“La nueva dinámica es irreversible y Alberto Fernández será nuevo gobierno. Fernández tiene el liderazgo suficiente como para contener a CFK. No dio el brazo a torcer cuando era jefe de Gabinete y se retiró. ¿Por qué no haría valer su posición siendo presidente? Más, en nuestro sistema ultra presidencialista”. El informe que uno de los bancos más importantes de la Argentina difunde entre sus clientes es ilustrativo. Lo dijo Mauricio Macri, en el CCK el jueves pasado: “El poder actúa como si ya no estuviéramos acá”. Así será el desierto de 70 días que habrá que recorrer para arribar al 27 de octubre, ahora con Hernán Lacunza como relevo del ministro de Hacienda, que se lleva bajo el brazo la biblia profanada del déficit cero.

El aluvión de votos contra el Presidente en las primarias no sólo es un golpe al corazón del entusiasmo amarillo: además es una mala noticia para Donald Trump y el Fondo Monetario, los garantes de un proyecto que llega al final con más apoyo externo que interno.

El informe del banco que saluda la victoria de Fernández pronostica un rebote en la actividad económica para 2020. Variables macros estabilizadas que permiten un crecimiento del 1,5% en el PBI “sin hacer nada”, economías provinciales saneadas, un superávit comercial estimado en 15.000 millones de dólares -resultado de la devaluación y el desplome de las importaciones- y 4.000 millones de dólares extra de lo que se prevé como una mejor cosecha.

Dramática para los pesificados que ven otra vez reducir su poder adquisitivo, la transición que Macri niega ya está en marcha. Le guste o no, el ajuste por devaluación es la tarea que le toca y Fernández la aprueba, tal como lo reconoció en los últimos días.

Con la ilusión de que Roberto Lavagna se incorpore al esquema del Frente de Todos y el Fondo acceda a una renegociación que dé oxígeno al próximo presidente, es taxativo hacia adelante: “El tipo de cambio debe ser el más alto posible como capital político para su gobierno, pero lo debe hacer MM y antes de la elección de octubre”. Dramática para los pesificados que ven otra vez reducir su poder adquisitivo, la transición que Macri niega ya está en marcha. Le guste o no, el ajuste por devaluación es la tarea que le toca y Fernández la aprueba, tal como lo reconoció en los últimos días.

Como contraparte, el profesor de Derecho Penal de la UBA sería el encargado de cumplir con lo que el ingeniero no pudo: lograr que las jubilaciones y los sueldos queden desindexados de la inflación, para comprimirse todavía más. Con una promesa electoral que va en sentido contrario y después de una caída del salario real que marcó tres de los cuatro años de Cambiemos en el poder, el recorrido que trazan desde el sector financiero para el ganador de las PASO es elocuente: lo que hasta el domingo era visto como amenaza ahora es considerado una oportunidad.

Lo mismo se percibe en el discurso de los formadores de opinión que castigan al Presidente con una saña sólo concebible en defraudados y conversos. Es la doctrina que alumbró, antes que nadie, el ortodoxo Guillermo Calvo: Macri está “muy quemado” y “el ajuste con apoyo popular” es la misión que le toca al panperonismo que retorna gracias a los votos y la estrategia de Cristina. El objetivo es transformar a Fernández en el mejor exponente posible para las pretensiones del Círculo Rojo.

Los dirigentes del campo llaman al búnker del Frente de Todos en busca de nuevas certezas: “¿Ustedes cambiaron, no? ¿Dejaron de lado el odio, no?”, preguntan casi con desesperación.

No sólo los bancos, señalados por el candidato opositor en campaña como grandes ganadores de la era Macri. También los dirigentes del campo llaman al búnker del Frente de Todos en busca de nuevas certezas: “¿Ustedes cambiaron, no? ¿Dejaron de lado el odio, no?”, preguntan, casi con desesperación.

No es fácil digerir el cuadro para un Presidente que concentró la expectativa global y dispuso como nunca de todos los resortes del poder, dentro y fuera de las fronteras de su país. Pero en la alianza gobernante, los más experimentados consideran lógico el viaducto que los empresarios amarillos de ayer construyen hoy hacia el departamento que alquila Fernández en Puerto Madero. En el comando del albertismo, son selectivos: reclaman compromiso público a los hombres de negocios, mientras esperan a los enviados del Fondo para dibujar los marcos de una renegociación.

La recesión, la inflación récord, el aumento del desempleo y la pobreza, la situación asfixiante para las pymes; todo eso edificó una derrota imposible de prever desde el encierro presidencial. Pero además, reafirmó un dato envenenado de la Argentina agrietada: el que apuesta a la polarización, pierde cuando está en el poder. Lo sufrió el kirchnerismo en 2015 después de inflar a un Macri que venía desde muy atrás y lo padece ahora el equipo que traía la fama de ser imbatible en campaña.

Con una economía que no crece, una deuda monstruosa por pagar y el fantasma del default en el horizonte, Fernández tendrá los antecedentes sobre la mesa si repite en octubre los resultados de agosto. En el manual para la nueva etapa, figuran dos movimientos paralelos: la necesidad de consolidar un frente oficialista amplio con apoyo empresario y la de construir -al mismo tiempo- un líder opositor débil y dialoguista, al que no sirve alimentar más de la cuenta.