El debate por la nueva ley previsional no sólo planteó dudas con respecto a la capacidad de Cambiemos para contener su propio capital político, sino que expuso los problemas de representatividad que el peronismo arrastra (o hizo evidentes) desde 2011.

Frente a un Ejecutivo que decidió emprender una reforma que pega de lleno en uno de los sectores donde hace pie con comodidad, el PJ se mostró disperso y, en varios casos, contradictorio con sus propias banderas históricas.

Después de la victoria de 2011, una cadena de decisiones en términos de construcción política y gestión comenzaron a dilapidar un caudal político de mayoría. El primer golpe contundente llegó en 2013, con la victoria de Massa en las elecciones legislativas.

El "formen un partido y ganen las elecciones” se hizo una realidad y los diferentes sectores identificados con el peronismo entraron en un proceso de fragmentación que tuvo consecuencias directas sobre su capacidad para ejercer la representatividad frente a las demandas de los más vulnerables y la clase media.

El peronismo, progresivamente, se alejó de las bases electorales que lo respaldaron con contundencia en 2011. Sectores periféricos enamorados de un supuesto "purismo” tomaron más protagonismo y la conducción se cerró, pero también se volvió menos innovadora en su capacidad de gestión. Además, florecieron ansiosos y mezquinos en la carrera electoral hacia 2015.

El kirchnerismo, que supo ponerse por delante de las demandas del propio electorado con medidas como la AUH o el Matrimonio Igualitario, tomó un perfil conservador en su propio proceso de construcción política y se estancó en la capacidad de actualizar medidas que fueron medulares en momentos anteriores.

Las demandas de segunda generación se hicieron más notorias y el malestar frente a la incapacidad de dar respuestas se tornó evidente. En un contexto de innegable desgaste mediático, los sectores dirigenciales aportaron todo lo posible para dilapidar la capacidad de representación y desnudaron sus limitaciones para traducir en medidas concretas la evolución de los reclamos sociales y económicos.

Hoy los gobernadores peronistas se muestran débiles ante el ejecutivo nacional y se amparan en la supuesta gobernabilidad y las obligaciones de la gestión para votar una medida que choca directamente con la propia identificación política.

La ausencia del ex gobernador bonaerense al momento de la votación enoja a los propios y deja en claro que no supo hacer nada con el capital político que construyó en las semanas previas al ballotage del 2015. Lejos de encabezar un sector que quedó disperso y herido, el ex gobernador retrocedió y dejó un vacío en una sesión que afecta directamente a los sectores que decía representar.

El peronismo necesita, antes de discutir cualquier nombre, darse un proceso de actualización de su propia doctrina, pero también de actualización de su capacidad de responder a demandas que fijan pisos cada vez más altos. Pero también es necesario que reencuentre la capacidad de hablarle a los sectores históricos que supo representar y convertirse en un motor de reforma y avance constante.

Mientras el debate sea sólo por lealtad a nombres propios o por medir la gravedad de los errores, tanto de gestión como de construcción, Cambiemos no va a depender de sí mismo. Es el peronismo por oposición el que le asegura un respaldo de mayoría.