De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en el primer semestre de 2019, el número de personas por debajo de la línea de la pobreza alcanzó el 35,4%, frente al 27,3% del mismo período de 2018, mientras que los indigentes llegan al 7,7%.

Además de este informe, el Indec publicó otro (referente al primer trimestre de este año) donde se discriminan las variables y se hace visible la feminización de la pobreza.

Así, se concluye que el 40% de la población de menores ingresos está conformado mayoritariamente por mujeres (62,5%). Lo opuesto sucede en el 40% de mayores ingresos, donde son mayoría varones (60%).

Además de las mujeres, los niños son los grandes perjudicado: en la infancia la pobreza supera más del 50% y seguramente hacia fin de año comprenda a 6 de cada 10 niños o niñas hasta 17 años.

"El feminismo viene hablando de esto desde la década del 70, todo el tiempo leemos o escuchamos que desde el movimiento feminista vamos avanzando en derecho, pero las cifras que vemos dice todo lo contrario, como las del Indec", explicó en diálogo con El Canciller, María José Corvalán, activista feminista e integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

"El empobrecimiento no es solo sobre las condiciones de vida sino también en la vulneración de los derechos. Una mujer empobrecida no puede acceder a sus derechos más básicos por el lugar que vive, por la falta de información y de herramientas", agregó.

“Cuando uno analiza el porcentaje de personas pobres no hay mucha diferencia entre la cantidad de mujeres y hombres. Ahora, la diferencia aparece sustancialmente cuando uno analiza hogares y empieza a ver cómo son las características de esas casas. Y justamente los hogares con menores son mayoría, por eso más de la mitad de los chicos son pobres”, remarcó en diálogo con este medio Eva Sacco, Integrante del Observatorio de Género del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).

Factores

De acuerdo a los especialistas, la feminización de la pobreza encuentra sus respuestas en varios factores: la desigual distribución de las tareas de cuidado, que dificultan la inserción laboral y el llamado “techo de cristal”, es decir, aquellas trabas invisibles que impiden ascender en lo salarial y lo laboral.

A estos factores se le suma la penalización salarial que tienen en el mercado laboral las profesiones más feminizadas, como docencia (74% mujeres), salud (69% mujeres) y trabajo doméstico (95% mujeres).

"Las mujeres empobrecidas terminan trabajando en su casa, con tareas domésticas que no son compartidas y por supuesto que no reciben remuneración. Sino, están sub-ocupadas o en negro. Y por supuesto el techo de cristal es clave:  si trabajan en el área de limpieza de una fábrica solamente se van a jubilar haciendo la misma tarea", ejemplificó Corvalán.

Empleo informal y hogares monoparentales

Justamente, esta semana se está desarrollando un Seminario de la Organización Internacional del Trabajo sobre la Economía Informal.

De allí se desprende que la informalidad en la Argentina las penaliza a ellas en mayor medida: la tasa de empleo no registrado es del 37% en el caso de las mujeres, comparada con el 32% de los varones.

A esto se le suma los llamados hogares monoparentales, de los cuales el 83% tienen como principal sostén económico a una mujer. Si bien constituyen el 24% de los casos, entre los hogares pobres llegan al 29%, de acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares.

“Los hogares que tienen como principal sostén a una mujer sola, en comparación a los hogares que tienen a una pareja o a un hombre solo son más pobres.  Por eso, la feminización de la pobreza está asociada al fenómeno de los hogares monoparentales. Esas casas tienen menores ingresos, porque lógicamente un hogar biparental hay dos ingresos, pero además porque los cuidados del hogar se reparten en dos”, explicó Sacco.

En estos casos, la activista feminista explicó que las mujeres, ante la necesidad de sostener el hogar y a los niños, "acceden a condiciones laborales infrahumanas y con poca salubridad".

"Son más flexible para adaptarse a cualquiera tarea y horario y son mas fácil de despedir, porque no conocen sus derechos y viven en un sistema que les enseña a ser sumisas y no reclamar", concluyó Corvalán.