El partido que juega Máximo
Alberto Fernández intenta abrir una nueva etapa con el pedido de “fortalecer el diálogo entre nosotros”. El fuego amigo empezó porque a nadie se le ocurrió invitar a Cristina Kirchner al show del 9 de julio. Probablemente no hubiera ido, pero su segundo plano siempre es autoimpuesto. “Cristina se hace invisible cuando ella quiere, no cuando lo define Julio Vitobello”, sintetizaron cerca de la vice.
El episodio que abrió la tranquera fue la oportunidad para mandar entre líneas un aviso desde hace tiempo latente: el kirchnerismo detonará cualquier intento de construcción política que aísle a Cristina o avance sin su consentimiento. Sin embargo, existe un acuerdo tácito para preservar la unidad: que las balas no le peguen a Alberto. Entra a jugar la teoría del entorno. Quienes cuestionan decisiones políticas suelen repetir que los errores no son del Presidente, sino consecuencias del mal asesoramiento de su mesa chica. Las chicanas, en el fondo, son una respuesta a quienes aún fantasean con un armado superador. “Son los mismos randazzistas que tomaban whisky en el Palacio Raggio”, se quejan los sectores más duros.
Asiduo comensal en la Quinta, Máximo Kirchner es hoy la mayor garantía de cohesión del Frente de Todos. El que negocia con la oposición en el Congreso junto a Sergio Massa y el que lo acompaña a sus reuniones con el establishment. ¿Qué piensa el líder de La Cámpora? Nadie duda que Máximo es una extensión de Cristina, pero también es la muestra concreta de hasta dónde ella está dispuesta a ceder. El que puede negociar, correr el límite. Cada vez que resurge la versión más crítica de Cristina, Máximo calma las aguas. En la semana más tensa para el Gobierno, mandó al Cuervo Larroque como ofrenda de paz y como demostración material de que efectivamente puede existir un cristinismo albertista. Un mensaje que tiene una contracara: en este contexto, el único “albertismo” posible es el “kirchnerismo más Alberto”.
“Me siento atrapado entre dos lealtades”, dijo Facundo Moyano años atrás, en plena ruptura de su padre con Cristina. Una disyuntiva semejante jamás podría surgir en Máximo. El núcleo duro de la ex Presidenta sigue pensando lo mismo, simplemente comprendió la necesidad histórica de ampliar los acuerdos para volver al poder. Por eso Máximo cumple hoy un rol similar al que tuvo el propio Néstor: teje relaciones y hace usufructo de su pragmatismo frente al discurso más intransigente de Cristina. Es un tiempista que opera con cierta astucia sobre una realidad que no controla y a las puertas de un futuro en el que proyecta ambiciones mucho más grandes.
Alberto convoca al diálogo y Máximo cumple la premisa porque -a diferencia de Cristina- él sí dialoga con todos. La tensión aparece porque el verdadero trasfondo de la discusión no es la puesta en escena de un acto ni las cenas con el establishment, sino hasta qué punto se permitirá la inclusión de esos sectores para ejecutar el contrato social en el futuro pospandemia. ¿Hasta dónde quiere Máximo correr el límite? ¿De verdad será con todos?
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La pregunta más trascendente no es a qué juega sino qué se juega hoy Máximo Kirchner. Su propio liderazgo está atado a la suerte de un gobierno en el que no es solamente una extensión de su madre, sino un actor clave, con decisiones y peso propio. En los tira y afloje entre el cristinismo y Alberto se juega la suerte del gobierno. Y lo hace en partida doble: se pone a prueba en el presente pero también como propuesta a futuro. Las acciones de Cristina tendrán un efecto en Máximo. Su intransigencia -esa misma que alimenta al Máximo del presente dándole un rol pragmático y complementario- puede generarle un costo político al gobierno a largo plazo. Y por extensión, eso también afectaría los planes de Máximo. Porque si el experimento albertista fracasa, volver al poder podría llevarle muchos años de abrazos en las sombras.