La saga de X-Men en el cine: crónica de una muerte anunciada
En 1984, los guionistas del comic Gerry Conway y Roy Thomas escribieron el primer guión de una posible película de X-Men. En ese año, los mutantes estaban en la cresta de la ola para Marvel Comics; las historias y ventas de sus títulos eran de las mejores: eran la bandera de las historietas marvelitas en ese momento. En 1994, debido al éxito de la serie animada, Fox compra los derechos fílmicos de los personajes de un Marvel que necesitaba el dinero para evitar la quiebra y a partir de allí, fue el comienzo del fin.
Se manejaron diferentes guiones e ideas para esa primera adaptación fílmica, pero con la llegada del director Bryan Singer al proyecto, se terminó de definir la visión que tendría la película. Singer se enfocó en las alegorías de la persecución de comunistas de McCarthy y los polos opuestos de Luther King y Malcolm X. Así, en el año 2000, llega X-Men.
Con una catarata de reseñas positivas tanto de la crítica como de los fans del comic, esta película comenzó, de manera paulatina junto a Spider-Man en el año 2002, la primera oleada de superhéroes en la pantalla grande. Por esas épocas, no se sospechaba ni intuía, pero se había abierto una puerta, una puerta que quizás nunca creyeron que se abriera debido al enorme prejuicio para con las historietas.
Si bien X2 en el 2003, superó a su predecesora en profundidad y la calidad, es la tercera entrega que ya marca las malas decisiones. En X-Men: The Last Stand, Fox pidió varios cambios que iban en contra de lo propuesto por los guionistas que además ya trabajaban a medias porque Bryan Singer se había alejado para dirigir Superman Returns. Escenas con ciertos actores fueron re-grabadas para favorecer su tiempo en pantalla y ciertos personajes quedaron afuera ya que el estudio especulaba con quiénes aparecerían en la futura X-Men Origins: Wolverine. El detalle último es que el director Brett Ratner desconocía los comics por completo y por eso confío en lo ofrecido por los escritores. Todo este cóctel de pasos érroneos devino en ese fallido tercer film.
Todavía faltaban dos años para que Iron Man de Marvel Studios llegara a las salas y diera inicio al Universo Cinematográfico de Marvel. No existía esa fórmula o plantilla mágica de película superheroica, por lo que todos los films previos a Tony Stark probaban diferentes enfoques. La saga de X-Men en particular se centraba en el drama, los fuertes paralelismos a las historias de minorías y en contar historias serias, más aproximadas a la realidad. Son elecciones válidas, más al ser intentos de llevar los superhéroes al cine. Pero con el motivo de seguir prolongando el triunfo taquillero, las decisiones ejecutivas prevalecieron y por sobre todo, asumir que tramas o personajes eran difíciles para que el público las entendiera, por lo que cada vez más se alejaron del corazón del comic.
En ese eje de trastabilles, llegó Origins: Wolverine en el 2009. La escribió David Benioff (quizás más reconocido en este último tiempo por Game of Thrones), con un poco de contribución del mismo Hugh Jackman que ya tenía créditos de producción. La sobrepoblación de personajes, trama retorcida, conflictos del estudio con el director y bajo nivel de CGI se sumaron a la escandalosa filtración de la versión de la película sin editar un mes antes. Todos esos ingredientes anunciaron un resultado esperado, un fracaso rotundo. Sin embargo en el 2011, resurgen las esperanzas.
Se retomó una idea de la productora Lauren Shuler Donner, que había comprado la licencia de Marvel en un primer momento: una saga sobre los miembros más jóvenes del equipo. Un nuevo elenco e Ideas de X-Men Origins: Magneto dieron luz a X-Men: First Class, bajo la dirección de un entusiasmado Matthew Vaughn. Si bien la película tuvo críticas positivas, aún no se despegaba del fetiche de seguir contando una historia de Xavier y Magneto. Ya para el 2014, el productor Simon Kinberg (que había ingresado en The Last Stand a la saga) se había afianzado por completo en la producción no sólo por su trabajo sino por su fanatismo por los comics. A pesar de que el universo de Marvel Studios rompía taquillas, X-Men: Days of Future Past nuevamente con Singer como director, arregla problemas de continuidad y vuelve a darle vida a la popularidad de los mutantes.
Al momento del estreno de X-Men: Apocalypse, Marvel Studios había estrenado Captain America: Civil War que contaba con un personaje de otro estudio: Spider-Man. Sony había pactado un acuerdo porque reconocían que fallaron en sacar al flote al personaje y entendieron que la mejor alternativa era unirse a esa maquinaria que les garantizaria el éxito. Fox se mantuvo firme y siguió apostando al potencial de su propiedad.
El historial de equivocaciones terminó por cobrar su deuda en Dark Phoenix. Los puntajes fueron de los más bajos en comparación con anteriores películas y las críticas no se hicieron esperar. En esta oportunidad, fue Kinberg el que dirigió y escribió la cinta que, además de la mediocre trama, sufrió de reprogramaciones y reescrituras de parte del estudio. Desgraciadamente, los X-Men tuvieron un final con leve impacto y se despidieron sin todo el peso emocional que eso conlleva, teniendo en cuenta que era el último film antes de formar parte de la estructura Disney.
El principal planteo de la saga venía desde el drama y los diálogos solemnes. Al transcurrir el tiempo, esa visión se fue oxidando por el cambio de paradigma de las adaptaciones que Fox mismo comenzó sin darse cuenta. El estudio se convirtió en su propio enemigo y desaprovechó la gran energía de X-Men como propiedad intelectual. Si bien los desaciertos fueron hasta cierto punto auto destructivos, la odisea mutante en el cine debería ser recordada por su gran victoria: ser la precursora del mundo de héroes en el que vivimos ahora.