El discurso de Macri fue un desahogo. Como si hubiera tenido a alguien estimulándolo antes de sentarse en el sillón principal del Congreso, que habitualmente ocupa Emilio Monzó, el presidente arrancó con un tono tenso y terminó desencajado, con esa violencia que desata la angustia contenida.

En casi una hora, Macri no pudo dar buenas noticias. Apenas un anuncio, el del aumento del 46% de la Asignación Universal por Hijo, una medida implementada por el Gobierno que -según manifestó- más daño le causó al país desde el regreso de la democracia.

La referencia al Indec, el organismo que pondrá en evidencia el éxito o el fracaso de su administración, fue mínima y exclusivamente para destacar su recuperación. No citó ninguna cifra, a pesar de que algunas fueron publicadas la última semana: 2,6% de caída del PBI y una mejora de los salarios del 29,7% con una inflación del 47,6% en 2018, el año de la tormenta.

Los conceptos por sobre las cifras fueron una constante en el discurso que el presidente elaboró junto a su equipo. De hecho, tampoco apeló a números en el único momento en el que pudo hablar con orgullo de su gestión: al elogiar el "modelo gradualista que fue exitoso durante dos años y medio". Fue, también, cuando cometió el error de afirmar que habían bajado la pobreza y la inflación, y que habían crecido la inversión y los puestos de trabajo. Es una realidad que, incluso dándole la derecha al mandatario, hoy no solo no existe: tampoco se vislumbra en ese futuro en el que Cambiemos pone sus últimas fichas electorales.

Los empresarios no planean invertir ni contratar personal ni este año ni el próximo. Eso reflejan las encuestas del sector y eso afirman ellos en privado. Hasta Cristiano Rattazzi, un militante de Cambiemos en el sector industrial, habló de un "cementerio de empresas". El consumo, la producción industrial y la capacidad instalada se derrumbaron a niveles que no se veían desde la crisis de 2001/2002.

El Macri de este mediodía fue el más parecido a Cristina Kirchner: el que deja actuar a su instinto ante una situación adversa. La expresidenta lo dejó volar el miércoles, en la sesión preparatoria del Senado, a pesar de que no estaba previsto que hablara ningún integrante del cuerpo. Los jueces Claudio Bonadio, Julián Ercolini y (ahora) Sebastián Casanello le dejaron en claro que transitará la campaña entre juicios orales. Esa advertencia, y sobre todo la actitud de Casanello, empujó a la mandataria a hablar de un complot judicial en su contra, orquestado a la par (y por orden de) las altas esferas del oficialismo, destinado a perseguirla a ella y a todos los dirigentes opositores que se le acerquen de acá a agosto.

Con esa seguridad, Macri dedicó el 90 por ciento de su discurso a hablar de Cristina Kirchner. Aunque no la mencionó ni una sola vez (nunca lo hizo), cada frase que pronunció en la primera media hora tuvo como referencia temporal al kirchnerismo. Desde el "pantano" y las "estructuras viejas y oxidadas" hasta la condecoración de Maduro, pasando por el supuesto combate a las mafias, el "equipo que asume la pobreza, la inflación y la inseguridad" y los instrumentos jurídicos para luchar contra la corrupción (la Ley del Arrepentido y el DNU de Extinción de Dominio). Todo fue utilizado en función del kirchnerismo y de la polarización extrema a la que Jaime Durán Barba le recomendó recurrir como estrategia ante una economía que se derrumba.

El Presidente se encargó de dejarle en claro a la sociedad que las elecciones de agosto y octubre serán una especie de uróboros (ese reptil mitológico que se come la cola) entre el fracaso económico macrista y la corrupción kirchnerista. O, en términos futboleros y a riesgo de terminar una nota que se pretende seria con una banalidad: ¿perder la final de la Libertadores contra tu clásico rival o descender?