La postal del aeropuerto internacional de Ezeiza es inédita. De aquel gigante aeródromo, que recibía alrededor de 20.000 personas en su solo día, hoy es habitado por un centenar de personas, la mayoría empleados. En los vuelos, lo mismo: de los 120 aviones diarios que aterrizaban o despegaban, las pantallas muestran hoy tan solo uno o dos vuelos humanitarios.

Lo que no cambió fueron los pocos autos estacionados, aunque la mayoría de ellos permanecen hace varios días allí: son de aquellos que aún no pudieron regresar al país.

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El aeropuerto Ministro Pistarini fue uno de los focos de discusión para enfrentarse a la pandemia del coronavirus. Incluso, generó cortocircuitos entre los propios funcionarios. Por caso, una vez que se decretó el aislamiento social obligatorio, el canciller Felipe Solá aseguró que Ezeiza cerraría sus puertas. Mario Meoni, ministro de Transporte, lo descartó a las pocas horas. "Su operatividad se mantendrá vigente", sentenció.

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Los entredichos habían llegado luego de un informe que circuló, semanas antes, por la Quinta de Olivos. Allí se alertaba de la dificultad para controlar a todos los pasajeros que pasaban migraciones. En esa evaluación -interna, pero con filtraciones- se alertaba acerca de que Ezeiza se podría convertir en un foco masivo de contagio, incluso ya con los vuelos comerciales suspendidos.

A partir de allí, los vuelos de repatriación fueron más espaciados y el Ministerio de Relaciones Exteriores diseñó un  formulario de asistencia para aquellos argentinos varados en el exterior.

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Día a día en Ezeiza

En el día a día en Ezeiza se cumple un estricto control. Quienes ingresan al país deben atrevesar distintas paradas de contención controladas por la Policía de Seguridad Aéreoportuaria (PSA), entre las que se distinguen las cámaras térmicas para saber si alguien tiene temperatura.

Quienes hubieran presentado fiebre al aterrizar o durante el vuelo, según el protocolo, deben ser derivados a Sanidad de Fronteras y de allí se los deriva al Hospital de Ezeiza . La PSA tiene orden de separar a todos los que hubieran viajado cerca de aquellos con síntomas de coronavirus y llevarlos a la Escuela de Gendarmería (en La Matanza). Esto significa, todos aquellos que se sentaron dos asientos atrás, adelante y a cada costado.

En la Escuela de Gendarmería se hacen los test de coronavirus para esos contactos cercanos. Si viven en el área metropolitana, pueden irse a esperar el resultado a sus casas. Si son del interior, quedan alojados hasta tener certezas.

¿Foco de infección?

Pero, la pregunta que queda flotando es qué pasó antes del cierre de fronteras. Marina, una estudiante de Nutrición, viajó desde Ezeiza a Brasil, el 6 de enero. "Tanto en el mostrador de Aerolíneas como en los pasillos no hubo ningún tipo de control. Tampoco en el Free Shop. Por ahí se veía a alguien con barbijo, pero eran la minoría", comentó sobre su vuelo de ida.

A la vuelta, el 18 de marzo, debió completar una declaración jurada y cumplir una cuarentena de catorce días.

"Pero la gente no estaba muy bien enterada de esto. Nos tomaron la fiebre por las cámaras térmicas, pero la información era confusa y no se respetaba el distanciamiento social", completó.

El testimonio de Marina es una muestra de distintos episodios que transcurrieron en esos 25 días en los que desde Europa y Estados Unidos se profundizaba la epidemia hasta el decisivo cierre de fronteras, el 26 de marzo.

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En ese interín, en el Ministro Pistarini, los protocolos de seguridad fueron variando: al principio, con más controles a los pasajeros que llegaban desde Italia, pasando por la implementación de la declaración jurada y el aislamiento preventivo, hasta llegar al protocolo actual, que toma la georreferencia de los repatriados, a partir de sus celulares. En medio, llovieron críticas desde varios sectores, con un pedido de informe por parte de los diputados de la UCR.

Las cifras oficiales dan cuenta que el virus ingresó al país por Ezeiza. Es que el 6 de marzo, fecha del primer reporte sanitario, se había registrado un sólo caso infectado: un hombre que había regresado de un viaje por el norte de Italia. Cinco días después, los números crecían, y ya eran 21 los infectados, todos "importados". Al 16 de marzo, el Ministerio de Salud marcaba 65  personas con COVID-19, con antecedentes de viaje en su totalidad.

Ya al 19 de ese mes, Carla Vizzotti, secretaria de acceso a la Salud, informaba que se empezó a registrar "transmisión local en conglomerados".

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Vuelos

El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto dio cifras exactas sobre los vuelos de repatriación. En total, desde el cierre de fronteras, el 26 de marzo, regresaron al país 63.485 argentinos desde los aeropuertos Ezeiza y El Palomar. La Cancillería calcula que esa población, junto a los compatriotas que llegaron por vía terrestre, equivalen al 90% de los ciudadanos que deseaban regresar al país para pasar la cuarentena en sus hogares.

Es decir que hay aproximadamente 20 mil argentinos, dispersos por el mundo, que aún intentan regresar al país. Por el ritmo de las habilitaciones, algunos tardarán bastante en volver: el aeropuerto internacional recibe entre uno o dos vuelos humanitarios por día, en los cuales traen alrededor de 400 pasajeros.

Mapa de vuelos en América. Argentina no registra ningún avión.

"Priorizamos según la fecha que tenían de vuelta, solo las alteramos con los vulnerables, por salud o economía", explicó Solá, este jueves, a El Destape Radio y agregó que: "Cada pasajero, 48 horas antes, tiene que darle al consulado un formulario sobre su salud. Si mienten en la declaración jurada al llegar es un delito".