Hace 11 años, el gobierno de CFK conoció su primer conflicto político con las retenciones móviles a las exportaciones de granos. Los exportadores agropecuarios rechazaron enfáticamente el nuevo sistema, tomaron las rutas y lograron el apoyo de la oposición y los medios. Pese a algunas modificaciones al proyecto original, como la creación de un Fondo de Redistribución Social formado con parte de la recaudación impositiva, el proyecto de ley fue rechazado en el Senado. 

Además de los sectores conservadores habituales, como la Sociedad Rural, el diario La Nación y la oposición de derecha, el rechazo a la iniciativa del gobierno contó con entusiastas inesperados. El MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores), de tendencia más o menos trotskista, marchó junto a Hugo Biolcati, el entonces titular de la Sociedad Rural, para defender la renta del proletariado. Lo mismo ocurrió con el dirigente social Toty Flores, cofundador del Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza y actual diputado por la Coalición Cívica. 

Flores defendió el derecho a la renta de los exportadores de granos y criticó tanto las "retenciones desmedidas” como la regulación del Estado a través de la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (ONCAA). 

Lo más notable es que, a la par que criticaba esos ingresos fiscales "desmedidos”, Flores denunciaba la pobreza. Según el pensamiento mágico del Tío Tom de la Coalición Cívica, a la hora de decidir sobre la distribución de los recursos del país y combatir la pobreza, los empresarios tendrían mayor legitimidad que el propio Estado, cuyos representantes- como Flores- son elegidos periódicamente por la ciudadanía.  

Hace unos días, el canciller Jorge Faurie declaró: "El mundo nos pide que no cambiemos". Fue en referencia a las políticas que el gobierno lleva adelante desde hace tres años con éxito esquivo. No tenemos mucha idea a qué mundo se refiere el ministro pero podemos imaginar que aquellos países que considera serios y que a su entender deberíamos tomar como modelo jamás supeditarían su desarrollo a lo que "el mundo” supuestamente les pide. Lo harían en función de lo que consideren bueno para sus representados.

El mundo puede pedirnos muchas cosas, como ser proveedores de materias primas e importadores de productos manufacturados, pero no por eso deberíamos escucharlo.

Ocurre que, así como nuestro Tío Tom descree de su propia legitimidad como representante del pueblo para determinar el destino de la renta agropecuaria y pide dejar que nuestros ricos lo decidan, el canciller nos regala una magnífica mezcla de bobería y cipayismo al delegar nuestro desarrollo a lo que supuestamente determinen otros países.

Nos gobierna un Tío Tom global.