La vuelta de Don Julio Roca al sillón de Rivadavia
Abandonado por el gabinete, que le renunció en masa, su hijo y sus sostenes políticos, el tal Luis Sáenz Peña tuvo que juntar los petates y volverse a casa. El cargo lo iba a heredar, por segunda vez consecutiva, el vicepresidente, en este caso José Félix Evaristo Uriburu.
El nuevo presidente era un salteño que se había sentado en toda la variedad de sillas existentes y que se había agenciado el cargo gracias a un acuerdo entre Don Julio y Don Bartolo.
Quién era Uriburu, avalado por Roca
Veamos un poco la hoja de vida de Uriburu. Hijo del gobernador de Salta, abogado, convencional constituyente de su provincia, diputado provincial y periodista.
También ocupó el cargo de ministro de gobierno salteño, diputado nacional, presidente de la Cámara Baja, ministro de Justicia e instrucción pública de Marcos Paz, mientras Mitre cazaba paraguayos en el norte, Procurador del Tesoro, juez federal de Salta, embajador en Bolivia y Chile, y además, vicepresidente. Apenas le faltaba ser presidente, puesto menor.
Una vez retirado Sáenz Peña padre se puso el traje azul, la banda, el bastoncito y se hizo cargo. Su sustento era Don Julio, y su objetivo, ya pasada la crisis económica, pacificar y estabilizar este corso. Así que arrancó por amnistiar a los revolucionarios radicales.
El legado de Uriburu
Utilizó el viento de cola de los precios agrícolas para meterle pata a la obra pública, sobre todo a la que Pellegrini había tenido que suspender cuando éramos indigentes, como el museo de Bellas Artes, la Escuela Industrial Nacional y el Congreso de la Nación.
Equipó al ejército que venía de matarse a hostias contra los revolucionarios y estaba en bolas ante cualquier hipótesis de conflicto externo.
También sancionó la ley que establecía la obligatoriedad de los pibes de 20 años de sumarse a la Guardia Nacional, el embrión del servicio militar. Y, de yapa, metió una reforma constitucional que cambió el número de diputados y de ministerios.
Asimismo, avanzó en los límites cordilleranos con Chile y no tanto con los brasileros, que los perdimos. Y así, sin mucha más ambición que la de irse tranquilo a su casa, llegó el final de su mandato. Tres años estuvo en el poder y con bastante embole para lo que nos pide el cuerpo.
Segunda presidencia de Roca
El tema de la sucesión se resolvió fácil, porque Don Julio tenía los huevos al plato de delegar el poder para después tener que andar muñequeando para arreglar los desaguisados. Así que, teniendo todos los apoyos necesarios para ser presidente por segunda vez, se dispuso a serlo. Y porque pudo no haber hecho todo pero que hizo bastante nadie puede negarlo.
Tejió y metió los deditos en los votos. Para el 12 de octubre de 1898, Don Julio volvía a sentarse en el sillón del infame Rivadavia. Arrasó en todo el país salvo en Buenos Aires, donde ganó Bernardo de Irigoyen, que era Guatemala, porque encarnaba al ala acuerdista de la UCR, guatepeor hubiera sido la revolucionaria de Don Hipólito. Halcones, palomas.
El prontuario ya lo vimos hace un par de semanas, así que veamos la segunda parte, que nunca fueron buenas y porque no se nada dos veces en el mismo río. Aprovechando la bonanza extendió las líneas ferroviarias nacionales y aplacó las concesionadas a empresas inglesas, expandió la telegrafía y soportó un brote inflacionario.
La pelea entre Roca y Pellegrini
Como la economía seguía con viento de cola por la agricultura, quiso unificar las deudas externas, cosa que le encargó a su mano derecha, Pellegrini. En una serie de hechos desafortunados, el proyecto, que generaría un ahorro, fue interpretado como un crecimiento exponencial de la deuda.
La gente salió a la calle a protestar por la deuda y por la democracia que pretendían tener y no la que les había tocado en suerte.
Lo de siempre, quilombo, estado de sitio, represión. Y echarle la culpa a Pellegrini. Así terminó un matrimonio político que por 30 años había manejado las marionetas del poder.
Avances y retrocesos de la presidencia de Roca
Mientras se siguió avanzando en la cuestión limítrofe con Chile con la mediación de la pérfida Albión, se retomó la relación con el representante del todopoderoso creador, el canciller Drago estableció su doctrina por la cual la deuda pública no podía ser objeto de intervención armada, en ocasión del conflicto entre la corona británica y Venezuela y se ocuparon las Orcadas del Sur.
Pero con el inicio del nuevo siglo a Don Julio le salió un grano. El movimiento obrero organizado, la primera central sindical, la FORA, que tuvo su bautismo de fuego con una huelga general a fines de 1902.
Roca jugó a diestra y siniestra, reprimiendo sobre todo a los inmigrantes, con racismo y clasismo, la especialidad de la casa y con Miguel Cané al frente de la cruzada. La policía, con mano libre, dio rienda suelta a meter plomo y así sumamos fiambres a nuestra habitual factura de conflictos solucionados con torpeza y estupidez.
Para el otro lado, sancionó un sistema de seguridad social con la ley de la Caja Nacional de Jubilaciones y Pensiones para funcionarios, empleados y agentes civiles, con un sistema contributivo público de reparto. Luego esto se fue extendiendo al resto de los trabajadores. Y dio el puntapié para la legislación laboral, recomendando sancionar un proyecto de Ley Nacional de Trabajo que regulaba el trabajo y las relaciones entre obreros y patrones.
Fundó la Escuela Superior de Guerra, estableció el Servicio Militar Obligatorio, nació la colimba – corre, limpia, barre - y dispuso que los Granaderos fueran la escolta presidencial.
El final de Don Julio
Don Julio ya tenía rota la sociedad con Pellegrini. El piloto de tormentas se fue a formar el Partido Autonomista, que se chupó a unos cuantos, incluido Roque Sáenz Peña y un grupo que apreciaba la necesidad de abandonar el caudillismo y el fraude para no terminar perdiendo toda la cosecha. Esto llevó al presidente a tener que reorganizarse y dar volantazos de gabinete según semblanteaba, o no, las lealtades de sus integrantes.
Para sucederlo eligió al mitrista Quintana y al cordobés Figueroa Alcorta, quienes ganaron cómodamente. Mientras que la UCR de Yrigoyen seguía en el ostracismo por la modalidad del voto cantado.
El final de la segunda presidencia de Roca fue con crisis política y escándalos de corrupción. Se fue a Europa, donde lo recibieron con honores, seguramente por los favores conferidos. Cuando volvió se encontró con que ya no era quien había sido, vio caer su imperio político, después que Figueroa Alcorta se aliara con viejos socios de Juárez Celman y Pellegrini para terminar logrando la mayoría parlamentaria, acabando con el mayor titiritero de la historia argentina hasta entonces.
Anduvo por Europa un par de años y hasta en una misión oficial en Brasil a pedido de Roque Sáenz Peña cuando el hijo de Luis fue presidente.
Murió en su estancia, La Argentina, después de un ataque de tos y desoyendo a su médico Luis Güemes, nieto de Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Corte, el gaucho.
Con el nuevo siglo empieza otro sistema, otra argentina, distinta. Pero igual de dividida.