Macri sigue hundiendo a la oposición en el pasado
-Él está entre el acoso y el temor. Tiene una necesidad emocional de que se reivindique lo que él hizo.
-¿Qué es lo que hizo?
-Bueno, esa es una muy buena pregunta.
Averiguar sobre las motivaciones de Mauricio Macri en el lado B de Juntos por el Cambio sirve para confirmar las diferencias enormes que existen en la oposición al Frente de Todos. La distancia que separa al expresidente de la generación de palomas que integran Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Martín Lousteau, Diego Santilli, Emilio Monzó y Rogelio Frigerio nació con el incendio de todas las promesas que el ingeniero protagonizó desde la Casa Rosada y permanece hoy con lo que cada sector expresa o no hacia afuera. Para los moderados que no supieron torcer el rumbo de Macri en el gobierno ni convencerlo de dar un paso al costado en la carrera electoral, el egresado del Cardenal Newman no se guía por la lógica política, sino que se rige por esa “necesidad emocional” que es suya -personal- y lo sitúa muy lejos de lo que alguna vez creyó ser, el líder de un espacio político. Sin embargo, sus puntos de vista y los del ala tensa de Patricia Bullrich se llevan puestos a los cambiemitas en el día a día de la polarización, desde el crimen de Fabián Gutiérrez en Santa Cruz hasta la causa de espionaje en Lomas de Zamora.
Los accionistas de la alianza opositora que todavía conservan diálogo con Macri intentan en vano hacerle ver que “la reivindicación más grande” que él puede tener consiste en que sus herederos consoliden un espacio amplio hacia adelante, con un doble objetivo: ser alternativa de poder en serio frente al pancristinimo y terminar de reconstruir el bipartidismo argentino, que voló por los aires hace casi dos décadas. Eso sería, para los que quieren que Macri se quede en su casa y no haga apariciones como las de hoy, defender el “legado” de un presidente que -blindaje formidable del Fondo y Donald Trump mediante- entró a su manera en los libros de Historia. No sólo por el endeudamiento vertiginoso, la recesión continua y la inflación récord, sino también porque logró terminar su mandato contra el peronismo y retener el 41% de los votos, después de cuatro años de ajuste y devaluación.
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Las discrepancias más profundas son de diagnóstico sobre lo que fue la gestión Cambiemos y de horizonte, sobre el camino posible para volver a pelear las elecciones y, sobre todo, para gobernar la Argentina agrietada. Los elementos de prueba que indican que el expresidente espiaba a sus socios, dicen, no rompieron ningún vínculo que ya no estuviera quebrado. “La relación de María Eugenia y Emilio con Macri ya estaba muy deteriorada. Horacio no lo destrata, pero tampoco lo considera para el futuro”, afirman entre los que sueñan con un país inclinado hacia el centro.
Como lo dejó ver el caso positivo de Vidal hace unas semanas, los dialoguistas de Juntos por el Cambio trabajan por lo bajo para que el sector que fue furgón de cola durante cuatro años pase a liderar el frente opositor. Lo mismo intentan desde un radicalismo que no encuentra a su jefe indiscutido. Larreta y Lousteau lograron el reencuentro de la exgobernadora con el expresidente de la Cámara de Diputados y esa relación vital para armar en la provincia de Buenos Aires acelera en estos días de cara al año legislativo. La intención ahora es acordar “reglas”, lo que Vidal no tuvo ni cumplió cuando estaba a cargo del Ejecutivo provincial y exhibía el respaldo de Macri. Recluido por ahora en su consultora junto a Frigerio, Monzó deja a un lado gran parte del rencor y se lo dice a quien quiera oírlo: “Menos con Mauricio, me junto con cualquiera”.
Es un espacio horizontal que tampoco cuenta con un líder establecido y definirá hacia 2021 y 2023 como armar su rompecabezas. Busca reunir la “habilidad y la inteligencia” suficientes para lograr la “resignación de vanidades”. “Todos nos necesitamos y ninguno de nosotros puede llegar solo. Nadie puede tener interés en cagar al otro”, dicen. En esa camada de dirigentes parecen tener cierta esperanza algunos empresarios como los de AEA, que llaman para organizar charlas con la línea moderada de Juntos por el Cambio y pretenden desplazar a un Macri que, cada vez que vuelve, fortalece al oficialismo. Primero a Cristina Fernández y después al Presidente.
La distancia entre la línea Larreta y la línea Bullrich se parece por momentos a un sálvese quien pueda pero no quiere decir que hoy alguien esté pensando en algún tipo de ruptura. Ni siquiera los llamados de la ministra gendarme a los dialoguistas con quejas por las crónicas que hablan de “halcones” y “palomas” es capaz de quebrar el único análisis que une a todos en el espanto. La larga saga de triunfos kirchneristas curó a la oposición del virus de lo testimonial y nadie quiere vivir a la intemperie del poder. Unida, la ancha base del antiperonismo puede mucho más que separada. Por eso, a un lado y al otro dicen que no hay incentivos para romper la alianza frente a un Gobierno que padece una crisis múltiple, deja ver orientaciones contradictorias y tiene por delante una profundización de los efectos nocivos de la pandemia. Transformarse en algo minoritario para cobrar en distintos mostradores es un camino que se agota y no tiene horizonte de ningún tipo, como lo muestran -según creen- el regreso de Sergio Massa al peronismo, la extinción de Florencio Randazzo en la política y el curioso caso de Roberto Lavagna.
Los pronósticos que manejan en la oposición indican que la economía no va a crecer por mucho tiempo y, aún sin default, viene un escenario de calamidades, con cierre de empresas y desempleo muy alto. Entre las víctimas del ajuste de Macri y la pandemia, está la clase media que se empobrece y vuelve a caer en la escala social. Frente a eso, intuyen las palomas, hay sólo dos salidas: una polarización más grande, con un recrudecimiento del conflicto distributivo en Argentina, o un trabajo en conjunto de la dirigencia política para ensayar una salida consensuada.
El grupo B quiere que al moderado Fernández le vaya bien, pero lo ve condenado a replegarse cada vez más sobre el cristinismo. Piensan que la coronacrisis lo empuja a extremar posiciones, lo aleja del centro y lo obliga a estar más cerca del kirchnerismo, su fuente principal de legitimidad electoral y la base de gobernabilidad a la que no puede traicionar. El resultado de ese análisis es paradójico y les anuncia una nueva encerrona: son ellos los que ven que Alberto unifica a la oposición rabiosa y deja debilitada al ala dialoguista que precisa un Presidente que supere la polarización para emerger como contraparte, por encima de Macri. Será por eso que al egresado del Newman no le interesa “la reivindicación más grande” que le ofrecen sus contrincantes internos y sigue presente de mil formas, hundiendo a la oposición en el pasado.