Pocas lógicas son tan perversas como la que, mayoritariamente, impera en el fútbol argentino, en el que el delgado límite entre ganar y perder muchas veces define quiénes caminan por la vereda de los héroes y quiénes por la de los villanos.

Ángel Di María, el segundo jugador argentino que más títulos ganó a nivel de clubes (34), detrás de Lionel Messi, y posiblemente el de más rica trayectoria internacional (Real Madrid, Manchester United, Juventus, PSG y Benfica), es uno de los emergentes de una notable camada de cracks que, en un momento de la historia, cometió el "pecado" de ser subcampeona en el Mundial de 2014 y en las copas América de 2015 y 2016.

Ya era muy cuestionado en Rusia 2018, y ni hablar cuando Lionel Scaloni llevó a cabo una necesaria renovación en la Selección que ningún entrenador, con más espalda y experiencia, se había animado a encarar.

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Su rendimiento en esta nueva etapa, normalmente el de un jugador de la élite, no varió mucho respecto al de la anterior. ¿Qué sucedió entonces? ¿Qué cambió para este presente? Ni más ni menos que un gol, aquel que le sirvió a Argentina para derrotar a Brasil en la final de la Copa América de 2021 y obtener su decimoquinta estrella en este torneo.

Aquel 10 de julio, Di María "rompió la pared", parafraseando el mensaje que el mismo "Fideo" le envió a su familia mientras, recostado en el césped de un Maracaná semivacío por la pandemia, lloraba de emoción por esa conquista.

Con aquella corrida y definición inolvidables, Di María pasó de resistido a ser el segundo jugador más ovacionado del equipo, detrás de "Leo". Y, a partir de allí, comenzó a percibirse el disfrute de este rosarino que de niño repartía carbón para ayudar a su familia y al que el Club Atlético El Torito cedió a Central a cambio de 26 pelotas, cuando tenía 6 años.

Desde entonces, ya sin la pesada mochila de los sufridos segundos puestos y sin el karma físico que parecía perseguirlo cuando llegaban las instancias importantes, el delantero al fin pudo impregnarse del cariño popular, asumir plenamente el rol de ancho de basto del conjunto albiceleste y ser reconocido como un jugador de finales, como lo demostraron sus goles y grandes actuaciones en la Finalissima en Wembley (frente a Italia) y en el Lusail de Qatar (ante Francia).

Su vínculo con la Albiceleste, sin embargo, fue mucho más que este viaje de rosas de cuatro años, que concluyó este domingo en la final de la Copa América de Estados Unidos con un nuevo título (su cuarto en la Mayor).

Con la camiseta nacional, Di María ya había ganado el Mundial Sub 20 de Canadá en 2007 y, un año después, la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín, al cabo de una final que aquella Selección Sub 23 dirigida por Sergio Batista y plagada de figuras, entre ellas Messi, le ganó por 1-0 a Nigeria, casualmente con un golazo de Angelito.

Su debut en la Mayor se produjo de la mano de Diego Maradona, bajo cuya dirección técnica jugó el primero (Sudáfrica 2010) de sus cuatro Mundiales, en dos de los cuales también marcó goles determinantes, como aquel agónico frente a Suiza en 2014 o aquel empate transitorio en la eliminación ante Francia en 2018. ¡Vaya si se vengó de los galos cuatro años después!

Este domingo, a los 36 años, Ángel Di María le puso un punto final a su brillante trayectoria en la Selección argentina, en la que convirtió 31 goles y quedó tercero en la tabla histórica de presencias (145), solo por detrás del otro astro de Rosario (185) y de Javier Mascherano (147).

Dijo adiós vestido de gloria, admirado por los que lo valoraron siempre como "un distinto" y legitimado, lastimosamente recién tras los títulos conseguidos, por aquellos obtusos que miden al fútbol, y a la vida, en términos de "ganar o perder". Se fue con hilo en el carretel, sabiendo que podía quedarse… Y está bien.