«Que cierren las piernas. Como si no existieran los accidentes, no se rompieran preservativos ni fallaran las pastillas. Que cierren las piernas, como si el o la que lo dice nunca hubiera estado una semana con las gónadas atravesadas en la garganta a la espera de que sólo sea un retraso por estrés. Que cierren las piernas, como si los hombres que depositan su esperma no estuvieran tan implicados en el resultado. Que cierren las piernas, no vaya a ser cosa que descubramos que hay personas que todavía tienen sexo y disfrutan de tenerlo tanto como disfrutan de vivir una vida distinta, en la que todavía no se sienten con ganas de ser madres. O padres. Y no, no es un error de propiedades biológicas: el aborto es un interés compartido, aunque varios se hagan los boludos.

Que cierren las piernas, porque si quedaron embarazadas es por putas. Porque si cogen son putas. Que cierren las piernas y, si les toca igual, hagan como María, que nunca las abrió, quedó embarazada igual y aceptó su destino. Que hagan de cuenta que el test de embarazo es, en realidad, el Arcángel Gabriel. Que cierren las piernas porque el aborto es un pecado, como lo dice la Iglesia ancestralmente desde… 1869. Que cierren las piernas para no ofender a Dios, a pesar de que la doctrina de los considerados Padres de la Iglesia sostiene que no pasa nada con un aborto temprano, dado que Dios otorgaría un alma sólo cuando encontrase una materia preparada, según el mismísmo Santo Tomás de Aquino, el mismo autor de la Suma Teológica que también dijo que, hasta que esa materia esté preparada –o casualidad, entre los 40 y 90 días de gestación–, la vida que se desarrolla dentro del seno materno no es muy distinta a la de un vegetal. Paradojas de la vida: los conservadores se amparan en una reforma eclesiástica de un siglo y medio en una institución que durante nueve siglos no tuvo esa misma posición.»

En febrero de 2018, ni bien Mauricio Macri anunciaba que no veía con malos ojos que se debatiera la despenalización del aborto, escribí el texto del que se desprenden los párrafos que anteceden. Un texto que en parte me cambió la vida por esas cosas que pasan en la Argentina y que, con una liviandad que da risa, llamamos "grietas". O sea: gente que me faveaba hasta los peores chistes pasó a insultarme, sujetos que consideraba amigos me colocaron en un patíbulo sin puntos intermedios y personas que no se habrían sentado a tomar un café conmigo ni habiendo plata de por medio compartieron cada palabra. Sin embargo, lo que más me asustó es que en febrero de 2018 escribía cosas llevándolas al paroxismo, a un extremo que quedó ridículo frente a los planteos que luego vimos en los eternos debates inconducentes: cuando el punto en discusión es cuándo comienza la vida humana, no hay un lugar medio porque nadie puede estar medio vivo o medio muerto. 

«Podríamos hablar de miles de argumentos y refutarlos uno por uno. Podríamos decir que si un embrión es un ser humano y un aborto es un homicidio, todas las mujeres que sufrieron abortos espontáneos deberían ser procesadas por homicidio culposo hasta que se demuestre su inocencia. Podríamos preguntarnos qué tiene en la cabeza una persona que supone que alguien quiere abortar por deporte, porque le pintó, porque no tenía nada mejor para hacer. Podríamos preguntarnos por qué alguien supone que todas las que abortan quieren hacerlo, y no que tienen que hacerlo. Podría preguntar cuántos de los que dicen “que los tengan y los den en adopción” acompañaría a una madre que no quiere serlo en esos nueve meses para llevarse luego el bebé. Podría decir, también, que no me sorprende en ningún aspecto que esas mismas personas que hablan de adopción también se nieguen a que matrimonios homosexuales puedan adoptar. Podríamos, también, agarrar a todos y cada uno de los que dicen “se hubieran cuidado antes” y remarcarles que los planteos contrafácticos son de imposible aplicación, salvo que tengan una máquina del tiempo. De paso, podríamos anotar a todos los “hubieran” en un listado para dejarlos afuera de cualquier tipo de cobertura de salud ante diabetes no congénita, cáncer de fumador, obesidad o un tratamiento de conducto. Y qué querés que te diga: hubieras comido menos caramelos, hermano. Por otro lado, entiendo la falta de educación y podríamos debatir la prevención una vez legalizado, así no seguimos metidos en el quilombo».

