Los primeros zafarranchos
Y en esas estábamos, teniendo que salir a convencer a los pueblos del interior de seguir la patriada porteña. Y ahí no estaba tan fácil la cosa.
El principal foco de conflicto a resolver era Córdoba, paso necesario para seguir hasta el Alto Perú. Liniers había sido nombrado por Cisneros General en Jefe del Ejército Realista en el Río de la Plata, para encabezar la contrarrevolución, actuando de acuerdo con el Virrey del Perú. Justo cuando el franchute andaba con ganas de irse a España a colgar los botines, le cayó este peludo de regalo.
Así, el 20 de junio el Cabildo de Córdoba, con el Gobernador Gutiérrez de la Concha y Liniers presentes, juró al Consejo de Regencia, desconociendo a la Junta y reconociendo al Virrey del Alto Perú. Cosa que el Deán Funes informó, con pelos y señales, a Buenos Aires, que para eso estaba ahí. Ese mismo día, Castelli y French tomaron prisionero a Cisneros y a los suyos, que cuatro días más tarde estaban embarcados a las Islas Canarias sin escalas.
Liniers tenía orden de resistir hasta las últimas consecuencias, así que se aprestó a organizar milicias con la idea de ir al norte a concentrar fuerzas con el Alto Perú. Pero el Gobernador dio la orden de resistir en Córdoba. El viejo axioma de los políticos metiéndose donde nadie los llama. Hoy podemos decir que lo que se hereda no se hurta.
Mientras, Castelli juntó 1.200 hombres y los mandó a marchar sobre Córdoba al mando de Ortiz de Ocampo y González Balcarce. Ni bien llegaron, la mayor cantidad de los milicianos desertaron. Así que Liniers tuvo que retomar su plan original e intentar ir al norte. Pero no llegó. Después de dispersiones, detenciones, y pasos de comedia, el 6 de agosto el ex Conde de Buenos Aires cayó en manos de los revolucionarios.
Y por supuesto, como es natural en este país que gusta tanto de andar por la vereda del sol, 48 horas más tarde el Cabildo cordobés resolvió desconocer al Virrey del Alto Perú, poner un diputado a disposición, reconocer a la Junta y a la madre que los parió. De todos modos, ni bien Juan Martín de Pueyrredón asumió la gobernación interina, todos sus miembros fueron de patitas a Carmen de Patagones a poner las barbas en remojo y el Deán Funes, claro, fue elegido diputado por Córdoba.
Para todo esto la Junta ya había ordenado el fusilamiento de los cabecillas contrarrevolucionarios, aunque sin la firma de Alberti, claro, que era cura, y queda feo eso de curas mandando a llenar de plomo a las creaciones de Dios.
Curiosamente, como Ortiz de Ocampo y González Balcarce habían peleado en la reconquista de Buenos Aires con Liniers, intentaron detener la ejecución, pero la suerte estaba echada. Por temor a que el ingreso de Liniers a Buenos Aires fuera contraproducente la Junta mandó a Castelli y French a hacerse cargo del garrón, con la sugerencia de Moreno de ejecutar la orden por soldados extranjeros para que ningún compañero de armas se negara por lealtades o bagatelas por el estilo.
El 26 de agosto Liniers, Gutiérrez de la Concha y sus acompañantes fueron ejecutados. Bueno, no todos. El obispo Orellana no, salvó el pellejo porque era cura y, todavía, quedaba feo eso de llenar de plomo a un cura. French le dio el tiro de gracia al franchute.
A todo esto, en Buenos Aires pasaba lo que tenía que pasar. Mientras esperaban a los diputados del interior y jugaban al TEG en el Alto Perú y en Paraguay, Moreno fundaba la Gazeta para propagar las ideas de la Junta, orientadas al liberalismo, pensando un movimiento de criollos protagonista de la vida política, corriente que se divulgaría por medio de la educación popular.
Pero no todo el campo era orégano. Del otro lado estaban los conservadores que no querían tanto cambio y parafernalia. Con adoptar los privilegios que tenían los españoles y sacarle el jugo a la exportación de productos ganaderos estaban hechos.
Y eso era adentro de la Junta, pero entre Buenos Aires y el interior también había tole tole. Buenos Aires quería continuar con la hegemonía que arrastraba del virreinato, y el interior, que no estaba siendo parte del reparto, empezó a mosquearse con el movimiento. Y esto iba a ser largo. Y sangriento.
Tanto que Moreno terminó buscándole la vuelta para frenar la incorporación de los diputados del interior en cuanto comprobó con que ínfulas venían. Del otro lado, iba a estar Saavedra, claro, que ya venía con los humos crecidos.
Mientras, el ejército del norte, que ya se había cargado a Liniers, triunfaba en Suipacha, y el festejo en el cuartel de Buenos Aires fue a todo trapo. Tanto que a Saavedra le pusieron una corona y un trasnochado lo nombró “Primer Rey de América y Emperador”, así, todo junto, con dos huevos. Encima, a Moreno no lo dejaron entrar. Imagínense a nuestro muchacho. Para cuando salió el sol ya tenía redactado el Decreto de Supresión de Honores, un recorte de facultades para el presidente de la Junta y, de paso, el destierro del infeliz que había tenido la brillante idea de la coronita.
Y con esa ventana al mar, llegamos a fines de 1810, cuando llegaron los diputados del interior y parió la abuela. Porque ustedes dirán, se sentaron y empezaron a trabajar. No. Moreno sostuvo que debían reunirse en Congreso, como estaba acordado, pero los diputados entendían que una Junta porteña no podía gobernar a todo el país, así que primero iban a formar una nueva Junta.
Adivinan ustedes si piensan que Saavedra los acompañó. Se sometió a votación y, así, nació la Junta Grande.
Moreno, vencido, renunció, pero no le aceptaron la renuncia. Así que pidió una misión diplomática ante Brasil e Inglaterra para lograr adhesiones a la independencia. Salida elegante concedida, y de ahí aprendimos a mandar ministros de embajadores.
Y así el joven abogado se embarcó directamente a Inglaterra, sin descartar el exilio. El 4 de marzo, tras beber un brebaje antivomitivo facilitado por el capitán de la fragata inglesa Fame, Moreno convulsionó y murió. Envuelto en una bandera inglesa fue arrojado al mar. Saavedra, enterado de esto, dejó su hit para la posteridad, “hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”. Ni que la hubiera pensado, oigan.
Al mismo tiempo, el ejército enviado a Paraguay, al mando de Don Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano era derrotado en Paraguarí y Tacuarí, perdiéndose Paraguay para siempre.
Había problemas adentro y había problemas afuera. Y recién estamos empezando.