Fernández, el virus y la batalla de abril
Igual que lo fue hace dos años para Mauricio Macri, cuando casi nadie lo esperaba, otra vez abril aparece como un mes clave en el fin del mundo. Cacerolazos al margen, Alberto Fernández ingresa en un período decisivo en lo más alto de su popularidad, un activo condicionado por resultados todavía impredecibles. La extensión de la cuarentena hasta el 13 de abril pone a prueba la capacidad de liderazgo del Presidente y los anticuerpos de una sociedad que viene de años de padecimientos. Pero no es lo único que se define en los próximos días.
La batalla se juega en varias canchas a la vez. En el tablero de control hoy se evalúa tanto la curva de contagios como la situación de los sectores que viven al límite de la supervivencia desde siempre. Primeros en advertir que aislar el conurbano era una epopeya inviable, los movimientos sociales alineados con Fernández registraron en las últimas dos semanas que la demanda de asistencia en los comedores populares aumentó entre un 30 y un 40%. Con una presencia que se extiende a lo largo de 3000 barrios de la provincia de Buenos Aires, Cáritas reconoció en los últimos días ante el gobierno que el despliegue territorial de esas organizaciones -que ya promedian las dos décadas de existencia- hoy los supera.
La tarjeta Alimentar y la entrega directa de alimentos es prioridad, pero debe llegar a conglomerados urbanos en los que el virus es una preocupación entre tantas. Una población desguarnecida ante enfermedades respiratorias, diabetes y marginalidad, a la que le cuesta el triple pasar el tiempo interminable de la cuarentena. En esas condiciones, advierten en el oficialismo, el encierro prolongado puede ser el caldo de cultivo de conflictos más o menos solapados y no es fácil elegir el mal menor. Si el COVID-19 logra penetrar, puede detonar un escenario agravado. Pero aún si no se instala, la realidad está colmada de dificultades y una reclusión que se prolongue demasiado pone en riesgo el precario equilibrio de familias que completan su ingreso básico con el extra de las changas.
Es la contracara del aire que se respira en las encuestas que circulan en Olivos. Ante la incertidumbre que genera la pandemia, Fernández supo pararse en el centro, de una manera distinta. Lo muestra con claridad un trabajo de la consultora Polldata, que dirige Celia Kleiman. En un momento de preocupación general, con poco y nada para festejar, el Presidente aparece en los focus groups con gran parte de los “atributos del dirigente ideal”: “explicita su proyecto”, “tiene capacidad de gestión”, “está cerca de la gente”, “resuelve sus necesidades”, “cumple con lo que promete”, “se rodea de un buen equipo” y “es conciliador, con personalidad y firmeza”. La profundidad de la crisis y el alcance de las medidas extremas le dan a Fernández la oportunidad de trascender las trincheras más chicas del odio y pescar en el océano de una población que mira de lejos a la política.
En un mes más extenso que de costumbre, las horas pasan lentas y todo es minuto a minuto. A la urgencia de los barrios humildes, se suma la ancha franja de más de 9 millones de informales que se anotaron para cobrar un subsidio de 10 mil pesos y el peligro no despejado de una ola de despidos. Fernández busca auxiliar a las pymes pero la campana empieza a sonar por parte de las grandes empresas. Nadie puede creer que la decisión del Grupo Techint de despedir 1450 empleados se deba a un descuido. Tampoco los anuncios de Nicolás Caputo para echar a 740 trabajadores en Mirgor. Sin embargo, el Círculo Rojo también está dividido entre los que presionan por un salvataje urgente para el sector privado que incluya el pago de sueldos y los que se persignan y agradecen por haber dejado atrás la experiencia traumática de Mauricio Macri en el poder. Así como Paolo Rocca genera disgustos en Olivos, hay agradecimiento con la familia Pagani, que colabora con el gobierno en la entrega de alimentos del programa “Seamos Uno”, una iniciativa del jesuita Rodrigo Zarazaga.
En un momento de preocupación general, con poco y nada para festejar, el Presidente aparece en los focus groups con gran parte de los “atributos del dirigente ideal”.
Aún con un sector de fuerte cercanía al Presidente, los laboratorios también hacen su juego en la emergencia. Mientras algunos nacionales como Craveri despiden personal, los extranjeros no tienen piedad con obras sociales que muchas veces están al borde del quebranto y no dan plazo de pago más allá de los 30 días. Por eso, vuelve a mencionarse la variante audaz de que el Estado se decida a concentrar la compra de medicamentos de un mercado hiperconcentrado para fijar un precio regulador.
El Presidente avanza con pies de plomo, pero sabe que está ante la posibilidad única de hacer cambios sustanciales en medio de una cataclismo sin precedentes. Se siente en el peronismo la nostalgia de los días de la última crisis, cuando se erradicaron las AFJP, el catecismo del libre mercado fue traicionado ante el miedo que provoca la pandemia y hasta las usinas ultraortodoxas aprueban ahora la emisión para sobrellevar la parálisis. Tantas veces postergada, regresa la presión por una reforma impositiva que baje Ingresos Brutos -el tributo más fácil de cobrar- pero grave la riqueza. Blanquear el valor fiscal real de los terrenos, reponer el impuesto a la herencia y aumentar la presión sobre las propiedades registrables tiene consenso incluso entre sectores del establishment.
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La discusión que Techint le anticipa a Fernández con malos modos vendrá después de que se cuente el saldo de la batalla de abril. El enemigo invisible del que habla el Presidente no es el único contrincante. Antes del 22 de agosto, Martín Guzmán presentará su propuesta de quita agresiva ante los grandes fondos de inversión. Es la fecha límite para el pago de intereses de bonos regidos por la ley de Nueva York. Los voceros de los hedge funds, que ayer se mostraban inflexibles, ahora dicen que el acuerdo es posible si Argentina hace una oferta por encima de la paridad actual de bonos que están por el suelo. Aunque no se vea, la batalla es sangrienta y sigue habiendo muchos intereses en juego, en un mundo que ya no será igual.
Lo acaba de admitir el magnate Larry Fink en su carta anual a los accionistas de BlackRock. Alma mater de un fondo que declara activos por 6,3 billones de dólares -el triple de lo que piensa inyectar ahora Donald Trump-, Fink dice que “nunca había experimentado algo como esto” en sus 44 años en el rubro de las finanzas. “La pandemia ha impactado los mercados financieros con una rapidez y ferocidad que normalmente sólo se ve en las crisis financieras clásicas. En apenas unas semanas, los rendimientos de los mercados de capitales han caído de máximos históricos a una tendencia bajista”, afirma. Aunque dice que la situación es dramática y nada indica que los mercados hayan tocado fondo, el presidente de BlackRock es optimista: anticipa que el capitalismo superará la crisis y promete que habrá “tremendas oportunidades”. Tiene motivos para confiar: según The Wall Street Journal, el 14 de febrero -cuando el derrumbe en las bolsas todavía no se había producido- vendió acciones de su gigante por 25 millones de dólares y se ahorró 9 millones para sentarse a ver, sin tanta angustia, la llegada del fin del mundo.