La inauguración de un hospital modular en Lomas de Zamora fue el disparador que los usuarios de redes sociales encontraron para discutir sobre la imagen política en épocas de cuarentena. Con la excusa del corte de cinta de un nuevo espacio preparado para contener a potenciales infectados con coronavirus, se tomó una foto de los funcionarios involucrados en la gestión que proyecta un tinte futurista, sobrio y aséptico, una imagen que resulta interesante de descomponer a la luz de un momento histórico que se encuentra a la espera de la llegada de “la nueva normalidad”.

Con más de cien días de gestión y comunicación pública en el marco del aislamiento bajo el puente, podemos interpretar que el distanciamiento social y la incorporación del barbijo como nueva pieza del guardarropa mundial inaugura, por lo menos, una nueva estética comunicacional para las redes sociales. Este elemento no es menor si tenemos en cuenta que el proyecto político del que forman parte los protagonistas de la imagen se reconoce de manera identitaria por la cercanía, el contacto físico, la aglomeración y el encuentro con el otro. Esta paradoja invita a formular la pregunta ¿cómo se efectiviza la comunicación de la gestión pública a partir del cuerpo aislado y con las pantallas como interfaz exclusiva de llegada al otro?

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No resulta llamativo que los usuarios de redes sociales homologaran la foto con la película Matrix (1999), que fue un disparador para los análisis filosóficos y culturales en el comienzo del presente siglo, ya que la ciencia ficción es uno de los géneros artísticos que más exploró la relación del cuerpo con la tecnología y la película propone la desaparición de los cuerpos del mundo físico para habitar uno virtual. La estetización de la gestión en cuarentena que les toca construir a los funcionarios de la actual gestión, podemos observar, se construye sobre la multiplicación de imágenes en espacios sanitarios y médicos, con tiene un tinte luminoso, limpio e incorpóreo.

Comunicarse virtualmente implica, en primera instancia, desaparecer físicamente. Los cuerpos quietos y distanciados de la nueva imagen política tienen el desafío de poner en evidencia la gestión y el trabajo que están llevando a cabo, desafío que, sin actos de inauguración ni recepciones multitudinarias en los distritos, necesita romper el techo de cristal que impone la virtualidad.

En la imagen referida observamos una composición de hombres de negro ubicados como en un afiche de promoción de una película de acción, pero también podemos incorporar otros elementos de interpretación. Si bien muchas mujeres reclamaron en redes sociales el “cupo de género” en la foto, no es muy difícil notar la presencia de Cristina Fernández de Kirchner subyacente en el armado político del escenario actual, donde el protagonismo está dado por la centralidad en la imagen de Axel Kicillof, Santiago Cafiero y Martín Insaurralde y, en un segundo plano su propio hijo, Máximo Kirchner, que parece replicar el lugar que ella misma decidió ocupar a nivel nacional.

Ante las críticas históricas que los medios le profesan a las mujeres que se involucran en la política en relación a sus atuendos, con el ojo puesto en el precio y en la excentricidad de sus elecciones, podemos interpretar que el negro elegido para representar la matriz del nuevo peronismo —bajo el sintagma “todos”— parece vincularse con la austeridad, y la intención, tan enquilosada en los análisis estéticos del color negro y su correlativa sobriedad, de anular el mensaje estético. Sin embargo, la homogeneidad del color y del tipo de prendas —jeans gastados, abrigos oscuros y tapabocas negros— refuerza la construcción política de un espacio que se consolida como un articulador de voces diversas y que convive con sus diferencias.

A diferencia de los representantes de la gestión anterior, que aun para hacer “timbreo” enarbolaban marcas extranjeras como Uniqlo, las etiquetas no aparecen en los atuendos que los funcionarios lucen en la imagen que nos convoca. Insaurralde, el representante del conurbano, con años de gestión municipal encima pero con la juventud necesaria para no desentonar con la composición —y la hazaña de haber sobrevivido al cáncer, primero, y al coronavirus, después—, articula el presente y el futuro. Cafiero, sobrio y silencioso, el “cosificado” de la gestión, atiende sus particularidades a través del traje sastre y aparece como el vocero de la gestión nacional. Daniel Gollán, ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, casi al borde de la foto, es el cuadro técnico del rompecabezas. Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas de la Nación, y Máximo Kirchner, diputado nacional y uno de los responsables del armado del Frente de Todos, en la misma línea de acción con atuendos para “caminar el territorio”, como suelen decir los funcionarios cercanos al peronismo.

El cuerpo, como afirma Le Breton, es un mecanismo de expresión y, en cuanto tal, forma parte de la construcción de significados colectivos. La virtualidad, por su parte, tiene como facultad desestructurar el cuerpo del sujeto para generar comunicación, de ahí que desempeñe un rol tan importante en las relaciones que establecemos a través de internet.

El cuerpo no existe en sí mismo sino anclado al sujeto, por lo que toda imagen o disposición que el cuerpo produce aparece ligada a una práctica cultural. En la actualidad el escenario virtual se impone con doble potencia: porque es la herramienta preponderante de la comunicación de nuestra época pero también porque es la única que nos permite sostener el cuerpo mientras dure el aislamiento. En ese sentido, la función simbólica del cuerpo en la virtualidad se presenta en conflicto, y la imagen del cuerpo social del movimiento peronista ante el reto de reinventarse.

En esta etapa de aislamiento, como afirma Boris Groys en “Volverse público”, queremos posponer nuestras decisiones y acciones para tener más tiempo para el análisis, la reflexión y la consideración. Y justamente esto es lo contemporáneo: un prolongado, incluso potencialmente infinito, lapso de demora. En ese lugar de lo contemporáneo estamos ubicados los ciudadanos en la actualidad, en un lapso de demora, donde la virtualidad se presenta articulando dos grandes planos que aparecen también en el mundo concreto: el individual y el grupal.

En la famosa formulación de Michel Foucault, el Estado moderno puede definirse a partir del "derecho a hacer vivir y dejar morir" en oposición al antiguo Estado soberano que "toma la vida o la concede". El Estado moderno se preocupa por las tasas de natalidad, por la salud y por atender las necesidades vitales de la población y, en consecuencia, por sostener la promesa de futuro. A diferencia de gobiernos como el de Brasil o Estados Unidos, que se desentienden de una pandemia mundial y empujan a sus poblaciones a muertes masivas, el gobierno nacional ha decidido destinar la mayor parte de los recursos económicos a la inversión en el fortalecimiento de un sistema de salud que venía deteriorado. Sin la posibilidad de comunicar las obras realizadas de manera festiva, la composición futurista y con un fuerte acento en el cuidado de la vida parece ofrecer una alternativa viable para sostener la esperanza en la actual coyuntura.