Sin embargo, nada nos preparó para lo que vino después. Porque cuando escrbí aquellas ya viejas líneas, también hice el planteo que creí obvio: «Podríamos preguntarnos por qué piden defender una vida potencial a excepción del caso de una violación, como si el feto-ser humano en potencia tuviera algo que ver en las circunstancias de su padre biológico». Pronto llegarían los que creen que la lógica de la vida aplica hasta en caso de violación y que la mujer gestante se tiene que joder por cómo cayó en esa situación. Porque lo importa es la vida del que está por venir, que tiene miles de potencialidades, desde un genio hasta un asesino, pasando por un amplio abanico de mediocridad o relevancias sociales. Para muchas personas importa más esa potencialidad, no la realidad de quien ya existe. 

Pronto llegó el planteo negativo de parte de aquellos de quienes menos lo esperaba. Porque el planteo de la despenalización y legalización del aborto, para un sector de la sociedad con ganas de encasillar, pareciera ser una bandera exclusiva de la izquierda, cuando otras corrientes lo abordan desde los derechos individuales. Fueron grandes luminarias de ese sector, los que hacen cola para sacarse fotos con Gloria Álvarez en vez de escucharla, los que llevan la bandera de la viborita porque es copada y siempre está bueno sumarse a algo, los que reivindican posturas conservadoras sin sonrojarse de llevar como ávatar a Julio Roca, el tipo que le quitó todo el poder mundano a la Iglesia Católica en la Argentina, los que de liberalismo leen lo que les conviene; fueron esas personas quienes se opusieron, también, levantando la voz desde el punto de vista economicista y hablando por lo bajo cuando se les mostraba los números. O sea: cuánto nos costaría un sistema de salud que incluya el aborto legal en hospitales públicos, cuánto se incrementaría la cuota de una prepaga, etcétera. Quizá, en ese debate se dimensione que un aborto con pastillas legales cuesta un par de miles de pesos, o lo más grave: el enorme costo de dinero que se va en atender a quienes fueron sometidas a un aborto clandestino en condiciones paupérrimas, en lugares de mierda y atendidas por sujetos más cercanos a la carnicería que a la medicina. Son las negativas a abordar estos temas desde la realidad lo que llevaron a demostrar una vez más que, en una generalización extrema, el liberal argentino es un conservador que no quiere pagar impuestos.  

«Entiendo los dogmas religiosos, y los respeto porque me gusta que respeten los míos. Pero en ese contrato social que suscribimos al aceptar vivir en una sociedad organizada en este territorio, sabemos que nuestras creencias religiosas no pueden decidir los destinos del resto de nuestros compatriotas. Hasta finales del siglo XIX, el único registro de que una persona pasó por la vida lo tenía la Iglesia, siempre y cuando fuera bautizado. Cambiar esa situación llevó a una ruptura de relaciones con el Vaticano y una merma en la popularidad del entonces presidente por parte de una gran porción de la ciudadanía. Pero a veces hay cosas que se tienen que decidir sin tener en cuenta el termómetro social. Se hizo y hoy no nos imaginamos tener que realizar un trámite con un certificado de bautismo». Hoy estamos en campaña electoral y, de pronto, ese planteo que se hizo como una cuestión de salud pública desapareció de la agenda hasta de los que levantaron la bandera siendo oposición porque ahora "hay que tender puentes y cerrar grietas". ¿La salud pública es una grieta? ¿Esas son sus convicciones? Obviamente es una pregunta tan retórica como las convicciones de quien es capaz de cualquier cosa por el Poder. 

