La falta de deconstrucción de Papá Noel: se arraigan los estereotipos de género en las jugueterías
El feminismo no llegó a las jugueterías. Mientras allá afuera las chicas juegan al fútbol, ahí adentro hay un lado rosa y otro azul. La división está marcada y es binaria. Las investigadoras Valentina Burke, Débora Ascensio, Eva Sacco y Julia Strada hicieron un estudio para el Centro de Economía Política Argentina sobre más de 200 juguetes que vendían ocho sitios de compras por internet para estas fiestas. La conclusión no sorprende: todavía hay que deconstruir a Papá Noel.
Del lado rosa de la juguetería, que en los sitios de internet está especificado como “juguetes para nenas”, el 40% de los productos categorizados como “los más vendidos” son de cuidado ajeno y personal: bebés, cocinitas y sets de limpieza o de belleza. Además, las muñecas del estilo Barbie son flacas, rubias y lindas. Tan solo el 12% responde a deportes o juegos de ingenio.
"Juguetes de nena", en Kinderland
Por otra parte, del lado azul, el que les corresponde a los varones, “los más vendidos” son el 30% de deportes -sobretodo fútbol- y el 26% a juguetes relacionados a la violencia, principalmente pistolas. El 19% está vinculado a autos y el 0% a los trabajos domésticos o de cuidado.
El juego es mucho más que diversión. Está reconocido como un derecho en la Convención de los Derechos de los Niños. Los juguetes promueven el machismo en tanto las mujeres son las que cuidan de la casa, de los niños, los adultos mayores y de su propio físico como mandato, mientras que la violencia es protagonista en los juegos de varones.
"Juguetes de nene", en Kinderland.
Las jugueterías también gozan de “pink tax”, que en español sería el impuesto rosa, un fenómeno que remarca la discriminación de precios basada en el género: mismos productos que salen más caros cuando son de consumo femenino, por ejemplo, las máquinas de afeitar, que solo por ser rosas cuestan más caras que las azules. En relación a los juguetes, la comparación de productos iguales para los dos géneros -como los disfraces de Disney, ya sean de princesa o de Batman- demostró que la diferencia de precios oscila entre 3% y 300%, siendo los femeninos los más caros.
Aunque la luz de esperanza son las nuevas jugueterías, todavía independientes o en crecimiento, que intentan desterrar los estereotipos y la división entre mujeres y varones -crueles además porque dejan afuera a la infancias trans-, el panorama todavía se ve negro en los grandes comercios.
De todos modos, una discusión que el feminismo todavía está dando es cuán genuinas son las consignas que se cuelan en multinacionales o empresas grandes. Un ejemplo recurrente son las remeras de las marcas de ropa de mujer con grandes consignas de liberación femenina. ¿Qué tan feminista sería usar esta remera si fue cosida por mujeres en una situación de precarización laboral o en talleres clandestinos? Es necesario que la transformación no sea tan solo una moda y que intente ir un poco más allá.
Los juguetes no son sexistas de por sí, si no que los adultos les ponen la etiqueta. Tampoco se trata de que nunca más una nena pueda jugar con una muñeca ni un nene con una pelota, sino de permitirles jugar con una variedad más amplia de juguetes. El cambio cultural está en nuestras manos con crianzas responsables que no se relajen en la reproducción del patriarcado. Nadie nace machista.