El primer superclásico: españolistas contra criollos
Y nos habíamos zampado a los ingleses, de una y con revancha. Tanto que no hubo ni que jugar el bueno, aunque ya nos lo jugarían dentro de unos años con préstamos e intereses. Para siempre nos quedaríamos con la duda, si hubiésemos sido Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Rodhesia, Guyana o alguna colonia del sur de África.
Mientras tanto, en España, Carlos IV se entregaba a los encantos de Napoleón y la cosa caía en el hijo, el tal Fernando VII, al que apodaban no irónicamente “el deseado”. Ya se iban a arrepentir y bastante. Si sería mal bicho que Napoleón se los devolvió.
Por lo pronto, y para organizarse, Carlos IV se ocupó de nombrar oficialmente al Capitán General Don Santiago de Liniers como Virrey. Y, la verdad, si uno lo mira así, estaba bien. Pero no tan bien, ya veremos. El tipo había defendido bravamente el terruño durante las invasiones y las fuerzas militares ya organizadas lo respaldaban.
Si vienen siguiendo esta página cada semana, recordarán que Don Martín De Álzaga regenteaba al Cabildo y tenía buena llegada a los vecinos de la ciudad, otro que había dejado el pellejo y unos cuantos morlacos durante las invasiones.
Pero, de golpe y porrazo, esa sociedad, que había peleado codo a codo contra los ingleses, se dividió. Y si las invasiones nos habían dejado dos líderes, cómo no íbamos a tener dos bandos.
La cosa arrancó con que Liniers era francés, y cómo dejar este conventillo en manos de un francés, justo cuando España y Francia andaban a los cascotazos. El primero en poner el grito en el cielo fue el gobernador de Montevideo que se mandó a formar su propia Junta y después los españoles de acá, con De Álzaga a la cabeza, que saltaron como leche hervida. Pero la Real Audiencia los ignoró a todos y dejó confirmado el cargo.
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Así se dividió la hacienda
De un lado los españolistas, buscando mantener el monopolio y del otro los criollos que habían descubierto el libre comercio y, además, ya estaban hartos de los privilegios que la administración daba a los insulares. Y todos un poco mezclados también, como ya notaremos.
En eso pasaba sus días Liniers, haciendo equilibrio como podía, entre los criollos que lo apoyaban y su lealtad a la corona española, que no solo debía ser, sino también parecer.
Y así llegamos al evento que nos convoca, el motín del 1º de enero de 1809. Este hecho, que casi nadie menciona, es el eslabón perdido entre las invasiones inglesas y el 25 de mayo.
La asonada de Álzaga: una forma original de recibir el año
Para ponernos en tema, en España se había armado la gorda entre el Rey, el hijo, Napoleón, su hermano y la madre que los parió. España y Francia pasaban de ser aliadas a enemigas, de socias a aliadas y de vuelta a enemigas en lo que canta un gallo. Así, la de permitirle el paso a Napoleón para entrar en Portugal, terminó, entre idas y vueltas, con José Bonaparte como monarca de España. El Pepe Botellas le decían, así que calculen el personaje. Eso para resumir y no dejar en ridículo a Godoy, la Reina ligera de cascos, un Rey medio idiota y un hijo que de bueno no tenía ni el bautismo.
Nosotros, con semejante horizonte, teníamos un Virrey francés, cuya hija se casaba sin el debido permiso del Consejo de Indias, que recibía en secreto a un enviado de Napoleón y que manejaba mejor a los soldaditos que a la política.
Tampoco es que nos habíamos sacado la lotería, la suerte es loca y lo que toca, toca.
Por su parte, los españolistas, con el Cabildo como instrumento político, pretendían formar una Junta de Gobierno a imagen y semejanza de las que se iban formando en España para gobernar en nombre del Fernandito ausente.
Y, entre tires y aflojes, la timba arrancó cuando Liniers quiso nombrar a un porteño, un tal Bernardino Rivadavia como alférez. El Cabildo, aprovechó para vetarlo y proponer otra lista de designaciones que el Virrey, tambaleando en el cargo, tuvo que aceptar en el día y ante la atenta mirada de De Álzaga que contaba con los fusiles de los batallones de Vizcaínos, Gallegos y Catalanes como apoyo moral.
Entonces apareció don Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez al rescate del Virrey que, al mando del criollo Regimiento de Patricios, ordenó apuntar cañones contra el Cabildo para sostener la autoridad del franchute.
El Cabildo no se apichonó, redobló la apuesta y dispuso nombrar una Junta de Gobierno que incluiría -porque la vida no es tan lineal- a un par de criollos, como un tal Mariano Moreno y Juan de Leyva.
La ¿renuncia? de Liniers
De perdidos, al río; Liniers redactó su renuncia. Pero Saavedra, volvió con refuerzos al fuerte, mientras el Regimiento de Patricios repartía sopapos en la plaza como para que todos se enteraran cuanto valía un peine, tanto, que el acta de renuncia mutó en aclamación al Virrey que, ya con la casa en orden, salió a saludar desde el balcón, dar las hurras y taza taza, cada uno a su casa.
Pero no tan rápido, no todos. De Álzaga y los suyos fueron tomados prisioneros y desterrados a Carmen de Patagones. Los batallones españolistas que participaron de la sublevación fueron disueltos y el Cabildo se purgó, ocupándose con militares criollos cercanos a Saavedra.
Mes y medio después, y por Real Cédula, a Liniers se lo nombró Conde de Buenos Aires, cargo que no duraría mucho tiempo, pero, sí, Buenos Aires fue un Condado. Luego, y por protesta del Cabildo, fue reemplazado por el Condado de la Lealtad. Si, de la lealtad, se los juro por mis muertos más frescos.
Pero con Fernando VII prisionero, la Junta Central de Sevilla ya tampoco podía confiar en un Virrey francés, y así llegó Baltasar Hidalgo de Cisneros y de la Torre a reemplazar a Liniers. Cisneros indultó a los prisioneros de la sublevación del 1º de enero y le dio un pasaje al ex Virrey para irse elegantemente al interior. Un manto de piedad a cambio de que no hubiera cabecillas separatistas que amenazaran su gestión.
Por muchos años el poder político quedaría sublevado a los mandos militares vernáculos, fundamental para entender el ordenamiento del 25 de mayo de 1810, donde los roles se intercambian y los que imponen la Junta de Gobierno son los criollos, ya con Mariano Moreno de su lado.
Los dos líderes, otrora héroes de la reconquista de Buenos Aires, acabaron sus días fusilados pocos años más tarde. Y esto recién empezaba.