Si alguien con escaso conocimiento del asunto escucha que un estadounidense pasó de alcanzar un pico de fama y confianza en los mercados internacionales a recibir una condena de 150 años por una estafa de U$D 65.000 millones, seguramente querrá saber quién es. Ese interés crecería si, además, se le dijera que el mismo hombre tenía una fastuosa mansión familiar y, en los últimos años de su vida, sus hijos lo entregaron ante la ley, le dejaron de hablar y murieron trágicamente. Pues esa persona tan buena y tan mala era Bernie Madoff, quien esta semana falleció encerrado en una cárcel a los 82 años.

Bernard Lawrence Madoff nació el 29 de abril de 1938 en Nueva York, Estados Unidos. A sus 22 años fundó Bernard Madoff Investment Securities, una firma que hacía clara alusión a su persona; una autorreferencia que perduró durante toda su vida, incluso en los peores momentos. La empresa consiguió una excelente reputación en Wall Street por el asesoramiento que brindaba a inversores e interesados. En algún momento de la línea de tiempo, no se sabe exactamente cuándo y menos por qué, Madoff pasó de asesorar a jugar con el dinero ajeno. 

Desde su gigantesca casa en Upper East Side, Madoff trabajaba con sus clientes en un formato que hoy se reconoce y se repudia: la estafa piramidal o Ponzi. En aquel momento la realidad no permitía identificar este procedimiento. Las ganancias de la clientela partían nada más y nada menos que de nuevos aportantes, que ingresaban a la pirámide diagramada por el hombre en cuestión. 

Así, todo corría sobre rieles, con un incesante ingreso de personas que confiaban sus dólares al sistema montado por Madoff, quien progresivamente gozaba de una fama y reputación indiscutibles en Wall Street. Llegó incluso a tener entre sus clientes a empresas multinacionales como L’Oreal y a personalidades destacadas como Pedro Almodóvar y Steven Spielberg. 

Pero, como todo en la vida: aquello que sube, en algún momento baja. Y mucho más si se trata de semejante operación criminal. Una de las reglas de oro que Madoff transmitía era la imposibilidad de que todos los clientes retiren sus fondos al mismo tiempo. El significado de fondo era obvio: si sucedía, el multimillonario no podría cubrir y devolver ese dinero. Pero a partir del año 2000, con el comienzo del nuevo siglo, la perdiz se empezó a levantar. 

Al mismo tiempo que avanzaban investigaciones económicas y criminales secretas contra Madoff, un grupo de clientes pidió el retiro de US$7.000 millones, algo que no se pudo concretar. Desde entonces, todo fue un abismo que se exacerbó con la crisis mundial de 2008 relacionada a la burbuja inmobiliaria. Todos corrieron a buscar sus ahorros y la plata no estaba. 

“Imaginen volver a casa cada noche y no poder contarle a su mujer, vivir con esta guillotina sobre la cabeza sin decirle a tus hijos, a tu hermano, verlos cada día en la oficina y no poder confiarles lo que pasa”, le describió alguna vez a la revista New York, con respecto a cómo encaraba su vida consciente de la atrocidad que cometía.

Bernie Madoff poco antes de ser juzgado.
Bernie Madoff poco antes de ser juzgado.

A fines de 2008, los hijos de Madoff, Andres y Mark, lo entregaron ante el Tribunal Federal de Manhattan. Su propio padre reconoció la estafa, valuada en US$65.000 millones, y lo condenaron a 150 años de prisión. A la cárcel con 70 años. A la cárcel a morir.

En el medio, el karma le disparó otra tragedia: sus dos descendientes fallecieron antes que él en circunstancias por demás horribles. Mark se suicidó en 2010, y Andrew pereció fulminado por un cáncer en 2014. Ninguno de los dos volvió a hablar con Bernie, ni siquiera le dirigieron la mirada.

Ruth Madoff, su esposa, lo acompañó incluso luego de la condena, distanciándose también de Mark y Andrew. Pero, tras los decesos de estos últimos, la mujer sintió un profundo rencor y el estafador quedó solo. Hasta que un día ignoto de abril, dejó este mundo. 

Aunque resulte inverosímil, el caso Madoff tuvo su réplica en Argentina. El empresario Enrique Blaksley está siendo juzgado junto a 16 personas por una supuesta megaestafa valuada en 184 millones de pesos a través de su empresa, Hope Funds S.A. Unos 300 individuos aparecieron como damnificados. Blaksley espera preso en Ezeiza una resolución judicial.