Horacio Rodríguez Larreta termina el año con sensaciones encontradas. Por un lado, recibe el reconocimiento de la Corte, en lo que a todas luces es un fallo justo a la cautelar planteada por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, por la quita de fondos de coparticipación llevada a cabo por la administración de Alberto Fernández.

La cuarentena de hecho comenzaba a caerse a pedazos, por agotamiento social y colectivo, porque la gente crecientemente comenzó a sospechar sobre la gravedad “del bicho”, porque empezó a crecer la cantidad de personas que querían resistir a un encierro, que en su naturalización, se volvía enloquecedor. Pero la vida tiene costos y la actividad supone conflictos. Así, uno que le estalló en la puerta de la Quinta de Olivos, residencia formal del presidente, al propio Alberto Fernández, fue con la bonaerense. Se quiso resolver aplicando una receta de kirchnerismo clásico. Sacarle “al que más tiene”, y sobre todo que no me vota, para darle al que menos. Encuentra todavía mayor justificación política en el hecho de que es el corazón de su base electoral, la Provincia de Buenos Aires.

No hay ninguna duda que Alberto Fernández sabía que la decisión era ilegal. Pero el kirchnerismo se acostumbró hace mucho tiempo a que gobernar es tomar decisiones en las cuales la frontera de lo legal y lo ilegal es un límite borroso y que está en discusión permanente. Con una marcada tendencia a creer que la victoria electoral es una suerte de cheque en blanco que te habilita a hacer y deshacer a gusto y placer.

El dilema de Larreta

El Jefe de Gobierno porteño fue así a la Corte, porque no tenía mucha otra opción para que mediante una medida cautelar se retrotraiga una decisión que por decreto presidencial avanzaba sobre derechos de esta ya adquiridos.

No es cierto, tampoco, que el Ejecutivo Nacional esté sorprendido por el fallo del máximo tribunal, que tiene por objeto afianzar el espíritu de la reforma constitucional de 1994 que declara la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires (y sería una contradicción que la Corte Suprema fallara en contra de lo que se supone debe custodiar, la supremacía de la Constitución Nacional).

El gobierno nacional trató entonces, como primer acto reflejo, pelear políticamente un nuevo revés judicial. Pero el anuncio de que no se iba a cumplir con el fallo de la Corte duró poco. Cuando el gobierno se excede en sus decisiones kirchneristas atenta contra su propio y principal objetivo, llegar a diciembre del 23. Además, en el medio de una nueva propuesta de blanqueo y con una pax cambiaria endeble, que de hecho se verificó en la escapada del dólar que se produjo tras el anuncio de no acatamiento del gobierno hasta el último día del año, tuvo que retroceder en chancletas, aunque malamente.

Pagar con bonos es la peor de las soluciones políticas porque el Gobierno paga el costo político de admitir de mala manera que no tiene razón, y, peor aún, que está débil, y al mismo tiempo le da una segunda oportunidad a HRL, quien, envalentonado, le dice: “No, macho. Bonos no, dámela viva”.

El dilema de Larreta

El gobierno porteño se volvió a presentar entonces esta semana para decirle a la Corte que la nación sigue sin cumplir con el fallo. Desacatar un fallo de la Corte es un tema serio y las derivaciones de las que se habla como embargo de cuentas y demás se la dejamos a los abogados; pero políticamente se convirtió en un triunfo de proporciones para el gobierno porteño porque consiguió en pocos días dos cosas muy importantes. Primero el regreso de fondos que la justicia dice le pertenecen y segundo, por un muy mal manejo del ejecutivo nacional, evidenciar que el gobierno le sacó por cuestiones políticas algo que le corresponde por cuestiones legales a un distrito de la República Argentina, el gobierno de Alberto y Cristina no consiguió generar la empatía que intenta promover el espíritu Robin Hood de su decisión política.

Peor aún, cuando la condenada vicepresidente Cristina Kirchner se mete en la polémica y acusa al máximo tribunal de ser un partido que gobierna el país pero sin presentarse a elecciones, solo confirma la característica política de la quita de coparticipación violando su legalidad. Salvo, como ya sabemos, para su núcleo duro.

La creciente inflación y una semana con un nuevo récord (“All time high!!!”) del dólar blue cerraban una gran semana y fin de año para la oposición, especialmente para Rodríguez Larreta. Pero Marcelo D’Alessandro se puso en el camino.

En las últimas horas fue entretenido escuchar a uno de los voceros oficialistas más encumbrados, Pablo Duggan, sugerir que las nuevas filtraciones de los supuestos chats del ministro de justicia y seguridad porteño son fuego amigo. El argumento central para sostener esa hipótesis, por parte del periodista de la señal C5N, es que el kirchnerismo no haría esto en esta fecha en la cual la ciudadanía está levantando la copa de champagne y yéndose de vacaciones.

El dilema de Larreta

Los chats exponen al funcionario de Larreta por segunda vez en menos de un mes poniéndolo en la picota por motivos siempre indeseables. Lo muestran como un funcionario sinuoso, que se va con dueños de medios, jueces y espías a Lago Escondido en un viaje que no se verifica delito pero que levanta sospechas morales y también como funcionario abusivo de su cargo para contactarse con funcionarios judiciales o empujando negocios con falsas licitaciones o al menos no muy trasparentes. Cómo surge ese material no es menos funesto que lo que este intenta evidenciar y también levanta sospechas sobre su veracidad. Por supuesto que el funcionario de Larreta niega cualquier comisión de delito y falta ética. Es más, dice haber denunciado al diputado Tahilade que es actor central en el hallazgo de los supuestos chats.  

Es legítimo que, por estas horas, mientras pasa el fin de año, el precandidato a la presidencia Horacio Rodríguez Larreta se pregunte y dude respecto de qué hacer con el funcionario. Soltar al funcionario, que en pocas semanas le trae dolores de cabeza y le neutraliza un poco el idilio de la victoria judicial y el desconcierto económico del gobierno, que siempre y en todo lugar favorece a la oposición sea quien sea, o bancarlo esperando que todo pase o se aclare en su favor, es decir a favor de D’Alessandro.

El riesgo de lo primero es fundamentalmente abrir la puerta de la vulnerabilidad a las operaciones. A que además los propios te digan, así como pasó la semana pasada con los festejos descontrolados de la selección argentina, cómo vas a gobernar la argentina si te toman el Obelisco. Ahora, bien podrían reprocharle que cómo va a gobernar la argentina si sucumbe ante la primera operación del kirchnerismo o de los servicios de inteligencia.

El macrismo sabe bastante de eso, y justamente la principal competidora de Larreta, Patricia Bullrich, pese a una enorme presión, resistió por el supuesto secuestro forzado de Maldonado y fue reivindicada, lo mismo con el caso de prefectura en el sur y por último con el caso de Chocobar, donde, pese a la condena, la ex ministro de seguridad supo leer que la mayoría silenciosa estaba con el policía que disparó y mató.

A Horacio parecía que se le acomodaban los melones (todavía parece) en el último mes del año y de pronto enfrenta la encrucijada como candidato, que ofrece cosas distintas que Patricia Bullrich, pero esa diferencia no signifique ser menos que ella. Sobre todo, porque la presidente del PRO se muestra firme en su candidatura y si finalmente Larreta no consigue persuadirla para que desista de su voluntad presidencial, el jefe de la CABA puede pensar con buen tino que la PASO de él contra “la piba” es casi, casi la final de la copa. Es que muy probablemente el ganador de esa primaria sea electo presidente en octubre o noviembre del año que comienza este domingo.