildo y agitados afuera, en la plaza, la historia va a continuar, con un capítulo especial…