Si no fuera por Barker, un pequeño pueblo de 1241 habitantes en el centro de la provincia de Buenos Aires, Mauricio Macri no sería hoy quién es. A 400 kilómetros de la Capital Federal y 60 de Tandil, la comarca que pertenece al partido de Benito Juárez es un polo minero que los especialistas consideran dotado de características únicas: concentra una de las mayores producciones de calizas y arcillas en la región y es insumo fundamental para la industria cementera.

Hasta Barker llegó Franco Macri con su segunda empresa, Vimac, en 1955. Producto de la sociedad con su amigo, el ingeniero Juan Carlos Vivo, el emprendedor italiano viajó con la misión de construir una planta de cemento para la poderosa Loma Negra. No fue fácil.

Al frente de una cuadrilla de obreros numerosa, el padre del actual Presidente dio una muestra de carácter y convicción, cuando se resistió armado a que sus empleados tomaran las camionetas de la compañía para ir a Plaza de Mayo a defender a Perón. Era 8 de septiembre de ese año bisagra, como contó la periodista Ana Ale en un libro imperecedero, La dinastía. Ya Macri encarnaba otro país.

En 1955, Franco Macri conoció a Alicia Blanco Villegas y logró el milagro de cruzar Calabria con las sierras de Tandilia, el agua y el aceite.

Una noche más tranquila, Franco salió a divertirse en Tandil, el lugar más cercano a Barker que contaba entonces con hospedaje. Ahí conoció a Alicia Blanco Villegas, hija de una familia distinguida, propietaria y poderosa de la zona. Poco después, vino el milagro de cruzar Calabria con las sierras de Tandilia, el agua y el aceite según entienden algunos amigos del poder. Tres años después estaban casados y, en 1959, nacía Mauricio, el mayor de los cuatro hijos del matrimonio.

El árbol genealógico del ingeniero que fue presidente de Boca y saltó después a la política con un éxito indudable no es sólo un dato que anida en el fondo del tiempo. Puede explicar las dos caras del líder del PRO, más ahora que sus voluntarios lo lanzan a la reelección. Así lo piensan figuras de peso político como Daniel Angelici, su socio indestructible en el rubro de la pasión y el negocio del fútbol.

Es el Tano el que suele bromear con las dos caras del Presidente. Dice que cuando Mauricio es Macri se muestra dispuesto al acuerdo, no se cierra y busca la forma de obtener un beneficio de cada situación. Pero cuando es Blanco Villegas, se presenta intransigente, quiere ser más estricto que nadie y sube la vara de la transparencia hasta niveles sorprendentes.

Cuando Mauricio es Macri se muestra dispuesto al acuerdo y busca obtener un beneficio de cada situación. Pero cuando es Blanco Villegas se presenta intransigente y quiere ser más estricto que nadie.

Como todos, el Presidente tiene días y días. Según la frase de Angelici que circula entre la comandancia del PRO, cuando está en modo Blanco Villegas, Mauricio sintoniza más con la prédica de su archirrival Elisa Carrió y es mejor ni acercarse. Cuando vuelve al modo Macri, es el mismo que conoció él y que tantas alegrías lo llevó a compartir.

Mañana, si los "llorones” de la UIA pasan el filtro de Marcos Peña y Pancho Cabrera, quizás el Presidente se acerque a saludar, para dejar atrás los sinsabores que amargaron a los industriales. Pondrá en segundo plano las mañas que les conoce y el recelo por la inversión que no llueve para volver a sentirse hermanado con ellos. Le guste o no, es el hijo más destacado de la corporación empresaria en la política, una ventana excepcional entre dos mundos.

Si el tridente de Miguel Acevedo, Daniel Funes de Rioja y Luis Betnaza supera la prueba de la blancura, volverá a sus sillones aliviado, lejos de la solución a los problemas, pero otra vez en la senda de lo previsible: a salvo de los cañones del Estado conducido hoy por un empresario. Será una escena más acorde con la Argentina que sueñan, con un Presidente que se reconoce heredero de los Macri y lleva los genes de su padre, a flor de piel.