Conforme a lo esperado, la oferta de canje de bonos bajo legislación argentina consiguió una adhesión del 98,8 por ciento, porcentaje similar al anunciado para la reestructuración de la deuda con jurisdicción extranjera. Se reconfiguran así vencimientos por 41 mil millones de dólares, un cuarto de los cuales debían haberse afrontado originalmente este año, en un esquema de pagos inviable que el gobierno anterior armó en su desesperación por llegar al fin de su mandato.

Además de despejar el que resultaba el mayor factor de incertidumbre económica, los sendos canjes concretados llegan justo a tiempo, cuando no un poco tarde, para habilitar un nuevo curso de acción que permita abordar el frente cambiario, que continúa presentando una dinámica de difícil sostenimiento.

En efecto, como todo principio de mes, en los últimos días hubo un aluvión de compradores de dólares “solidarios”. Probablemente, para fin de septiembre se terminen superando las 5 millones de personas que en agosto hicieron uso de su cupo, drenando así casi mil millones de dólares de las reservas. El principal aliciente de quienes aprovechan la cuota es la distancia de la cotización oficial con las alternativas, que no solo impulsa la demanda sino que retrae la oferta que deberíamos tener, considerando que Argentina se dispone a alcanzar este año el superávit comercial más alto de su historia, en torno a los 18 mil millones de dólares.

Las alternativas que se presentan para revertir esta situación son limitadas y más o menos claras. Una posibilidad es suprimir el dólar ahorro, lo que aliviaría la presión sobre las reservas del Banco Central pero estimularía la brecha cambiaria, agravando el problema y generando otros. En particular, se correría riesgo de que las cotizaciones paralelas se impongan como referencia, presionando sobre los precios. La otra opción, que pareciera haber ganado fuerza en las últimas semanas, es la de impulsar alguna clase de desdoblamiento del tipo de cambio, pero aquello no equivaldría mucho más que a reconocer la actual situación de hecho. Oficializar la brecha no anula sus efectos; en algún punto, los amplifica. Finalmente, la última de las preferencias sería acelerar la devaluación del peso. En una economía en depresión como la nuestra, con tensiones inflacionarias acumuladas, esto no sólo tendría un duro impacto social sino que podría desencadenar un escenario difícil de reordenar luego. Las escenas de la madrugada de hoy son, entre otras cosas, un recordatorio del poco margen que existe en ese sentido.

Sin embargo, la concreción de la reestructuración abre el espacio para una cuarta variante, que será puesta a prueba en el transcurso del mes y en la que el gobierno deposita sus fichas para lograr desatar el nudo cambiario sin intranquilizar la economía. El BCRA ingresó al canje por unos 15 mil millones de dólares, que a partir de ayer se acreditaron en bonos que cotizan a un valor cercano a la mitad. Son 7 mil millones de dólares en títulos públicos que la autoridad monetaria puede poner en el mercado como opción para aquellos que busquen dolarizar sus carteras. El efecto debería ser la baja sustancial de la cotización de los dólares bursátiles, que constituyen el principal precio alternativo. El dólar blue, un mercado cuyo volumen continúa siendo marginal en comparación, debería ser arrastrado en consecuencia. A esto es a lo que el ministro Guzmán se refería como “poder de fuego” en la conferencia del viernes, en la que, a diferencia de otros tiempos en los que este tipo de problemas se negaba o ninguneaba, reconoció que la brecha cambiaria existe y que es prioridad reducirla.

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Junto al uso de otros instrumentos, como la venta de contratos a futuro, que el BCRA ya viene utilizando, y la ininterrumpida depreciación del oficial acompañando la inflación, se espera que sea suficiente para reducir la dispersión entre las cotizaciones a niveles razonables. No obstante, es necesario evitar la tentación de engañarse. Acercar las puntas de esta manera no constituye una solución al problema, es simplemente una oportunidad para retomar un punto de partida desde el cual poder generar una dinámica diferente. Para ese último objetivo, la tarea sigue siendo más compleja que la de liquidar stocks. Se requiere para ello, entre otras cosas, retomar el crecimiento de la economía, despejar los vencimientos de deuda con el FMI y avanzar en un sendero de convergencia fiscal sustentable. De otra manera, rápidamente las expectativas de devaluación volverán a instalarse y con ella la brecha cambiaria.