"No lo perdono": la historia de Erika Lederer, hija del obstetra genocida de Campo de Mayo
El alejamiento de su familia, el suicidio de su padre y su lucha para mantener viva la memoria y pedir justicia.
El refrán popular dice que “la manzana nunca cae lejos del árbol”, pero en el caso de Erika Lederer, hija del genocida Ricardo Lederer, pareciera haber caído bien lejos. En el Día de la Memoria, y por el 46° aniversario del Golpe de Estado de 1976, la abogada y autora del libro “No lo perdono” de Editorial Planeta habló con El Canciller sobre las atrocidades cometidas por su padre en la última dictadura cívico-militar, con quien nunca se reconcilió.
El médico obstetra se desempeñaba como segundo jefe de la maternidad clandestina de Campo de Mayo, “uno de los centros de detención más feroces”. Allí, realizaba los partos de las mujeres que después se arrojaban en el Río de la Plata, en los vuelos de la muerte, donde a veces él también participaba. Los bebes, por su parte, quedaban en manos de sus apropiadores. También, formó parte del levantamiento carapintada en el ’87, junto a Aldo Rico y Mohamed Ali Seineldin.
- ¿Cómo era vivir con él?
En mi casa era igual que en el cuartel, un tipo violento. Era como un campo de concentración, había violencia de género y también golpes por pensar distinto. Y yo siempre pensé de la misma manera.
- ¿Cuál es el momento en el que te das cuenta de que lo que él hacía estaba mal?
A los nueve años empecé a dudar, cuando salió escrachado en el periódico, con un dibujo de su cara incluso. Veía que leía el diario, puteaba y guardaba el artículo recortado. Y pensaba “que extraño, en mi colegio no pasa eso”. Ahí le pregunté si alguna vez había matado a alguien, y me respondió que sí. De esa pregunta no hay vuelta atrás, sobre todo para una nena tan chiquita. Y eso empezó a resquebrajar el discurso hegemónico paterno y a desdibujar la imagen de un padre que, por lo menos en mi casa donde eran todos católicos, tenía que cumplir con los mandamientos. También afuera, como médico, está el juramento hipocrático que dice “no matarás” y “salvarás vidas”, y en este caso no se daba así. El discurso hacía agua por todos lados. Ya más de grande obviamente me fui enterando porque tenía acceso a libros e información. Fui armando el puzzle de cómo era la historia, que se iba resquebrajando al mismo tiempo en que yo armaba otra propia que se condecía más con la búsqueda de memoria, verdad y justicia.
- ¿Y en esa búsqueda, cómo se fue reconfigurando tu visión respecto a lo que él hizo?
Ya a los 19 años tenía una visión constituida. Eso me costó irme de mi casa. Yo ya simpatizaba con grupos de izquierda. Un día, cuando llegué de vacaciones, encontré toda mi habitación requisada y dada vuelta, los muebles y libros tirados: mi viejo me había encontrado un periódico de Liga Obrera en la biblioteca. Además de los golpes, ahí entendí que no había vuelta atrás y decidí irme de mi casa. Nunca más volví. La otra instancia fue un poco más grande, cuando le pregunté si se había arrepentido y me dijo que no.
- ¿Te referís a lo que había hecho en Campo de Mayo?
Sí, hablo de lo político.
- ¿Y en lo personal?
En lo individual jamás le pregunté. No tenía mucha relación ya, lo veía muy esporádicamente.
- ¿Cómo te afectó en tu vida haber sido su hija?
Más que nada después de la presencia pública. Después de que se editó mi libro, mi familia cortó vínculos conmigo y mis hijos de manera total. Nos quedamos sin familia, lo pagué con eso. Y, sin bien era disfuncional, mis hijos antes tenían una abuela y ahora no la tienen. Eso les trajo dolor, no poder ver más a sus tíos, etcétera. Pero yo opté por lo que creía y creo éticamente correcto.
