Ningún Carlitos
Carlos Orlando Pagni logra la unidad imposible: que lo sigan de la izquierda más indivisible a la derecha más corporativa. Los lunes a las 22 hs el rating de LN+ se alza a los dos puntos gracias al ungido de los Saguier. La información de primera mano se trenza con referencias históricas, culturales y mitológicas: las editoriales de Odisea Argentina bordean la literatura.
Sabe Pagni que es el gran lector del poder leído por el poder, asunto que no lo priva de entrevistar a cualquiera. De Valdés a Peña, de Heller a Coto, de Santucho a Rocca. Hace poco incluso sacó a pasear al senador Bullrich. Jóvenes o jurásicos, militantes o empresarios, intelectuales o funcionarios: delante o detrás de cámara, para Pagni la interlocución es propósito y cantera.
Aunque le hubiera gustado estudiar filosofía, Carlos se diplomó como profesor de historia en la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde luego fue docente de la cátedra de Historia de las Ideas Políticas. Dictó seminarios, fue adjunto e investigador. Durante el alfonsinismo vendió la revista La Ciudad Futura, del Club de la Cultura Socialista fundado por los gramscianos Pancho Aricó y Juan Carlos Portantiero, y participó como comentarista político en varios programas de radio en La Feliz.
Llegó al periodismo menos por deliberación que por azar. Comenzó su formación en el oficio en el “taller medieval” (sic) o “guerrilla de derecha” (sic) que fue Ámbito Financiero durante los 90, junto a Roberto García, de quien dijo haber aprendido todo. Pagni se lucía con el detrás de la escena en la mítica sección Charlas de quincho, y allí permaneció hasta la muerte de Julio Ramos, el enemigo pionero de Clarín que fundó Ámbito en el 76. Entonces Carlos emigró a inyectarle un poco de picante al arcaico diario La Nación.
Hoy Pagni, platense del 61, confeso agnóstico educado en un colegio salesiano, hace “periodismo de periodistas” y una beca en la Universidad Torcuato Di Tella lleva su nombre, cosa que lo avergüenza. Vende servicios de consultoría política para públicos y privados del país y el exterior porque imagine usted, sería imposible para el compañero vivir de los caracteres que publica una vez a la semana, ¡in this economy!. Contra la inmediatez y la haraganería, hace años trabaja en un libro sobre el conurbano. Un debut demorado entre la falta de tiempo y un respeto reverencial a la palabra.
El placer de entrevistarlo viene junto a la pavura: con un vozarrón avasallante y una investidura que no se preocupa por facilitarle nada a nadie, Carlos alterna ironía y cinismo en misiles que dejan sugerido su lazo con las altas esferas. Sin embargo, tanto roce con el poderío tiene un precio. Operetas, espionaje, procesamientos y una cámara oculta en 2009 sobre el caso Repsol-YPF: “De las cosas más feas que me han hecho en la vida”, le confesó a Ingrid Beck en el ciclo Charlas Barcelona.
Amigo del macrismo —no olvide los whiskachos con Dujovne, crack de multiplicar millones, los propios—, el 2019 lo encontró a Pagni, primero, fané y descangayado por el anuncio-bomba de CFK; luego, diligente con el cierre de boleta de Cambiemos. Como el pasado lunes, entrevistó a Pichetto en sus últimas horas como miembro del PJ de la Cámara de Senadores, antes del anuncio oficial. No se ponga usted esotérico, Pagni no tiene la bola de cristal, sino un teléfono que no suena para el chiquitaje. ¿Presidentes y jueces? ¿Embajadas y laboratorios? ¡¿Holdings?! Adivine.
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Especula. Pronostica. Pega donde duele. A pesar de la información, no logra reprimir su expresión de deseo. Acierta y pifia porque arriesga, y la lógica propia no lo exime de convertirse en emisario. En el último tiempo, Pagni y Verbitsky viven un bromance de película, en el que se mandan misivas a través de sus maratónicos editoriales. Antagonizan pero no pelean porque entre bomberos no se van a pisar la manguera.
Se estira el significante periodismo en Carlos Pagni, liberal ilustrado, pluma asertiva. Demasiado poderoso para ser solo un periodista, demasiado expuesto para domar las sombras, como hacen los poderosos.