Este viernes, una desinteligencia oficial puso en riesgo los enormes esfuerzos realizados por millones de argentinos para combatir el coronavirus. Hace dos semanas, el acatamiento al aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el Gobierno nacional se impuso como la medicina más eficiente para aplanar la curva de contagiados por la pandemia. Sin embargo, la negligencia compartida por la ANSES, el Banco Central y los gremios bancarios aglomeró a 800.000 jubilados en las calles.

Largas filas durante toda la madrugada expusieron a la población más vulnerable, en absoluto desamparo, a contraer la enfermedad. Sergio Palazzo, secretario de La Bancaria, aseguró que "el 70% de los que fueron a los bancos tenían tarjeta de débito para retirar la plata en cajeros automáticos". Es decir, que podrían haber evitado las colas para cobrar el bono de $10.000 por la ventanilla. Un estudio del INDEC lo desmiente: según los datos oficiales, el 82% de los adultos mayores utiliza el efectivo para efectuar pagos.

La especialista en Derecho a la Vejez, María Isolina Dabove, detalla ante El Canciller las múltiples causas que llevaron al dantesco resultado en las sucursales bancarias y apunta sobre un fenómeno: el viejismo, una suerte de discriminación de antaño que regresó a las primeras planas mundiales con el coronavirus.

"Creo que existe una resistencia de las personas mayores, por una cuestión generacional, a utilizar la tecnología. Pero los bancos no se han encargado de capacitarlas tampoco. Las han destratado. Eso implica tiempo y una inversión económica en personal, que tal vez no han querido hacer. Los jubilados no nacieron con una computadora bajo el brazo y hubo un salto copernicano que incluso a nosotros nos cuesta asimilar", explica.

"Pero además, hay un tema cultural de fondo y propio de la Argentina. Estas personas mayores han vivido todas las crisis económicas de la historia reciente del país que los ponen en una situación de mayor alerta. Muchos perdieron su dinero por el corralito o en el rodrigazo. Esto fue como una bomba, que era bastante previsible. No midieron de manera prudencial los riesgos y hubo una falta de atención cuidadosa a la hora de definir juntar a dos grupos altamente necesitados y vulnerables (NdR: jubilados y beneficiarios de AUH y pensiones). No se dieron instrucciones precisas a los bancos y a la sociedad. Eso, sumado a la desconfianza de las personas mayores en el sistema, hizo que vayan desesperados al banco", explaya.

Más allá de la coyuntura actual, la investigadora del CONICET pone en el énfasis en una cuestión más abstracta. Plantea que en el mundo hay una cultura viejista. El viejismo es la desconsideración, exclusión y discriminación de alguien por una persona que es vieja, similar al racismo.

"No hay un hecho que haya detonado el viejismo. La constante ha sido que la sociedad ha valorado el lugar de los adultos mayores en la medida en que los viejos aportaban algo para la supervivencia del grupo. Cuando esto empezó a dejar de tener importancia, se empezó a ver a la vejez como una carga. Hay un discurso de protección a las personas mayores pero en la práctica no se ve la misma coherencia", argumenta.

"Lo que sucedió el viernes, más allá de la impericia gubernamental, mezcla un poco este concepto. Fue una muestra de la imposibilidad de ponernos en la posición de esas personas mayores que están solas y aisladas hace más de 20 días, en la mayoría de los casos sin una familia. Vivimos en un mundo que destrata a la cultura mayor y tiene incorporados estos viejismos", cierra.