- ¿El resto de tu familia nunca hizo el click que vos hiciste?
No, ellos lo defienden, que es distinto. Defienden absolutamente todo lo que hizo y el papel que tuvo en la época de la dictadura.
- ¿Antes o después de que publicaras el libro se acercó algún otro hijo o hija de genocidas?
Se acercaron antes, cuando convoqué públicamente a que nos juntáramos. Ahí se formó Historias Desobedientes. Después se dividió y quedamos por otro lado Ex Hijos e Hijas de Genocidas. Nos juntamos en el bar de enfrente de mi casa, no me olvido más. Éramos tres, y hoy en día son un montón.
- ¿Eran historias compartidas?
Son todas terribles, pero son distintas también. Y ese fue quizás el por qué de la división, porque en Historias Desobedientes tienen la particularidad de que ellos se enteraron que sus viejos eran lo que eran a partir de los juicios de lesa humanidad, cuando ya eran grandes. Hasta el momento no se habían desayunado quiénes eran sus padres, y es más, creían que eran buenos. En cambio, en Ex Hijos e Hijas –donde están además Mariana Dopazzo (la hija de Miguel Etchecolatz), Florencia Lance (hija de un aviador de los vuelos de la muerte) entre otros– somos personas que desde temprana edad dudábamos o sabíamos del torturador que teníamos en casa.
- ¿Cómo opera eso?
Hace que el proceso psíquico y la toma de decisiones sean distintas. Nosotros no olvidamos, no reconciliamos y no perdonamos principalmente. No tenemos diálogo alguno con el negacionismo. Hay hijos que piensan todavía en la idea del perdón. Y la verdad que, en primer lugar, es algo que viene del catolicismo; y segundo, no se puede perdonar a quien no se arrepintió. No hay ningún perdón ni reconciliación posible. No hay 2x1 ni domiciliaria para nadie. Si tu viejo está en cana no le tenés que llevar ni un vaso de agua, a eso voy.
- ¿En qué medida creés que la historia de Ricardo te define?
Yo creo que todos somos sujetos autónomos y que, como dice Kant, no necesitamos tutores de conciencia. A mi me defino yo misma y, haciendo lo que hago, seré lo que seré en un futuro. No es la historia de mi viejo la que me define. Si querés sí un poco en la rebeldía, porque contra eso que veía, yo no fui. En mi caso me tuve que deconstruir primero para poder volver a construir sobre cimientos fuertes. Además, en el medio hubo un pedido de ADN a Abuelas de Plaza de Mayo para ver si yo era hija de desaparecidos, que finalmente salió negativo: era hija de quien era.
- ¿Cómo viviste el intento del beneficio del 2x1 a los genocidas?
Ahí se me revolvió la panza y dije “yo tengo que salir a hablar, no pueden estar estos tipos caminando por la calle”. Porque sabemos la ferocidad de la que son capaces. Pero, para ese entonces, mi viejo ya estaba muerto.
- ¿El no llegó a estar preso, no?
No, se pegó un tiro justo antes. Había surgido la identidad de Pablo Gaona Miranda, el nieto 106. Mi viejo había firmado la partida de nacimiento y le vinieron a avisar que iba a quedar detenido. Yo me enteré por los vecinos que en la noche anterior llegaron a la puerta muchos autos negros. Esos son los cómplices civiles de la dictadura y que siguen operando actualmente, por eso se mantiene el estado de cosas y los intereses en los mismos nombres.
- ¿Cómo tomás que nunca haya asumido las consecuencias de lo que hizo?
Se llama impunidad eso, evadió a la Justicia. Los milicos tienen un pacto de silencio, que todavía no lo rompieron. Y la sociedad civil tampoco lo rompió. El “nadie ve, nadie oye”. Si fueron esos autos negros a avisarle que iba a caer en cana es porque querían que no dijera lo que sabía. Y, antes que caer preso y tener que hablar, se pegó un tiro y se fue en silencio a la tumba.