También en el gobierno se extiende la preocupación
Si Mauricio Macri apelaba a las tormentas y los barcos para explicar la inestabilidad permanente de su gobierno, con apenas tres meses de gestión, Alberto Fernández ya está en condiciones de ampliar el diccionario del cataclismo. Coronavirus, guerra de precios entre gigantes del petróleo, derrumbe en las bolsas, devaluación acelerada en Brasil y paro de los sojeros contra el aumento de retenciones.
Con todo el gobierno pendiente de la reestructuración de la deuda que encara Martín Guzmán, el Presidente aguanta el día a día entre su rol de bombero y una agenda institucional que incluye reformas de corto y mediano plazo como la legalización del aborto, la reforma judicial que busca licuar el poder extorsivo de Comodoro Py y el fin de de la sociedad promiscua entre los servicios de inteligencia y los tribunales federales.
Valoradas por el arco oficialista y con capacidad de elevar la imagen de Fernández en algunas encuestas, son minimizadas por la oposición y pasan a años luz de la realidad urgente de mayorías que siguen haciendo malabarismos para llegar a fin de mes.
En la ancha alianza de gobierno, las sensaciones son contradictorias. La preocupación es generalizada, pero la ansiedad tiene distintos ritmos y mientras unos explican todo por la bomba de tiempo que dejó Macri, otros apuntan a las responsabilidades propias, en un contexto más difícil del que se imaginó.
Cristina Fernández de Kirchner es la primera que está en una posición incómoda. No sólo conoce la gravedad de la crisis por ser parte de una inédita sociedad de gobierno. Además le llegan los reclamos de gobernadores afines que esperan nombramientos o se quejan por la parálisis en la obra pública y las cartas de los postergados que cuentan sus penurias sin resolver. Decir que no puede hacer nada no debe resultarle fácil.
Le pasó hace no tanto con un mensaje de un orfanato en una localidad bonaerense que carga con una deuda millonaria en servicios esenciales. Cuando quiso saber si había posibilidad de ayudar, los funcionarios de Axel Kicillof le dijeron que era imposible: relataron las dificultades para hacer frente al pago a proveedores y hasta las propias penurias para cobrar el sueldo.
Sorprende en el caso del gobernador, el hijo dilecto de la vicepresidenta que -después de amagar y amagar- se cortó solo en febrero y prefirió pagar el vencimiento de capital de 250 millones de dólares, en una decisión que tampoco compartía su jefa. De honestidad a prueba de lawfare, igual que varios funcionarios de Fernández, Kicillof atraviesa una situación delicada en la zona donde más se sienten los efectos de una crisis que no acaba.
Cristina Fernández de Kirchner es la primera que está en una posición incómoda. Decir que no puede hacer nada no debe resultarle fácil.
No pasa sólo en Buenos Aires, sino también en otras provincias como Chubut donde gobierna Mariano Arcioni, el aliado ignífugo de Sergio Massa. El atraso en los sueldos de los estatales, los cortes de ruta, las marchas, las clases que no comienzan después de un 2019 que tuvo 17 semanas de huelga y, como si fuera poco, la caída del precio de barril; aunque no se televise, todo conduce al default. Lo sufre como nadie el presidente de la Cámara de Diputados que tiene en Arcioni a su gobernador ejemplar y define, en privado, la situación como desastrosa.
Ya antes del lunes negro, el ministro de Gobierno de Chubut, José María Grazzini, había pintado ante los gremios estatales la realidad de manera drástica: “La provincia está quebrada, no hay plata y no hay salida”.
El Presidente no pudo todavía encender la economía, una de sus promesas esenciales de campaña que cuesta bastante más que grabar un spot con imágenes de motores que arrancan. Si la industria que mide el INDEC dejó de caer al ritmo catastrófico que registraba con Macri, la construcción mostró todavía números más alarmantes en enero: una baja de 13,5% interanual, con caídas del 63,6% en los despachos de asfalto, 43,1% en hormigón elaborado, 17,4% en los insumos y 14,7% en el cemento.
El gobierno ve con inquietud el frío de la recaudación producto de la recesión y eso explica, en parte, el aumento de las retenciones a los sojeros, que tiene como contrapartida el beneficio para las economías regionales. En una situación mucho más delicada a nivel social que en 2008, el frente ruralista pone a prueba su unidad y hasta el Grupo Clarín se muestra remiso a encarar un choque directo con Fernández, como lo muestran los mensajes pacifistas del predicador Héctor Huergo y el agradecimiento público del accionista José Aranda por la baja de retenciones al arroz.
No aparece todavía, en toda su dimensión, la burguesía agraria con capacidad de copar la tapa de los diarios y los zócalos de TN. A eso se suman las suspensiones con poda de sueldos en General Motors avaladas por el SMATA, la crisis en las cadenas de electrodomésticos y el proceso incierto en los gigantes de la alimentación.
Frente a esos números, en el panperonismo no son pocos los que se advierten no sólo sin plata sino también sin gestión. Las críticas de la oposición y el Círculo Rojo tienen, esta vez, un correlato dentro de la alianza oficialista.
Frente a esos números, en el panperonismo no son pocos los que se advierten no sólo sin plata sino también sin gestión.
Para mostrarle al Fondo y exponer el fracaso de Cambiemos, el gabinete económico exhibe como logro una baja sostenida de la inflación con tasas de interés que se redujeron de casi el 50% al 30% y favorecen el crédito productivo. Pero en las consultoras del mercado sólo ven nubarrones, temen que la quita agresiva que agita Guzmán termine en default y propagan la idea de un gobierno que -como el de Macri- también padece la fragmentación en el área económica.
La AFIP, el Banco Central, Economía, Producción y Energía no se mueven siempre detrás de una lógica común. Ante un ministro que advierte a los bonistas que se van a frustrar y no muestra las cartas que le piden, los fondos de inversión quieren ver a un jugador de póker desgastado y sin margen de acción.
Por eso ahora, el nerviosismo de los grandes apostadores se traduce en operativos para quebrar el precario andamiaje ministerial que Fernández edificó, de cara a la partida más difícil de su vida. Falta menos para saber quién acierta y quién se equivoca.