«En cuanto a materia educativa, el tema va más allá de enseñar educación sexual. Hasta hace no mucho, creía que los chicos de clase media para arriba venían mejor preparados en materia de educación sexual hasta que me encontré con que cuidarse a la hora del sexo es algo relativo, al menos en comparación a lo que fue para los de mi generación. Nosotros, que crecimos con un pánico atroz a contagiarnos de HIV y morirnos en un año o dos, tuvimos una educación preventiva sin igual. El Estado inundaba cualquier dependencia con información para prevenir el contagio del virus, las propagandas del propio Estado y de las fundaciones nos quemaban la cabeza a tal punto que nadie se atrevía a hacerlo sin un preservativo y todos llevábamos uno en la billetera. Al pedo, obvio, pero estaba ahí, como una manguera contra incendios que sí deseábamos usar cuanto antes. Que el HIV dejara de ser mortal y se convirtiera en una enfermedad crónica cambió las cosas y no lo queremos aceptar. No la vimos venir. Las campañas se relajaron y, fundamentalmente, se relajaron los padres». En este punto fue donde se dio la batalla posterior, donde comenzamos a retroceder cuando se quizo avanzar. Porque quienes dijeron "aborto no, eduquemos sexualmente", pronto mostrarían que tampoco estaban muy de acuerdo con ese temita y se opusieron a la implementación de la Educación Sexual Integral por considerar que enseñarle a un chico que una familia puede tener dos papás o dos mamás es fomentarles la homosexualidad. Mintieron ideológicamente y mintieron descaradamente. Primero no faltó quienes se ampararon en un falso liberalismo que se centra en negarle derechos a otros, dando cátedra para el regocijo de concervadores con más miedos que certezas. Luego se ampararon en casos aisladísimos para defender que futuras generaciones sean educadas sin las herramientas básicas para decidir sobre sus cuerpos por miedo a que el nene o la nena les salga puto o torta. Como si eso fuera un problema, cuando el verdadero drama que deberán afrontar es tener unos padres que los considerarán degenerados.

Hoy, a más de catorce meses del inicio de aquel debate nos encontramos en un lugar peor. Porque se nos cayeron intocables al escucharlos decir barbaridades en las exposiciones de comisión, porque nos dimos cuenta que un montón de legisladores no tienen altura intelectual ni para frenar antes de hablar de regalar cachorros de un perro, o de lo lindo que es regalarle una planta a una mujer embarazada. Porque también tuvimos que ver opiniones disfrazadas de tecnicismos legales y que no podían traspasar la primera pregunta: "y si se modifica esos frenos legales ¿está a favor o no?". Y porque también vimos resurgir una corriente que hace el ruido suficiente como para decir sin mayores problemas que una niña de 12 años violada es, en realidad, una madraza, que pueden hacer tráfico de influencias y hasta apretar por redes sociales para trabar burocráticamente el aborto no punible en casos de violación, que actúan en base a lo que sienten sin conocer ni ponerse en el lugar del otro y que, salto atrás inimaginable en el que comenzamos debatiendo la interrupción voluntaria del embarazo, pasamos a discutir el aborto ante violaciones, seguimos cuestionando la educación sexual y pasamos a debatir la conveniencia de que los homosexuales puedan casarse. Del aberrante sistema de adopción argentino nadie se acuerda. De ese patético sistema en el que miles de chicos llegan a adultos sin ser adoptados porque ninguna familia está a la altura de merecerlos, pero que si son biológicos podés mandarlos a vender paco. 

Esta nueva presentación simboliza para cada parte algo distinto y eso es lo interesante de los símbolos: la interpretación individual. En este caso, para mí simboliza el chiquitaje de la política, esa que en un año no electoral puede debatir la ley de gravedad pero que cuando comienza la campaña puede convertir una guerra en una diferencia de criterios. O, pasar de un problema de salud pública a "algo que merece la construcción de concensos".