Que Mauricio Macri ignore el peso de la historia, que oprime como una pesadilla el cerebro de los que lo antecedieron en el fracaso, pudo haber sido una virtud cuando entró a la Casa Rosada. Casi 33 meses después, en cambio, resulta una conducta temeraria. Aunque no quiera ni pueda verlo, el Presidente está protagonizando una serie que tuvo su precuela traumática, hace no tanto, en la Argentina que le toca gobernar. Así lo viven por ejemplo los miembros de la alianza Cambiemos que participaron en 2001 de un experimento con crecientes puntos de contacto con el presente. Con un jefe de Estado fagocitado por la emergencia y sin capacidad de reacción.

La crisis, el ajuste, la recesión sin fecha de vencimiento, la inflación por las nubes, el riesgo país, los fantasmas de default y el nuevo vía crucis por el déficit cero traen un deja vu de padecimientos para la sociedad a la que Macri le prometió no arrebatarle nada. Pero también activa una memoria fatal en los radicales que ven al ingeniero gobernar y tienen problemas para conciliar el sueño, asaltados por los malos recuerdos.

La crisis activa una memoria fatal en los radicales que ven al ingeniero gobernar y tienen problemas para conciliar el sueño, asaltados por los malos recuerdos.

Ayudan a las peores comparaciones datos concretos que parecen calcados. El regreso al FMI, el paro de la CGT, el riesgo país fuera de órbita y una remake clase B protagonizada por el político retirado Eduardo Duhalde y el hijo de Raúl Alfonsín en el mismo edificio del Movimiento Productivo Argentino, donde hace 17 años, Fernando De la Rúa halló su recambio, contra su voluntad y sin ser consultado. Gente que vivió aquella escena en carne propia hoy habita las paredes del frío edificio oficialista.

Con bajo endeudamiento, apoyo social en dos elecciones y el respaldo del poder empresario y las grandes potencias, Macri no tenía por qué repetir la experiencia del presidente peor considerado desde el regreso de la democracia. Pero pasaron cosas y los mercados no esperan. Sin controles de ningún tipo y sin una defensa del peso, los fondos de inversión, los bancos y los capitales especulativos decidieron por Macri, una vez más, el ritmo y la profundidad del ajuste.

El sacudón todavía sorprende y obliga a un atajo contranatura para los que oraban por la lluvia de inversiones. La opción de las retenciones tan denostadas por el Presidente retoma el manual de Jorge Remes Lenicov y Roberto Lavagna. Si a Nicolás Dujovne le toca asumir a desgano el rol del primero, es de esperar que alguien se calce en algún momento el traje del segundo. Aunque al oficialismo le desagrade emparentarse con la experiencia de cualquier versión peronista, van a tomar el mismo modelo, con una diferencia esencial: el peso de una deuda que va camino al 70% del PBI y que esta vez no recibirá ninguna quita.

Con cambio de gabinete incluido, el programa de urgencia que escoge el macrismo consagra la muerte de su plan original. El ambicioso proyecto de avanzar hacia una modernización capitalista con la anuencia popular deriva en el sendero de 2002, ahora con una crisis -en gran parte- autoinfligida, devaluación furiosa y retenciones destinadas a pagar deuda. Diga lo que diga, con el nuevo esquema económico, Macri pasa a ser otro, muy distinto al presidente que prometió y quiso ser, sin saber cómo. Más allá del relato que toda época construye, hasta los formadores opinión que lo estiman se lo dicen: no estuvo a la altura de las esperanzas que generó.

Con cambio de gabinete incluido, el programa de urgencia que escoge el macrismo consagra la muerte de su plan original.

Las próximas horas y días del ensayo oficial serán gobernadas por la incertidumbre y la desconfianza, aunque están los que suponen que esta vez -por fin- los mercados lograron saciarse con un dólar en torno a los 40 pesos, que pulveriza los salarios en pesos y multiplica las ganancias de los exportadores.

En los círculos de poder, preocupa que la saga amarilla termine mal. Perder esta oportunidad inédita, con un empresario plebiscitado por las mayorías, puede tener consecuencias letales. Después del estallido de la Convertibilidad, la sociedad argentina no había apostado por una variante como la que pretendió encarnar Macri. Sus votantes vuelven a sufrir, demasiado rápido, el desengaño y la traición.

Así como el Presidente entró en la historia argentina por llegar al poder por la vía del voto desde el sector privado y sin la identidad prestada de los partidos mayoritarios, un fracaso como el que niega Marcos Peña dejará una huella indeleble.

Más allá de los cambios de la superficie, ajuste y gobernabilidad vuelven a ser las variables en juego, en un escenario económico y social que se deteriora a una velocidad que ni Macri ni su núcleo de acero alcanzan ni atinan a comprender. Acusada de golpista en forma recurrente, la oposición fue hasta hoy el mejor reaseguro que tuvo el oficialismo para contener a indignados y desesperados. Sin ese cauce natural que incluye al sindicalismo y a la confederación de pobres organizados, el desborde hubiera sido grande desde el primer momento.

La megadevaluación, la ruina de los pesos, la caída del empleo y una economía que ya respira la paz de los cementerios -y va por más ajuste- pueden provocar un colapso absoluto, donde ni siquiera ese conglomerado alcance para contener a los que se caen del mapa. En ese caso, el deja vu que por ahora ronda al radicalismo se convertirá, otra vez, en realidad traumática.