La amabilidad es la promesa final del Capitalismo
Me lo cojo a Murakami, le digo a La Mona, que lee al lado una novela corta y con dibujos lindos sobre una chica de veinte que la pasa mal. La Mona me dice que sí y suena convencida, pero es para que me calle. Los varones nos cogemos entre nosotros.
Vivo en pijalandia, dice un joven funcionario proveniente de la industria autopartista que no puede creer la permanente mención a la poronga en los ambientes donde se toman decisiones.
En el Florida Garden Pechersky me dice que la solución es juzgar a la mujer con la misma vara con que te juzgás vos. Ahí se te termina, dice. En mi vida, Pechersky es el ruso de la suerte.
Le dije a La Mona que iba a escribir sobre ella y me dijo que escribiera de otra cosa en la que ella aparezca. Hay que escribir sobre aprender a amar a una mujer libre. En el camino cerrar el orto. Es una guerra en la que somos enfermeros, una fiesta en la que somos amigos del primo del gordi que se casa.
Disney es una experiencia tres sesenta de amabilidad, te venden eso, me dice el King en el living de su casa. La promesa final del Capitalismo es la amabilidad. El King pone Minimal Techno en los parlantes que se compró apenas se fue de la casa de los viejos. Dice que hay que buscar una que se llama Space Date de Green Velvet, Adam Beyer y Layton Giordani.
El PRO viene entrenando niños y niñas desde que Macri ganó en la Ciudad. Ese semillero anabolizado por manejar un gobierno le está sumando al país muchos políticos con experiencia que vienen del segmento angosto y repudiado de la Sociedad que de chico fue a Disney.
La Plata tiene la angustia de lo que empezó desde cero. En Washington D.C., otra ciudad que fundó una necesidad de Estado, la angustia tiene el olor asqueroso del fertilizante que la municipalidad le pone en verano a los arbustos alrededor del Metro.
La necesidad de Estado es más pálida que los aires de grandeza de Estado, que son mucho más caros pero de entrada vienen con el aire con oxígeno inyectado que tienen los casinos y las economías recalentadas de los gobiernos populistas.
En el tren de La Plata a Buenos Aires, dos jóvenes hippies que cantan canciones de amor libre siendo bastante perros no tiene ningún éxito. Después hay un brasilero con rastas y un parlante. Pone cumbias y las baila sin swing pero lleva la fiesta al vagón. La gente aplaude, se arma un rato de fin de semana, al brasilero le va bien.
El dúo guevarista que tocó antes se jode porque no tiene nada para dar salvo una idea de amor que la gente pobre no le festeja.
En el lado de la crispación, un taxista peón en un Logan sucio y baqueta le dice a la mujer que va a tratar de conseguir ravioles. Habían quedado en pizza pero va a ver si encuentra, son las nueve de la noche.
El señor tiene manos huesudas como Edmundo Rivero. En un semásfora mira un pizarrón con un menú, en Palermo. Hamburguesa, papas y gaseosa por dos cuarenta. El tipo se queda mirando. Le parece carísimo, si viene con la jermu y las hijas es una luca.
El mejor plan de comer afuera para el señor es el tenedor libre Clé, por Rivadavia, en Caballito. Yo una vez fui, tiene dos pisos con mucho vidrio, metal dorado y muchas islas con comida. El señor come mariscos y todo lo que hay en la isla de pescados. Cuando tenía 18 años fui a un tenedor libre chino en Avenida de Mayo en plan recuperar consumo atrasado y todo tenía tentáculos, así que me comí todos los flanes que había. Moluscos divide aguas. Haber sido pobre te suma temas de conversación.
Mi hombre de consulta en temas del campo está cagado de frío en La Biela. Tiene una camisa a rayas celestes y rosa, llueve mucho y parece que no existe Miami en el mundo, que tiene puesta la camisa de un lugar imposible.
Lo bueno es que los del campo putean pero después vuelven a sembrar, dice. El agua no jode a la soja, este año estamos bien. Dice que las retenciones son altas pero que antes no se podía vender por eso en el interior a Cristina le va a ir mal. Me cuenta de un paisano de pasando Tandil que tiene una Ranger nueva y que nunca conoció Buenos Aires: cuando le ofrecen traerlo a pasear dice que así está bien.