Marcos Galperin es de los muchos que dicen “si gana el peronismo, me voy del país” y de los pocos que de verdad se van. Indigesto por el triunfo del Frente de Todos, en diciembre enfiló para su mansión en Carrasco, Montevideo, donde vivió entre 2002 y 2015, y no volvió. De nada sirvió el chichoneo que pocos días después de las PASO tuvo con Fernández. De acuerdo a quién cuente la historia, las razones del viaje cambian y los gestores del encuentro en el búnker de la calle México también. Chusmeríos.

Egresado del colegio San Andrés, graduado en finanzas en la Universidad de Pensilvania y con una maestría en negocios en Standford, Marcos reúne todos los atributos del mito emprendedurista que excita a los gestores de la desregulación. Por eso y por identificación —la de pertenecer a la misma casta de hijos del empresariado—, Macri lo adoptó como emblema de la tecnocracia nacional y Marcos, fraterno, se convirtió en su wingman desde el sector privado. Jugó a ser fiscal de mesa por Cambiemos, bancó públicamente la toma de deuda y la flexibilización. “Si queremos salir del 30% de pobreza es imposible hacerlo con el marco laboral que tenemos”, dijo en Coloquio IDEA del 2017. A su lado, Paolito Rocca. Daban ganas de tirarles unas monedas.

La épica del “empezar de abajo” que Galperin se empeña en instalar alrededor de Mercado Libre es un relato apócrifo. Sin haber nacido en la cuna de Sadesa, la curtiembre familiar que en 2019 tuvo una ganancia neta de 512 millones y aún así fue incluida en el ATP del Gobierno para cubrir sueldos, y sin los 7.6 millones de financiación que Marcos consiguió de JP Morgan, John Muse, Goldman Sachs y otros, la historia sería muy distinta. Si el pack del meritócrata viene con ese colchón de verdes, deme dos.

En veintiún años, “MeLi” logró un partnership de exclusividad con eBay para engullirse a DeRemate.com e instalarse en América Latina sin competencia. De los diez mil puestos de trabajo que generó, cinco mil fueron en Argentina, repartidos entre los polos de Buenos Aires, Córdoba y San Luis. La web está entre las 50 más visitadas del mundo, cotiza en Wall Street desde el 2007 e integra el Nasdaq 100, con las primeras cien compañías globales de tecnología. Hoy, con su alma mater retirada del sillón de CEO, la empresa es la más valiosa del país —marca un récord de US$60.000 millones—, favorecida además por la escalada del e-commerce a raíz de la pandemia. Sin embargo, la carrera de quien fuera un niño adepto al ajedrez, a la programación y al rugby no se dirime en la suma arrasadora de sus éxitos.

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Preso del libre mercado, el oximorónico Marcos Galperin se prepara para hacerle frente al desembarco inminente del gigante Amazon en la región. Para eso, se enfrenta a Moyano y Palazzo, las caras visibles que obstaculizan su proyecto de consumar el circuito de comercio, logística y pagos sin intermediarios y sin una fuerza laboral organizada. Contra los bancos y la sindicalización de sus empleados, Marcos apunta a la “democracia capitalista”, la inteligencia artificial y los robots. Quiere ser el protagonista de una novela de ciencia ficción pero, mientras tanto, le toca combatirse con la gauchesca. “Es una suerte de condena ser argentino”, dijo alguna vez afligido.

En la típica historia del hombre contra la máquina, se esconde un negociante que se rehúsa a negociar. Apodo infeliz, tema de terapia, le dicen “el Jeff Bezos argentino”. Terrible debe ser para Marcos que lo llamen como al tipo al que más le teme. Por suerte, tiene unos ahorritos en fideicomisos irrevocables fuera del país, allá, bien lejos de la mano visible de la AFIP.