La bolsa grande
Y estamos ya con la Junta Grande. Recordemos que el 27 de mayo se invitó a los pueblos del interior a enviar sus diputados para conformar una Junta que no solo representara los intereses de Buenos Aires. Esto había sido condición el aquel Cabildo del 22 de mayo y etcétera, etcétera, etcétera.
Así que, entre junio y diciembre, fueron viniendo los escaños a tomar posesión de la porción de torta que les tocaba. Fue el 18 de diciembre cuando estuvieron todos, y se pusieron a las cosas, los siete integrantes de la Junta que estaban en Buenos Aires y los nueve representantes del interior. Ya vimos también que el morenismo quería la integración de un congreso y el saavedrismo apoyaba al interior que quería integrarse a la Junta. La votación la ganó el interior, Moreno renunció, acordó una salida elegante y unos meses después terminó en el fondo del mar con suficiente agua para apagar tanto fuego.
De movida, había triunfado el sector saavedrista, el más cauto, el que todavía prefería llamar al Fernandito, querido Rey. Y así andaban, prudentes y cautelosos. Encima, los tipos que venían manejándose bastante a gusto mirando al puerto tuvieron que empezar a prestar atención al interior y sus intereses. Y a algunos, claro, se le empezaba a estropear el estofado.
Miren el paisaje, eran dieciséis tipos y ya se podían dividir entre saavedristas, morenistas, porteños y los del interior. Una bolsa interesante, y a nadie se le había ocurrido todavía eso de que se estaban reproduciendo.
Pero, para ordenar un poco la cosa y poner un poco de equilibrio, vino el Dean Funes – si vienen leyendo esto semana a semana ya sabrán de sus méritos – con un sistema; una Junta Provincial, compuesta por un gobernador intendente designado por el gobierno central y cuatro vocales elegidos por los vecinos. Casi perfecto, aunque la cosa no gustara tanto en las ciudades subordinadas donde se delegaba un gobernador y se elegían solo dos vocales.
Ajo y agua, porque así salió el Decreto de Creación de Juntas Provinciales, en febrero de 1811.
Y para abril la cosa ya estaba espesa, viendo que la Junta no venía con apuros independentistas, los morenistas armaron un levantamiento. Pero el saavedrismo, alertado como siempre, ocupó con sus tropas la Plaza de la Victoria. Lo de siempre, un par de sopapos y mandaron a los levantados a reflexionar un rato. Además, presentaron un petitorio ante el Cabildo, que la Junta, por supuesto, aceptó. Así el saavedrismo se cargó de un plumerazo a cuatro morenistas de la Junta y nombró a Joaquín Campana como Secretario de Gobierno quien compartía, entonces, el poder con el propio Saavedra y el Dean Funes. Además, y para evitar futuros disgustos, se creó el Tribunal de Seguridad Pública, un raviol de la Junta para atender los asuntos del que pretendiera atentar contra el orden felizmente establecido.
Pero, además de plumas había espadas. Así que, ahí habían mandado al Dr. Manuel Belgrano, a hacerse la revolución en Paraguay. Y Don Manuel fue sin chistar, como buen patriota. Terreno hostil, con milicias mal pertrechadas, teniendo que sumar soldados por el camino, además de entrenarlos, equiparlos y aprovisionarlos. Encima, la columna de Balcarce tuvo un traspié en el Rio Uruguay y, a medida que se avanzaba, también se corría el riesgo de que Montevideo atacara por la retaguardia.
Belgrano trató de evitar la fuerza militar para someter a Paraguay, intentó con correspondencia y buenos modales. Pero a cuando uno no quiere, dos no pueden. Se dieron las batallas de Paraguarí donde los Paraguayos hicieron retroceder a los porteños hasta Tacuarí donde nuevamente vencieron, obligando en la capitulación a Belgrano a retroceder hasta el otro lado del Paraná. Belgrano buscaba adhesión y no hostilidad al pueblo paraguayo, así que cumplió.
Por supuesto que esto no fue gratis, y a Belgrano los saavedristas le montaron un juicio de padre y muy señor mío. Por supuesto que Don Manuel salió limpio y planchado, recuperando los honores, pero después de seis meses de parirla como un duque.
En Montevideo, mientras, Artigas se la armó gorda al Virrey de Elío. Y, como vimos que la cosa venía bien, le mandamos refuerzos para sumar porotos y, así juntos, derrotamos a los gallegos en Las Piedras. Pero, por mas sitio que se le pusiera a Montevideo, los realistas aguantaron y terminaron dominando la situación. Y nos bloquearon el puerto, claro.
Al mismo tiempo se perdió en el Alto Perú, en la batalla de Huaqui, perdiéndose el comercio con Potosí, por lo que la Junta tuvo que mandar al propio Saavedra para la reorganización del ejército y evitar que los realistas nos la mandaran a guardar por el norte.
Esta derrota, más un acuerdo medio turbio con de Elío, hicieron trastabillar definitivamente a la Junta. El Cabildo culpó a la Junta por el bloqueo realista al puerto, acusándola de inepta. Atrás de esto estaba el morenismo que, además, presionaba desde la prensa movilizando al pueblo.
Así, el Cabildo logró que se formara la Asamblea de Apoderados del Pueblo, a lo que Campana se opuso tan firmemente que Matheu, presidiendo la Junta, lo exoneró y lo echó de la Ciudad.
De este modo se eligieron los apoderados del pueblo, además de dos diputados por Buenos Aires para integrar el Congreso de las Provincias, siendo elegidos Paso y Chiclana. Para la Asamblea se eligieron los doce apóstoles, siendo, entre ellos, de Sarratea el más votado.
Pero, la Junta Grande no estaba destinada a ser ninguna cosa del otro mundo, tal que el 22 de septiembre de 1811 y por influencia del Cabildo porteño, la Junta ordenó crear un nuevo gobierno, el “Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a nombre del Sr. Don Fernando VII”, a la postre el Primer Triunvirato, - ellos todavía no sabían que habría otro -, constituido por Paso, Chiclana y de Sarratea. Y con Bernardino Rivadavia de Secretario. Y así, como quien no quiere la cosa, nacía el unitarismo.
La junta mutó en la Junta de Conservación de los Derechos de Fernando VII, una especie de poder legislativo decorativo que, ni bien sancionó el Reglamento Constitucional, se comió el veto del Cabildo que le dio las del pulpo. Para noviembre esta bendita Junta estaba a dos metros bajo tierra y sus integrantes expulsados de la ciudad después de apoyar a los Patricios en el pintoresco motín de las trenzas. Pero eso es otro capítulo.