En abril del año pasado, Jaime Durán Barba saludaba la segura victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas como el triunfo de la “nueva política”. Para el consultor estrella de Cambiemos, Macron era el resultado lógico del “abrumador rechazo” ciudadano a la “vieja política”. 

“Estas elecciones expresan movimientos políticos posmodernos, que se pueden entender leyendo el texto sobre el zorro y el erizo que escribió hace años Isaiah Berlin. En varios países latinoamericanos, en Estados Unidos, en Francia, en Austria, surgieron líderes erizos, que son la derecha posmoderna. Maduro, Evo Morales, Cristina Kirchner, Donald Trump, Marine Le Pen, Norbert Hofer presiden grupos verticales, en los que los líderes son dueños de la verdad y los demás no deben pensar. Su discurso es violento, belicista, nacionalista, xenófobo, autoritario. Son erizos presos de su verdad”, decía.

Macron y Macri eran, para Durán Barba exactamente lo contrario: líderes zorros, que “no buscan descubrir  leyes eternas, sino que se sumergen en el río de la vida, disfrutan de la turbulencia de sus aguas y se mueven permanentemente empujados por la curiosidad.”

Unos meses después, luego de la victoria de Cambiemos en las elecciones de medio término, Eduardo Fidanza describía a Mauricio Macri en La Nación como “un líder de otra galaxia que constituye una completa novedad”. Fidanza colocaba al presidente en la “nómina selecta que inició Yrigoyen, y continuaron Perón, Alfonsín, Menem y los Kirchner en el último siglo” y consideraba que Macri “interpreta a la juventud y el afán de cambio” y “su estética new age rompe los moldes formales del hombre político”.

En unos pocos meses, esas certezas de consultor se perdieron en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Luego de la crisis generada por la reforma previsional que impulsó violentas manifestaciones en diciembre del año pasado, el desesperado pedido de ayuda financiera al FMI y su virtual control sobre la economía del país terminó de licuar la iniciativa política del líder venido de otra galaxia que hoy sólo apuesta a que los adelantos del Fondo le permitan eludir el riesgo de default. 

Del otro lado del Atlántico, luego de calificar cualquier crítica como parte de la “vieja política”, de denigrar a los “vagos” y “los que no son nada”, y de llevar adelante una serie de reformas que penalizan el poder adquisitivo de la clase media y beneficiaban a los más ricos, Macron descubrió de un día para el otro el hastío ciudadano gracias a las marchas de los Chalecos Amarillos contra el aumento de los combustibles. 

La pérdida de poder de los sindicatos y los partidos, un hecho saludado por la “nueva política” como un signo de madurez de la sociedad, dejó al presidente sin intermediarios que puedan articular las demandas y canalizar la furia ciudadana. En apenas tres semanas de conflicto, Macron pasó así de buscar obsesivamente el contacto con el pueblo a eludirlo. 

Ese líder también venido de otra galaxia tuvo que usar una herramienta con olor a naftalina como el discurso a la nación en el marco solemne del Palacio del Elysée, con un tono más cercano al del general De Gaulle que al del joven tecnócrata que viene a terminar con el pasado, para explicarle a sus conciudadanos que además de frenar el aumento de los combustibles también dejaría de lado otras iniciativas que ahora descubría como injustas y decretaría el “estado de emergencia económico y social”. 

En los próximos días veremos si estás medidas logran frenar los reclamos de los Chalecos Amarillos y, sobre todo, si consiguen calmar a los otros sectores que ya se preparan para tomar la calle, como los estudiantes y las enfermeras, pero lo que hoy parece un sueño es que Macron pueda llevar adelante el ambicioso programa de reformas que hasta hace apenas unas semanas seguía presentando como inapelable.  

Los zorros, según la definición de Durán Barba, que no sólo descollaron en la violencia y el autoritarismo propios de los erizos sino que también fueron presos de su verdad, hoy se preguntan con asombro qué pasó con ese pueblo que hasta ayer creían entender como nadie.

Pasó la política. Ni vieja ni nueva, sólo política.