La calma alcanzada a nivel financiero significó un pequeño alivio para una sociedad sometida a un estrés permanente los últimos tres años. Sin embargo, a medida que se sostiene en el tiempo y se vuelve a recuperar el pulso normal, comienzan a ser más visibles la fragilidad de los hilos que sostienen esa estabilización y, por sobre todo, las amenazas que la acechan a mediano plazo. En particular, la preocupación empieza a deslizarse del dólar a la inflación, que gana velocidad con independencia de la cotización de la divisa.

En lo que respecta a la evolución del dólar, la brecha todavía hoy se mantiene por encima del 100%, un nivel elevado que genera distorsiones en la economía, cuando el efecto de las intervenciones parece haber alcanzado ya el límite de su eficacia. Mientras que persista, seguiremos viendo comportamientos basados en las altas expectativas de devaluación, como el adelantamiento de las importaciones y la dilatación de la liquidación de la venta de granos, con la consecuente pérdida de reservas del Banco Central. A pesar de que a comienzos de mes la autoridad monetaria había logrado ser compradora neta de divisas, la dinámica se revirtió pasada la primera semana y, llegado a este punto, el balance es negativo en 86 millones de dólares. Una cifra mucho menor que los mil millones de rojo en octubre, pero que indican que la tendencia cambiaria no se modificó sustancialmente sino que solo está amortiguada.

En este contexto, resulta clave sostener el atractivo de las colocaciones en pesos, en orden de no sumar más presión al tipo de cambio. Es por eso que la ralentización del crecimiento de los plazos fijos minoristas e incluso la leve retracción de los mayoristas constituye un llamado de atención, que probablemente demande acelerar la suba de tasas. No ayuda a tales fines la decisión de Horacio Rodríguez Larreta que, en respuesta a la quita de coparticipación, eliminó la exención de Ingresos Brutos para las operaciones de Leliqs, el instrumento con el que el BCRA define la tasa de referencia. La jugada, con la que el Jefe de Gobierno estima, cauteloso, recaudar más de 10 mil millones de pesos, no puede decirse que no tenga cierta poética. Con este gravamen, las alternativas que se presentan no son muchas: los bancos pueden asumir el costo, trasladarlo a los clientes o, la más probable, demandar que el BCRA aumente el interés del instrumento en orden de compensar el tributo. Así, el Estado nacional terminaría pagando parte de lo que redistribuyó de Ciudad. Más allá de lo que acabe afectando esta medida a la política monetaria, lo que uno puede preguntarse es cuánto resiste la frágil economía del país estos golpes de mano tratando de sacar ventaja. Lo que en un contexto normal puede ser una movida sagaz, en escenarios de alta volatilidad puede desencadenar impactos complejos para todas las partes.

En particular, la preocupación empieza a deslizarse del dólar a la inflación, que gana velocidad con independencia de la cotización de la divisa.

En todo caso, lo evidente es que a pesar de la intervención exitosa sobre los dólares alternativos y la serie de señales que el gobierno viene dando en pos de mostrar cierto horizonte de normalización fiscal, persiste una dinámica insostenible que más temprano que tarde puede volver a manifestarse en las cotizaciones. Marzo aún queda muy lejos y el riesgo es que esta tranquilidad aparente invite a una pasividad que limite los recursos disponibles si la tensión cambiaria recrudece.

Aún con el dólar relativamente controlado en lo inmediato, a mediano plazo el problema que empieza a presentarse es el de la notoria aceleración de la inflación. En el día de ayer, YPF volvió a aumentar los precios un 2.5% promedio en el país. Es el cuarto aumento en lo que va del año, el último había sido hace apenas un mes. La necesidad de salvar a una empresa prácticamente en quiebra le está aportando una presión extra a los precios.

Este impulso adicional llega luego de una semana con otras varias noticias negativas en materia de inflación. En efecto, el INDEC informó una aceleración importante de los precios mayoristas, que aumentaron 4.7% en octubre respecto al mes anterior. Más preocupante aún es la evolución de la Canasta Básica, que subió 5.7% con especial énfasis en alimentos.

La administración de estas presiones ya da indicios de conflictividad. Un ejemplo es lo que comienza a verse en el sector de la construcción, en dónde los precios aumentaron un 7.8% en octubre, registrándose faltantes y restricción de ventas. Esto motivó a la Secretaría de Comercio a intimar a las empresas para que incrementaran su producción y arbitraran medidas para su provisión.

Evidentemente, en aquellos sectores en dónde empieza a haber un mayor dinamismo por las oportunidades que presentan, los precios reaccionan rápidamente al alza. Al mismo tiempo, otras actividades parecen amagar a una recuperación lenta e incompleta. Tal es el caso de la industria metalúrgica que, según el reciente informe de la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (Adimra), tiene a la mayoría de las empresas produciendo a volúmenes superiores a los del año pasado, pero aun así muy lejos de recuperar sus anteriores niveles de rentabilidad.

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El problema que puede avizorarse para el próximo año es la existencia de una reactivación a dos velocidades muy diferentes. Cómo sucede en otros países que atraviesan crisis integrales, el resultado que puede darse es una mayor segmentación social en función de las particularidades de la recuperación. Es significativo el dato que aporta en su último informe el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA), que advirtió que la línea de pobreza se acerca al nivel medio de los salarios que pagan las empresas formales. En otras palabras, son cada vez más los trabajadores que, aun teniendo un empleo privado registrado, no logran abandonar la precariedad. Tal vez sea más limitado en países en dónde el mercado interno tiene un peso tan importante, pero no es cierto que no se pueda crecer económicamente con buena parte de los asalariados bajo niveles de pobreza.

En este sentido, uno de los desafíos principales de este proceso de ordenamiento que se está iniciando es calibrar la necesidad de emprenderlo sin obturar el desarrollo de los sectores económicos más dinámicos, que permita que el crecimiento de la actividad rompa lo que de otra manera sería un círculo vicioso de más ajuste y recesión, pero al mismo tiempo moderando las diferencias entre los ganadores y perdedores de la crisis. Aquello requerirá de bastante más osadía, consistencia y originalidad que la del oportuno aporte excepcional, por única vez, de aquellos más privilegiados.