El enemigo imaginario
¿La razza forte non sale de la mezcolanza? ¿E donde se produce la mezcolanza? Al conventiyo (…)
Mustafá | Armando Discépolo (1921)
En 1874, Santiago de Estrada escribió El conventillo de Buenos Aires, un libro justamente olvidado. Entre algunas reflexiones xenófobas e incluso antisemitas, el autor describía los conventillos de la ciudad como "la olla podrida de las nacionalidades y las lenguas (…) En ellos crecen como la mala yerba centenares de niños que no conocen á Dios, pero que dentro de poco tiempo harán pacto con el Diablo (…) se desarrollan miserables, egoístas, sin fuerzas para el bien. Son, pues, una doble amenaza: amagan la salud pública y amagan la moral pública”.
Para el aristocrático de Estrada, como para varios de sus pares, los inmigrantes eran una "lepra moral” y las condiciones miserables en las que vivían no resultaban de la ausencia de políticas públicas sino que reflejaban su bajeza humana. Esa mirada de clase acomodada muchas veces permeó hacia clases más bajas. La xenofobia le permitía al criollo pobre sentir que formaba parte del mismo mundo que Santiago de Estrada, al parecer lejos de la miseria de los genoveses, gallegos o turcos hacinados en un conventillo, como, según Marcel Proust, el antisemitismo le hacía sentir al cochero del Paris de fin del siglo XIX que formaba parte del mismo mundo que su amo.
Luego de la marcha multitudinaria que llegó al Congreso el miércoles 24 de octubre para oponerse al voto del presupuesto 2019 y de los incidentes ocurridos allí, los argentinos supimos que una nueva calamidad nos acechaba. No era la guerrilla kurdo-mapuche descubierta por Jorge Lanata que nos tuvo en jaque el año pasado, ni el comando venezolano-iraní con adiestramiento cubano, que según Clarín podría haber asesinado al fiscal Nisman, ni tampoco la alianza kirchnerotroskista que según el ministro Finocchiaro impide un acuerdo salarial con los docentes. Esta vez se trataba de una conspiración golpista conformada por un turco, dos venezolanos y un paraguayo.
Al unísono, siguiendo el paradigma del Nado Sincronizado Independiente (NSI) que los hace llegar a las mismas conclusiones pero de forma independiente, medios serios y funcionarios del gobierno nos alertaron sobre las acciones llevadas a cabo por esos inmigrantes, tan atroces como imaginarias. Un repartidor de comida venezolano mutó en peligroso agente chavista y un joven turco que vive con su mujer en Córdoba y vino a Buenos Aires por unos trámites se convirtió en el aguerrido militante anarquista de un vaporoso grupo de choque global.
Como era de esperar ni los venezolanos eran espías ni el turco es un terrorista global y ninguno de ellos participó en hechos violentos algunos (salvo la entrega de comida chatarra que podría calificar como tal).
Frente a la ausencia de hechos reprochables y en una nota asombrosa aún para los generosos estándares a los que nos tiene acostumbrados, Clarín pasó a un estadio superior. Ya no se trata de denunciar lo que hizo Anil Baran, el joven turco, sino en delatarlo por lo que piensa: "Según pudo reconstruir Clarín, Baran se declara abiertamente admirador de Fidel Castro y Hugo Chávez (…) De ideología marxista-guevarista, tiene una página activa en Facebook donde suele mostrar su cercanía con los movimientos de izquierda (…) También es admirador de la cadena de noticias Telesur, a la que suele comentar los artículos que publica, así como de expresiones artísticas de izquierda o ´revolucionarias´”.
El texto repulsivo que nos recuerda la "literatura antisubversiva” que solíamos leer durante la dictadura en diarios y revistas no encontró a nadie que lo firme, lo que habla bien de los periodistas de Clarín.
El objetivo de este vals llevado a cabo por funcionarios, medios y servicios, ayudados incluso por un senador supuestamente opositor, es crear un enemigo imaginario. No tiene ninguna importancia si es mapuche-iraní, turco con acento cordobés o repartidor de pizza venezolano. Lo relevante es crear una división nosotros-ellos que nos haga olvidar otras dicotomías, más reales y mucho más peligrosas para el gobierno.
Como hizo Santiago de Estrada hace más de 140 años, es siempre más fácil inventar un enemigo imaginario y culpar de las privaciones a quienes las padecen que discutir las políticas que las generan.