Mi amigo El Ninja
El Ninja llamó directo, vieja escuela. Yo caminaba por Bolívar al centro el martes al mediodía y había sol. El Ninja primero dijo que pensaba que no lo iba a atender. Escuché la factura y se prendió el alerta de garcas. Le di con la rodilla y la luz roja dejo de titilar. Le dije que cómo no iba a atender a mi amigo que una vez me grabó porque lo mandaron a espiar y justo le saltó el Rec. Me dió felicidad poder hacerle el comentario. Me las arreglo para decirle, un par de veces por año, que cómo no quererlo, que es genial que tuviera el grabador flojo.
El Ninja y yo tenemos la forma Día de la Marmota de la amistad: la repetición del mismo chiste, de los mismos recelos, de lo blando de la costumbre, de los mismos puteríos que cursan en los comentarios de los amigos en común en Facebook. Nos une una medianera que es como las capas geológicas del terrario Plaza de Mayo Beach.
En el 2005 Kichner iba en lancha y con el El Ninja trabajábamos en la misma oficina, en la actividad privada, que era tibia. No dábamos vueltas a la tarde, como hacíamos con Edson Arantes, pero sí almorzábamos juntos y nos cuidábamos la puerta cuando el otro se iba a dormir a la bañera tapado con un impermeable medio Angelo Paolo infladito, tipo noventas, color verde musgo que se había olvidado alguien y era perfecto para hacer la siesta.
Después trabajamos en lugares diferentes. Una vez estábamos en un bar y El Ninja me preguntó qué opinaba de una cosa, y se escuchó un ruido tipo Tank!. Me estás grabando, la concha de tu madre, le dije. Que querés que haga, me contestó.
Lo quiero al Ninja. Vive como una persona normal, sale temprano de la casa de la casa con el lompa Banana Republic, invierte en sweater, pelea por su vida en oficinas pero en realidad es un trastornado. La voz interna le dice muchas horas por día: cuidate, te van a cagar, viven pendientes de vos.
El Ninja es tan capo en el cinismo que es un honesto que vive en la verdad. Me dice que él no es un ninja, que los ninjas pasaron de moda. Le pregunto cómo se definiría en una palabra. Festejo el punto alto, Huckleberry Finn, de la conversación disco rayado. Creo que en semiología CBC Arnoux eso se llamaba la función conativa del lenguaje. Hola, te recuerdo que hace 15 años me grabaste sin que supiera. Hola, sí, estamos hablando ahora, tenemos un cuento de hace quince años.
El Ninja dice que él ahora es crossfitero. Quedamos en desayunar el jueves a las ocho y media. Miro videos de Youtube sobre cómo ser mas productivo. Uno de los consejos es agendarte desayunos. Hay que entregarse al Conductismo. El temor de dejar a alguien plantado te lleva a la ducha más rápido que arrancar Hatha Yoga.